Manuel Pimentel: “Estamos en una escalada de precios de los alimentos que no ha hecho más que comenzar”
Manuel Pimentel nació en Sevilla en 1961. Vive en Córdoba. Ingeniero agrónomo, licenciado y doctor en Derecho, dejó atrás su experiencia como político –fue ministro de Trabajo y Asuntos Sociales con José María Aznar en la Moncloa– y como mediador de crisis, como la de los controladores aéreos. Fundó la editorial Almuzara, con la que ahora publica 'La venganza del campo', un libro donde recopila artículos publicados a lo largo de los últimos 15 años. En ellos asegura que agricultores y ganaderos se vengan de quienes les han despreciado. La consecuencia: la cesta de la compra es mucho más cara. Y lo será más.
En el libro dice que “los agricultores, ganaderos y pescadores, españoles y europeos, son despreciados, minusvalorados, cuando no abiertamente insultados, como retrógrados, parásitos, rémoras, enemigos del medio ambiente y maltratadores de animales”. ¿Por quién? ¿Quién ve así a los profesionales del campo?
Yo creo que estamos ante un fenómeno de evolución de la sociedad. Es un hecho sociológico que se extiende a toda Europa y, en parte, a Estados Unidos. Ha pasado de forma natural. La sociedad vio cómo la alimentación fue perdiendo peso en la cesta de la compra. Durante muchos años, se fueron abaratando los alimentos, decían que algunos sobraban, que la PAC [la Política Agraria Común de la Unión Europea] tenía que luchar contra los excedentes agrarios. Si una sociedad ve que la comida es muy barata, variada, cada vez más sana y encima dicen que la agricultura sobra, pues deja de preocuparse por la alimentación y, por supuesto, dejó de valorar a los agricultores. Al mismo tiempo, ha ido subiendo el valor de la naturaleza y de la sostenibilidad. La gente empezó a contemplar el campo como lugar para pasear, a valorar la naturaleza, que está muy bien, todos lo compartimos, pero los agricultores empezaron a molestar.
Empecé a escribir esta reflexión cuando el propio Ministerio de Agricultura perdió el nombre, se llamó de Medio Rural y Marino. Eso, de alguna forma, decía que el concepto de agricultura y agricultor empezaba a verse como retrógrado. Y ahí empecé a decir: atención, el campo se va a vengar. Una venganza que es metafórica. ¿Cómo? Si al final no se producen alimentos, los alimentos van a subir y de forma muy fuerte. Mi tesis es que desgraciadamente estamos en una escalada de precios que no ha hecho más que comenzar.
¿Pero la venganza contra quién es, contra el resto de la gente, contra los urbanitas?
Es una venganza sin destinatario final, es contra todos nosotros. La propia sociedad ha decidido, o hemos decidido, porque en esto estamos todos, que vamos a castigar, a penalizar, a dificultar la producción agraria. Es curioso porque protestamos porque el pepino o el tomate suben mucho y, al mismo tiempo, cerramos el trasvase. Donde se producen es en la huerta de Alicante, Murcia y Almería y, si cerramos el trasvase, no va a haber pepino y se pone muy caro. Socialmente vamos tomando decisiones que siempre encarecen el producto agrario y estamos en esa dinámica. Hay que buscar un equilibrio. No es una venganza contra alguien en particular, es contra todos. Se va a producir menos y va a costar más, porque tenemos que comer todos los días.
¿Hay algún nexo entre ese “desdén colectivo” y la subida de precios que hemos vivido en los últimos meses?
Aquí hay dos factores muy importantes. Por una parte, que en la sociedad occidental hayamos dejado de preocuparnos por la comida, como si fuera a aparecer por generación espontánea en el supermercado. Si miras a los partidos políticos, a todos, hasta ahora, prácticamente, cuatro cositas. Por otro lado, al mismo tiempo, la geopolítica ha cambiado. Ya no estamos en una dinámica globalizadora, sino todo lo contrario, desglobalizadora, de poner aduanas. Y eso, en primera instancia, provoca un encarecimiento de la alimentación. Los transportes valen más, hay aduanas, hay fletes y ahora encima hay riesgo. ¿Qué pasaría si, en cualquier conflicto, hubiera un impacto en un barco mercante? Los seguros se multiplicarían, porque el factor seguridad abarata mucho y la inseguridad encarece. Podríamos entrar en esa tormenta perfecta: se desglobaliza, los mares son más inseguros y, encima, pues nosotros no nos hemos preocupado para nada de la cuestión agraria.
