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Los fascistas no son respetables, son una amenaza

Madrid, como símbolo: protesta feminista con fondo de la ostentosa iluminación del Ayuntamiento ultraconservador

Rosa María Artal

Este 25N la realidad estalló en la cara de quienes no se enteran de nada, cuando un cualificado miembro del ultraderechista Vox, Ortega Smith, se permitió ningunear la protesta de una víctima de la violencia machista, Nadia Otmani, con todos los agravantes imaginables. Al tipo le han colocado en el Ayuntamiento de Madrid una serie de votantes y seguía el conocido discurso de su partido de negar la existencia de la violencia específica contra la mujer; Nadia lleva 20 años en una silla de ruedas a consecuencia de los disparos de su cuñado cuando intentó, sin éxito, impedir que asesinara a su hermana. Hasta The New York Times se ha hecho eco, pero no es un día, son todos: una actitud instalada en las instituciones, con apoyos, y en aumento. Fue terrible, y más lo es pensar que se trata de un episodio en la escalada machista y fascista que ha infectado a la sociedad. Y que tiene otros exponentes igual de espantosos.

Hemos hecho ya múltiples análisis de por qué se vota a Vox. Los ultraderechistas españoles son, sin duda, una escisión del PP y los depositarios de muchas papeletas perdidas por Ciudadanos. Son, en definitiva, la eterna derecha española, no más nutrida, sino más radicalizada. Ha influido decisivamente la larga impunidad del franquismo y la desmedida promoción de los medios, en unos casos por compartir ideología, en otros solo por hacer caja con el escándalo que proporcionan. Pero ya nada haremos con llorar por la leche derramada. Lo imprescindible es poner los medios que, en justicia y lógica caben, para evitar que se vierta otra vez. Una y otra vez de hecho, como viene haciendo.

Un punto de partida esencial es aclarar una grave confusión: quienes votan fascismo no son respetables, porque no todas las ideas son respetables. El fascismo es una ideología que incluye principios opuestos a la Democracia y a los Derechos Humanos. Otras ideologías han podido tener errores en su aplicación, ninguna otra en cambio contiene raíces absolutamente antidemocráticas y de rechazo a valores humanos esenciales. El fascismo acabó con ese principio de diálogo. Aquello que venía a resumir la frase atribuida nada menos que a Voltaire, uno de los puntales de la Revolución Francesa, aunque en realidad la formuló su biógrafa británica Evelyn Beatrice Hall: “Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”.

A pesar de las devastadoras consecuencias que el fascismo desencadenó en los años 30 del siglo XX, ha vuelto a colarse en las instituciones, ha vuelto a utilizar la Democracia para asentarse con todos los métodos a su alcance. Y hasta goza de cierta comprensión porque (todavía) no incluye todo el temario de sus antecesores fascistas que desencadenaron la segunda guerra mundial. “Solo” son machistas, racistas, homófobos, clasistas, partidarios de la violencia, de ilegalizar a partidos independentistas o de mentir con fake news. Al tener ese cauce, hemos de reconocer que una parte de la sociedad ha decidido estar al margen de la democracia. Y su apuesta no es respetable, sean tercera fuerza, segunda o primera, de un país. El problema añadido es que, al estar representados, han visto reforzadas sus creencias. Es como si hubiera ocurrido lo mismo con los terraplanistas o los antivacunas y estuviéramos discutiendo sus delirios, más allá de las redes sociales. Con mayor peligro en este caso, al incluir propuestas dañinas para diversos colectivos, y por tanto para el conjunto de la ciudadanía.

Personas muy lúcidas estiman, como digo, que pueden estar en el juego político porque no es para tanto su derecha extrema, pero la práctica en la historia ha demostrado su carácter infeccioso. En cuanto al tratamiento, aconsejan “los expertos” no molestar al grueso de los ultraderechistas, utilizar conceptos simples para que los entiendan. Al grueso de ellos, porque eso sí hay diferentes grados. Nunca habrá nada más corto y trivial, sin embargo, que el bulo que difunden los “enteraos” o el whatsApp que les manda un conocido, si está cargado de mala intención y alimenta su ira. Los promotores de Vox y otros partidos ultras saben cómo manejarlos: la ira y la envidia les funcionan. Para el 25N prepararon un argumentario plagado de falsedades. La indignidad de Ortega Smith ha provocado mucho rechazo pero también ha habido cerebritos entre sus seguidores que han comprado el paquete.

