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El dinosaurio

Miguel Roig

El relato político se ralentiza y pierde interés. El año pasado vivimos una campaña electoral trepidante, tanto, que los programas de telerrealidad enviaron al paro a los famosos por relación y cedieron a los políticos el prime time. Así como Belén Esteban pasó de un cortijo a un set de televisión, los políticos pasaron de las instituciones y sedes partidarias a las maratónicas tertulias catódicas. Muchos, incluso, se desplazaron de la plaza pública al estudio sin siquiera tener, entonces, partido con representación parlamentaria.

Las elecciones de diciembre dieron lugar a una nueva narración, algo parecido a un thriller psicológico, que mantuvo en vilo a los ciudadanos. Como en una buena película de Hitchcock, se introdujo un McGuffin de peso, es decir, una pista falsa que desvía la atención del espectador: la investidura. El thriller tuvo sus elementos costumbristas, claro, como la pelea entre las sillas de la platea y el paraíso o el reparto de besos. No faltó tampoco el recurso de la doble trama: cuando la mesa a cuatro convocada por Unidad Popular e Izquierda Unida parecía que iba a abrir una vía por la izquierda, los socialistas se sentaban, a la vez, en otra mesa con Ciudadanos. Mientras tanto el presidente en funciones iba a todas partes menos al Congreso. Cuando se le preguntaba por la investidura recurría a Becket: yo espero a Godot.

A último momento, contradiciendo a cualquier relato anterior, la izquierda dio un nuevo brío a la narración con un hecho inesperado, la confluencia de Unidad Popular - Izquierda Unida con Podemos. De este modo llegamos a las elecciones con una campaña signada por el pulso de Unidos Podemos hacia el PSOE con el entonces previsible sorpasso y al PP con la amenaza demoscópica de morderle los talones.

Claro, aquí hubo otro McGuffin tan sutil que nadie lo percibió pero que condujo a un final inesperado: las encuestas. Toda la audiencia se volcó a una verdad revelada cada mañana en los medios con cifras contundentes: la languidez popular, el avance de la izquierda, el hundimiento socialista y la menguante participación de Albert Rivera. En algún momento se dio el paso de Alicia ante el espejo y los pronósticos se leyeron como certezas. Cada acto de Unidos Podemos era una celebración. Los del PSOE parecían de contrición y los del Partido Popular, autos de fe en los que se pedía el arrepentimiento a los votantes díscolos que en diciembre habían fugado a Ciudadanos y que en caso de persistir pondrían el país en manos bolivarianas. Es que mientras el Reino Unido dejaba Europa, para los viejos conservadores y los nuevos liberales España se estaba yendo también pero en dirección a Venezuela. De hecho, Rivera se fue hasta allí considerando al país caribeño como un distrito electoral más.

El final es conocido pero no por ello entendido y es aquí donde se estanca el relato ya que deja de narrar hechos para caer en una suerte de metapolítica donde en lugar de reflexionar sobre la conducta de los votantes y el por qué de su elección nos hemos estancado en el relato de las encuestas. «La gente dice que va a votar, pero no podemos usar lo que dicen que van a hacer para predecir lo que van a hacer», opina Kiko Llaneras, un ingeniero que forma parte del colectivo Politikon.

La atención del público se pierde, entonces, ante un entretenimiento vacío con la acción detenida y en el que, su aparente protagonista: Mariano Rajoy, abandona el nihilismo de Becket para caer en el absurdo y como un personaje de Ionesco pide que los demás candidatos le llamen, donde sea, cuando sea, para que él forme gobierno.

En lugar de participar en una construcción política sostenible asistimos como espectadores a un relato perenne. Pera esta narración puede tener un final impredecible nuevamente. Porque ya se vislumbra el ajuste de 8.000 millones de euros que se traducirá, una vez más, en recortes sociales y desempleo como primer síntoma; nos amenazan con una multa de 2.000 millones por el incumplimiento de un déficit incontenible, tenemos una deuda que ya ha superado el PIB –mérito de la gestión económica del Partido Popular – y hemos asistido al anuncio de que el fondo de las pensiones se extinguirá el próximo año, además de los coletazos que de aquí en más dará el Brexit, cuya atención política parece girar solo ante la volatilidad financiera obviando la social que es lo que impulsó el alejamiento de Gran Bretaña.

La política, inexorablemente, como el gran relato social regresará y muchos de los políticos que hoy insisten en su vocación literaria se quedarán sin lectores.

No pocos son los que insisten en que si Rajoy no consigue su investidura forzará una tercera elección. De ocurrir, puede que el público despierte como el protagonista del breve cuento de Augusto Monterroso y se de cuenta de que el dinosaurio todavía está allí y decida acabar con él.

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