¿Entonces los precios no han tocado techo?
No. Puede que alguno. Yo creo que el aceite de oliva ahora mismo está más caro porque la producción se ha castigado mucho por la sequía. Ahora está lloviendo y esperemos a ver el próximo año. Pero, en general, los precios agrarios van a seguir subiendo, sin duda ninguna. Fíjate que todo es más caro, pero los agricultores siguen perdiendo dinero y se siguen abandonando campos todos los días. Cada año tenemos menos tierras de cultivo. O se cambia la dinámica o en Occidente, donde somos ricos, tenemos tierras buenas, simplemente va a significar un notable encarecimiento de la alimentación. Los países pobres van a ser muy sensibles y pueden tener crisis alimentarias que no hemos conocido estos últimos años.
Los ganaderos y los agricultores se quejan de sus márgenes, porque a ellos no se les ha repercutido toda la subida que hemos visto los consumidores. ¿Se está quedando alguien con esos márgenes?
Aquí hay una realidad: hay agricultores dispersos, en el centro grandes distribuidores que se han ido concentrando; y luego está el mercado. Los distribuidores, las grandes cadenas, siempre han apretado al agricultor para sacar precios baratos porque compiten entre ellos. El agricultor es débil frente a ellos, pero las grandes cadenas no han hecho subir los precios, deprimen los precios. ¿Por qué están subiendo los precios? Por una cuestión de oferta y demanda. El 'queremos comer sandía y no hay sandía', pues la sandía sube. Hagamos lo que hagamos, los precios van a seguir subiendo porque hay menos producción, hay menos tierra y hay menos agricultores.
Los distribuidores, las grandes cadenas, siempre han apretado al agricultor para sacar precios baratos
Empezó a hablar de la venganza del campo en 2009, en artículos en prensa. En ellos aseguraba que China estaba comprando terrenos agrícolas en terceros países. Esa es una de las quejas de las organizaciones agrarias, cómo inversores foráneos están comprando tierras en España y apuestan por producciones intensivas, no siempre de la mejor calidad. ¿Cambian estos inversores la ecuación de la venganza?
Yo hablo en términos alimentarios. China fue comprando tierras, sobre todo, en África. Hay países que se han tomado en serio lo de que hay que comer y otros, no. Me refiero a Occidente, porque esto no es algo solo español. Hay otros países donde tiene más intensidad. Está, por ejemplo, lo que ha pasado con el partido de los agricultores o de la ganadería de Países Bajos [el Movimiento Campesino-Ciudadano]. En Europa todavía no hay grandes inversores extranjeros entrando. Empieza a haber algunos fondos de inversión que se interesan por la producción agraria, pero todavía es poco significativo. En todo caso, en la ecuación alimentaria, podrá afectar al tipo de producción y a la estructura de propiedad, pero no a la producción de alimentos. Es bueno que haya gente interesada en la producción de alimentos pero, repito, en España es algo muy poco significativo. Solamente se han puesto olivares intensivos.
Pero estos fondos, aunque ahora sean pocos, tienen en su foco su propia rentabilidad, no la seguridad alimentaria.
Producirán los alimentos que demande la gente. Estos fondos no son tontos. Si creen que va a hacer falta aceite de oliva, trigo, carne o verdura, pues producirán lo que creen que se va a demandar. Si nosotros, la sociedad, no demandamos sus alimentos, habrán fracasado.
En el acuerdo de gobierno entre PSOE y Sumar se habla de aprobar una ley de la agricultura familiar. ¿Cómo la vería?
