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CV Opinión cintillo

Sí a las mociones de censura, ¿por qué no?

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Seis. Seis mociones de censura han tenido lugar en el escenario político nacional. Solo una ha logrado ser un éxito. En ella, Pedro Sánchez logró convertirse en el Presidente de España. Desde 2018 ha llovido mucho ( y más en este mundillo de la política), pero si alguien fue el artífice de su éxito fue Iván Redondo. Fontanero para algunas personas, un visionario para otras. Porque la clave de las mociones de censura reside en reflexionar si son tan perjudiciales como su fama las describe, o por el contrario, una oportunidad para inclinar la balanza hacia un cambio necesario.

Aprovechando la ocasión de que Redondo nos visita en el próximo Beers&Politics, coorganizado por elDiario.es y con la colaboración de LaBase, este lunes 16 de junio a las 19 horas en la Sala Russafa, sin duda, le preguntaremos.

Y es que en cada ocasión en que una moción de censura asoma en el panorama político, se activan todas las alarmas mediáticas y partidistas. Se apela al “juego sucio”, al “asalto al poder” y, con frecuencia, se presenta esta figura como una anomalía democrática. Sin embargo, nada más lejos de la realidad: la moción de censura es una herramienta plenamente constitucional, estatutaria y democrática, a disposición de los representantes públicos. Es tan legítima como cualquier otro mecanismo de nuestro sistema parlamentario y, sin embargo, arrastra una fama injustamente negativa, fruto más de una construcción mediática y partidista que de un análisis sereno del sistema.

En el caso español, la moción de censura está contemplada en la Constitución desde su artículo 113. Es, además, una moción constructiva, lo que obliga a quien la plantea a proponer una alternativa de gobierno. Esto no solo evita aventuras sin rumbo, sino que refuerza la responsabilidad política de quien impulsa el proceso. Esta misma lógica se traslada a Les Corts Valencianes, donde el artículo 34 del Estatut d’Autonomia y el reglamento parlamentario reproducen el mismo esquema. Incluso en el ámbito local, donde las mociones de censura se regulan con especial cautela —como refleja la Ley Orgánica del Régimen Electoral General—, su existencia responde a la necesidad de garantizar que un gobierno siempre conserve el apoyo de la mayoría representada. Además, en todos los niveles, exige un candidato alternativo y una mayoría suficiente, lo que la convierte en una pieza política seria, con garantías y objetivos concretos.

Sin embargo, su sola mención en la prensa o en boca de algún dirigente político suele desencadenar una reacción desproporcionada. El uso de la moción de censura se presenta como un desafío a la voluntad popular expresada en las urnas, cuando en realidad es una prolongación de esa voluntad a través de los cauces que marca el parlamentarismo. No vivimos en un sistema presidencialista, que hay muchas veces que se nos olvida. El poder ejecutivo, tanto a nivel nacional, autonómico como local, debe su legitimidad al respaldo de una mayoría parlamentaria, que puede cambiar durante el transcurso de la legislatura, y es que la moción de censura es precisamente el instrumento que garantiza que ese vínculo entre gobierno y mayoría no sea puramente nominal, sino efectivo. Vamos, que es una herramienta mucho más democrática de lo que tenemos preestablecido en la cabeza.

En la Comunitat Valenciana, los últimos meses han vuelto a situar a las mociones de censura en el centro del debate político y mediático, especialmente en el ámbito municipal. Aunque algunos casos no han pasado de conjeturas o movimientos incipientes, como de momento el de Torrent, su sola posibilidad ha sido interpretada por algunos como una amenaza a la “estabilidad institucional”. Conviene recordar que estabilidad no es sinónimo de inmovilidad, ni de resignación. Si un gobierno pierde el respaldo de una mayoría, lo democrático no es aguantar por aguantar, sino permitir que esa mayoría reconfigure el poder. Este principio, que aceptamos sin rubor cuando se trata de investir a un presidente tras las elecciones, parece convertirse en tabú si se plantea a mitad de legislatura.

Pero durante esta legislatura, en nuestra tierra, hemos visto cómo han prosperado entre otros lugares,mociones de censura en Vilafamés, Montserrat, Vinaròs, Albaida, Sueca o Requena.

Lo cierto es que demonizar la moción de censura tiene una utilidad clara para quienes temen perder el poder. Pero desde una perspectiva democrática, su uso no sólo es legítimo, sino saludable. Significa que las instituciones funcionan, que las mayorías parlamentarias importan y que no todo se reduce a un cheque en blanco cada cuatro años. Si hay una alternativa política viable, articulada y con mayoría suficiente, ¿por qué no permitir que prospere?

Naturalmente, como cualquier instrumento político, su uso puede estar condicionado por intereses estratégicos o cálculos de oportunidad. Pero eso no la deslegitima. También lo están las dimisiones, las remodelaciones de gobierno o la convocatoria anticipada de elecciones. Lo importante es no confundir el uso interesado de una herramienta con su ilegitimidad intrínseca. Una moción de censura puede ser inoportuna, precipitada o incluso errónea. Pero nunca antidemocrática.

Quizá ha llegado el momento de revisar los marcos con los que analizamos nuestra política. Es necesario hacer pedagogía y dejar de ver la moción de censura como una maniobra de trastienda y empezar a entenderla como lo que es: un mecanismo que protege la representatividad, que obliga a los gobiernos a rendir cuentas y que mantiene viva la conexión entre los parlamentos y la voluntad ciudadana. En una democracia parlamentaria, lo excepcional no debería ser que una moción de censura prospere, sino que sigamos viéndola como una traición en lugar de como una posibilidad legítima.

Probablemente, una mayor cultura política en nuestro país serviría para poder tener un mayor criterio de nuestro sistema y de todo lo que nos rodea. Tal vez una asignatura obligatoria en la educación secundaria ayudaría a, al menos, intentar formar ciudadanos y ciudadanas más educados cívica, social y políticamente. Estoy convencido que sería una magnífica noticia.

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