Policías y gatos
El delirante episodio vivido por Belén Lobeto, multada por dos antidusturbios porque llevaba un bolso con unas siglas (A.C.A.B.) correspondientes a una expresión de amor felino (All Cats Are Beautiful), ha puesto en evidencia algunas cuestiones, muy preocupantes, que tienen que ver con la ley Mordaza y con los agentes de Fuerzas y Cuerpos de la (presunta) Seguridad del Estado español.
Pone en evidencia, como señaló la abogada Isabel Elbal, la indefensión en la que esa ley deja a los ciudadanos, pues ha abierto la puerta a que sea la propia policía quien interprete si algo es sancionable o no, algo contrario al estado de Derecho. Elbal va más allá y nos recuerda que incluso portar un bolso con la expresión original que corresponde a esa siglas (All Cops Are Bastards) es algo absolutamente legal. Perseguirlo, pues, conculca el derecho a la libertad de expresión.
El episodio, que se añade al de los titiriteros, pone además en evidencia que quedamos en manos de unos agentes que, como esos dos de las UIP, pueden ser cualquier cosa menos lindos gatitos. Era algo que sabíamos, pero actuaciones como esta, que sobrepasan el ridículo, deben hacernos pensar que pueden significar algo más. Acaso que los poderes se están preparando para una represión mayor, y que los dos agentes presuntamente ofendidos no son más que los listos (por así decir) de la clase, que se han adelantado a las consignas poniéndolas en práctica sin ton ni son. Pero que, ante la que se avecina, consignas hay.
La que se avecina ya se está viendo en Francia, donde la violencia policial en las manifestaciones contra la reforma laboral está siendo tan extrema que hasta la ONU, a través de su Comité Contra la Tortura (CAT), ha manifestado su preocupación al gobierno galo. La violencia policial ya había alcanzado su cota más alta de indignidad cuando ha sido ejercida en campos de refugiados y las decisiones de Europa sobre ellos suman otra tensión, que acabará también por estallar, a la situación de crisis social provocada por las políticas de austeridad en estados como el francés, el griego o el español.
En este contexto arrecian además las protestas contra la catastrófica amenaza del TTIP, tratado de libre comercio que negocian EEUU y la UE. Frente a esa oposición no ha de cabernos duda alguna de que se están organizando los servicios de inteligencia, así como ya lo está haciendo la propia Comisión Europea, que ha anunciado que la información sobre el acuerdo solo se obtendrá de manera oral, dicen que como medida preventiva ante filtraciones como las que proporcionó Greenpeace Holanda. Las organizaciones ecologistas están suponiendo uno de los principales obstáculos para la opacidad con la que Europa y EEUU están llevando adelante sus negociaciones, y se convierten, por tanto, en objetivos de la creciente represión en los Estados miembro.
Una luz entre tanta oscuridad ha sido el triunfo del ecologista Alexander Van der Bellen. Triple luz: por derrotar en Austria a una extrema derecha que se está rearmando en toda Europa; por ser el primer verde que presidirá un Estado europeo (aunque el ecologismo ha perdido votos en esas elecciones); y por definirse a sí mismo como un “niño refugiado” (recordando a Austria que debe cumplir con su compromiso de acoger a 90.000 refugiados). El triunfo, no obstante, ha sido tan reñido y por tan poco margen que la preocupación ha de seguir. Supone un cierto revés para el Frente Nacional de Marine Le Pen o para la Alternativa por Alemania de Frauke Petry pero deja vivo el temor ante el auge de la ultraderecha en Europa. En cierto modo, Austria se ha convertido en un espejo del escenario europeo actual.
Un escenario en el que, cada vez más, estarán por un lado los policías y por otro los gatos. Nuestra responsabilidad es estar en el lado correcto. El lado que los defiende. A los gatos, digo.