Estupenda. Una ley que proteja y ayude, estupenda siempre. Pero es muy importante que hablemos de alimentos. Ayudar a la estructura familiar es bueno, a las producciones ecológicas, sin duda ninguna, pero tenemos que producir alimentos. Lo que no podemos es proyectar el ideal de que el campo es algo muy bucólico, un señor mayor que tiene dos huertas y las gallinas que salen y comen. Podemos optar por ese modelo pero, en ese caso, tenemos que acostumbrarnos a que una manzana nos cueste 50 euros. Lo tenemos que decidir como sociedad. A mí los modelos de agricultura familiar me encantan, creo que son positivos y animo a hacerlo, pero, al mismo tiempo, tenemos que tener una estrategia alimentaria sobre cómo producimos los alimentos, que sean sostenibles y sanos. Solamente con un modelo de economía familiar no lo vamos a tener o lo vamos a tener a unos precios que la sociedad no es que no esté dispuesta, es que no va a poder pagarlos.
La PAC es un artefacto burocrático complejísimo que expulsa a los pequeños agricultores
¿Qué papel tienen y han tenido las ayudas y los fondos de la PAC en mantener el statu quo del campo?
Ha ido perdiendo peso relativo. Veníamos con un pésimo discurso, sobre todo hace unos años, porque se pagaba al agricultor para no producir y eso estaba trasladando un mensaje perverso, de que sobraba comida y que los agricultores vivían de la PAC. Ha sido un mensaje muy negativo, pero tampoco tiene la culpa la PAC, porque la aprobamos entre todos. Ahora se está transformando, pero sigue sin entrar en el debate de la estrategia alimentaria. De hecho, sigue introduciendo factores de control de producción. Creo que deberíamos abordar algo sencillo: qué alimentación va a necesitar la sociedad europea, en qué condiciones y cómo podemos producirla, con valores que tenemos y que son muy buenos, como la sostenibilidad, y con la adecuada rentabilidad para el sector agrario.
La PAC no está todavía en eso. Se ha hecho un artefacto burocrático complejísimo que expulsa a los pequeños agricultores, porque si no tienes un experto en llevar los papeles, la gestión, no eres capaz de hacerlo porque son de una complejidad tremenda. Tenemos que tener un debate sereno y, si la sociedad pone su foco, se cree de verdad que hay que tener una estrategia alimentaria, buscaremos fórmulas, capacidades, técnicas e incorporaremos valores. Si eso sigue sin importarnos y proyectamos el ideal de un campo bucólico, tendremos problemas severos.
¿Cómo ve la convivencia del campo, de las explotaciones agrarias, con las megainstalaciones de energías renovables?
Primero, las energías renovables son buenas. No estoy en contra de ellas, para nada. Si nos ponemos en la clave alimentaria, no cabe duda de que restan tierra agrícola. A mí lo que me ha llamado mucho la atención son los discursos que, entre todos, hemos construido, los paradigmas sociales. Nos hemos creído que las energías renovables son buenas y lo son, y nos hemos creído que la agricultura, no. Hace unos años hubo un gran debate en torno a los cultivos que iban para energía, los biocombustibles, de cómo se restaban terrenos agrícolas para producir energía y no alimentos. Tenía su sentido. Ahora hemos pasado a poner paneles solares en tierras fértiles donde le echan herbicida al suelo sin ningún tipo de problema y todo el mundo, encantado. Es curioso. Hablamos de los trasvases, de qué mala es una tubería que lleva agua de un lado a otro. Vale, pues cerramos el agua. En cambio, nos dicen que vamos a poner una tubería mucho más grande de hidrógeno con una presión brutal y todos contentos. Tenemos una doble vara de medir.
Dice en el libro que es difícil que España viva un desabastecimiento alimentario pero sí una subida de los precios. ¿Somos autosuficientes? Ya no parece tan claro, lo vimos con los cereales y la guerra en Ucrania.
Europa, en su conjunto, somos una potencia agrícola. Capacidad, tenemos. Yo soy partidario de fronteras abiertas, porque nos enriquece la dieta, nos abarata, redistribuimos la renta a nivel global. Lo que digo es que tenemos que estar preparados para un entorno global que se va a complicar por motivos geopolíticos, van a venir muchos conflictos. ¿Es prudente, razonable, que tengamos una estrategia que por lo menos lo mínimo nos lo garantice? Yo diría que sí. Es muy importante que veamos la fuerza de Europa para autoabastecerse en un porcentaje bastante significativo.