El machismo asesina y hay una larga lista de víctimas mortales. En el Día Internacional contra la Violencia Machista algunos países organizaron exposiciones de radiografías y resonancias magnéticas con los daños sufridos por mujeres. Ya nos vale, es una realidad brutal de tan plástica. ¿Qué otro colectivo puede ofrecer semejante balance? Casi 28.000 hombres fueron condenados por violencia machista en 2018 en España. En los últimos años han sido penados más de 250.000. Son datos del magistrado Joaquim Bosch. Y con todas estas evidencias, Vox niega que haya una violencia específica contra la mujer. Y sus socios de gobierno lo tragan sin problemas, porque ahí siguen todos juntos.

No entra dentro de los valores humanos aceptar que las mujeres somos inferiores y que amar a un hombre implique firmarle un contrato de propiedad que le autorice a todo tipo de degradaciones, muerte violenta incluida. No hay nada que lo justifique, nada que lo explique en términos de dignidad humana. Por fortuna, muchos hombres son feministas, cada vez más, pero la ultraderecha anda intentando recuperar sus caminos de involución. Y cuenta con la complicidad de las otras dos patas de los conservadores: PP y Ciudadanos. Gente como Villacís, vicealcaldesa de Madrid gracias a Ortega Smith, tuvo el descaro de condenar la violencia machista que apoya de facto. Y así lo hicieron otros políticos de Ciudadanos y PP. Esperando que sus votantes no relacionen hechos con consecuencias.

El Ayuntamiento de Madrid se está convirtiendo en el símbolo de la tragedia que nos sacude. La ultraderecha lleva la batuta ideológica. Porque apoya al PP y a Ciudadanos y porque los miembros del consistorio comparten su ideología a tenor de sus actuaciones. Un Martínez Almeida, de ínfimo nivel, que llega a alcalde porque el PP de Pablo Casado no quería quemar a ningún peso pesado ante el triunfo que parecía seguro de Manuela Carmena, previo a la merienda con magdalenas. Pero ahí están todos ellos, apoyados por sus partidos. Ambos añaden a otra inefable para la Comunidad, Díaz Ayuso, con los mismos mimbres que sus colegas.

Catorce años de consenso contra la violencia de género se rompieron este 2019 con la triple ultraderecha que gobierna Madrid; lo mismo en Andalucía. Almeida se apuntó a la vez a retirar del Cementerio de la Almudena las placas con los nombres de los casi tres mil represaliados por el franquismo. También quiere hacer un homenaje “a ambos bandos”. Todo su ayuntamiento anda con la teoría de “los dos bandos”, en particular el de las mujeres asesinadas y sus verdugos.

Si PP y Ciudadanos quisieran desmarcarse de la extrema derecha, buscarían otras alianzas, aun perdiendo poder. Al menos, no permitirían que tuviera peso en las instituciones, para empezar en la Mesa del Congreso y el PP ha confirmado este martes que no va a impedirlo. Si los periodistas que se alarman por la presencia y el apoyo o el lavado mediático al fascismo fueran consecuentes, no se sentarían a su lado a discutir bulos u obviedades. Y no debemos olvidar tampoco que los ciudadanos demócratas y respetuosos con los Derechos Humanos, y consigo mismos, ni votan fascismo, ni intentan justificar a quien lo hace.

No hay dos bandos, ni otros extremos en las ideologías que los que separan la democracia de lo que no lo es. Ningún respeto hacia quien la agrede para destruirla. No hay nada que discutir, nada que divagar para normalizar la ultraderecha. Si faltan luces para entenderlo, en los rescoldos de la lógica encontrarán alguna bombilla.

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