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La otra guerra era más emocionante

Eleonor con su muñeco bebé, protegido por mascarilla.

Elena Cabrera

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Lo que de verdad piensan los niños y las niñas sobre la pandemia y sus consecuencias sigue siendo un misterio para mí. Y no será porque no tenga un sujeto de estudio cerca. Por supuesto, le hago multitud de preguntas para intentar ver esta situación excepcional a través de sus ojos, pero mi hija tiene un potente escudo que vino de serie, no sé de dónde lo sacó, forjado en las invulnerables minas del sentido del humor.

No me queda más remedio que acudir a otras fuentes. Mi amiga M. me cuenta que su hija pensaba que otras veces en nuestra vida nos habíamos tenido que confinar. Quizá cuando era pequeña, y no lo recuerda, o antes de nacer: esa existencia mitológica que tanto nos cuesta comprender. De igual manera, la hija de R. preguntó por cuántas cuarentenas habíamos hecho, hasta ahora, contando esta.

Sin haber recibido ninguna información al respecto ni haber formulado pregunta alguna, los niños dan por seguro lo que les parece lógico. Me parece que si no les anticipas, con grandes dosis de misterio y expectación, la primera vez de algo, si no les preparas con tiempo, dan por sentado que ese algo es recurrente, por muy excepcional que resulte. R. me puso sobre la pista de la traductora Blanca Bandarrita, quien contó en Twitter cómo su hija se deshizo en pedacitos porque no aguantaba más en casa y quería salir al parque: “es mi primera cuarentena”, le dijo a la madre, a modo de excusa por no ser capaz de mantener el tipo.

Intento depositar en la memoria de Eleonor pequeños trozos de código, que espero que algún día, en el futuro de sus recuerdos, se desplieguen. Le pido que saboree el carrot cake y recuerde que la primera vez lo hicimos durante el confinamiento. No le dejo que se salte ningún día los aplausos porque, le advierto, en el futuro recordará lo importantes que fueron, para todos. Nos lavamos las manos juntas y le señalo que hay un antes y un después en el lavado de manos, que ya jamás volveremos a hacerlo sin darle importancia. Son miguitas de pan que voy dejando por el camino con la esperanza de que un día, siguiéndolas, pueda volver a esta casa en cuarentena en su almacén de recuerdos.

Los ancianos corroboran lo que sospechan los niños, pero con mayor perspectiva. He tenido la oportunidad de hablar con la directora de una residencia de Torrelodones (Madrid), quien me ha contado que los mayores comparan el confinamiento con la Guerra Civil: “la otra guerra era más emocionante”, me cuenta Ana que le dicen, “porque tenías que esconder a los curas, pero aquí es solo quedarse quieto”. Tienen razón: para los que no estamos en primera línea del frente de batalla, esta guerra mundial Z es bastante tediosa.

Caen los obuses donde menos lo esperas. La enfermedad que causa el virus se lleva al luchador contra la impunidad del franquismo Chato Galante pero también al acusado por torturas Billy el Niño sin que hayamos podido quitarle ni el presunto ni las medallas ni los pluses. Ni Chato lo ha visto ni ninguno lo veremos. Cuando me entero de la noticia, me hierve la sangre y Eleonor me pregunta por qué me enfado tanto. “Bueno, se ha muerto”, me responde, encogiéndose de hombros. Está en esa edad en la que los niños afrontan la muerte con tal frialdad que hiela la sangre. No tenemos ni idea de cómo les afectará esto en el futuro, qué tipo de personas serán cuando cumplan 18 años, dentro de una década, pero tengo la intuición de que la idea de que esta no es la primera cuarentena les ayudará a sobrellevar las que estén por venir.

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