¿Y España en solitario?
España es una potencia agrícola. Tenemos mucha variedad, en frutas y hortalizas abastecemos a Europa, pero cometeríamos un error si esto se plantea solo como política nacional, que también hay que hacerlo, pero la estrategia alimentaria debe ser europea.
¿El plant-based puede ir en contra del campo?
La vegana me parece una opción perfecta. Creo que está muy bien que se plantee y no tengo nada en contra. Sí lo tendría si hay prohibiciones. Cada uno que coma lo que desee. Si quieres comer carne, tienes derecho a comer carne. Si se come una dieta vegetariana, pues estupendo. Otra cosa es el food tech, que puede ser bueno, y la carne de los reactores [cultivada en laboratorios]. Yo simplemente advierto de que esa es una carne muy cara, se hace en fábricas que ocupan mucho terreno, con un gran consumo energético, con residuos. No me pueden vender eso como sostenible, porque no lo es. Quien diga que quien come carne de reactores biológicos es moralmente mejor. No lo veo así, quitaría esa carga moral. Es una opción de libertad individual.
En uno de los artículos dice: “Cada día que pasa, como humanidad, nos odiamos un poco más, al tiempo que odiamos crecientemente a los que trabajan la tierra para darnos de comer, porque no se adecúan a nuestro imaginario de un mundo rural destinado al parecer, exclusivamente, al paseo y la sonrisa”. Ese odio se puede aplicar a muchas otras realidades. No es solo una teórica dicotomía entre el campo y la ciudad.
Está pasando en la sociedad algo curioso. Como observador, veo que antes nos amábamos como especie y ahora empezamos a odiarnos, a dudar moralmente de nuestra propia especie. Me parece un tema de una profundidad tremenda. Lo que no sé es si este fenómeno, que es claramente occidental, que se ve en el día a día, no sé si otras sociedades como la asiática, la africana u otras sociedades que están en un fuerte crecimiento económico y demográfico lo tienen como nosotros. No, ahí no tengo respuestas, no lo sé.
Hablamos de los trasvases, de qué mala es una tubería que lleva agua de un lado a otro. En cambio, nos dicen que vamos a poner una tubería mucho más grande de hidrógeno y todos contentos
¿Cómo animaría a una persona joven a dedicarse a la agricultura o la ganadería?
No es fácil. Primero, porque se va a encontrar un sector muy poco rentable. Segundo, es duro, vivir en un pueblo, alejado, con frío, calor. Y, tercero, sin prestigio social. ¿Cómo lo animaría? Tenemos entre todos que valorizar la función de quien nos provee de alimentos. Tiene una función importante para la sociedad y ese prestigio social es importante. También, la rentabilidad, como cualquier otro sector, para vivir con dignidad. Donde sí veo un consenso es en que hay que proveer al mundo rural de servicios, ahí sí soy más optimista.
Ahora, en la recta final de 2023, ¿cómo prevé que sea la futura venganza del campo?
A día de hoy, es un tema que empieza a inquietarnos. Los precios han subido, vemos que el mundo está agitado y parece que la alimentación nos va a importar. A día de hoy, todavía no nos importa. Tenemos otros valores, que están bien, porque esto no va de confrontar valores, pero hay que meter en la ecuación la alimentación. Estamos haciendo lo posible para que los precios suban, pero los subimos nosotros mismos. Empezamos a hablar ahora, pero por mi experiencia en el debate público, no lo haremos hasta que no nos apriete mucho, porque los imaginarios tienen una fuerza tremenda. Ahora empieza a apretarnos un poquito.
¿El campo vive mejor cuando gobierna la izquierda o la derecha?
El debate que estoy planteando, que es profundo y es donde quiero estar, afecta a la derecha y a la izquierda. Hay medidas puntuales de uno o de otro, pero no hay un debate profundo. La mayoría de las normas que afectan a los alimentos vienen de Europa. Este debate es sobre cómo garantizamos o cómo hacemos una estrategia en un tema que es fundamental. Esto es más profundo que el ruido de la derecha y la izquierda.
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