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Al del veneno en el campo: ¡maldito seas!

Ejemplar de aguilucho lagunero envenenado en Navarra.

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Fue este verano. Ante tanto dolor, tanta angustia y tanta incertidumbre provocada por la pandemia, la naturaleza se había convertido en nuestro salvavidas: la mirábamos desde la ventana para aspirar a la esperanza y abstraernos del grave trance que sufríamos y que por desgracia seguimos sufriendo.

Y tú mientras tanto preparaste el veneno, te lo echaste al zurrón y, solo o en compañía de otros, saliste al campo para sembrarlo de muerte. Resultado: más de 80 rapaces envenenadas, algunas de ellas en peligro de extinción; uno de los peores sucesos en la historia negra del envenenamiento de animales salvajes en España.

Parece que te esté escuchando: “es que se me comen la caza”. Ése “se me” es tan insufrible, tan mezquino, tan intolerable. Pero además: no te mientas, tú no eres un cazador. Los cazadores reniegan de ti y te buscan como te buscamos el resto. Tu lo que eres es un asesino.

Esta vez los hechos volvieron a ocurrir en la provincia de Valladolid. Y digo que volvieron porque el informe “El veneno en España” publicado por WWF España y SEO/Birdlife señala las tierras pucelanas como uno de los puntos negros del envenenamiento de animales salvajes en nuestro país. 

Los cadáveres de las rapaces empezaron a aparecer a mediados del verano en el municipio de Wamba. Las primeras noticias señalaban más de 30, por lo que se consideró como uno de los mayores delitos contra la fauna silvestre de los últimos años.

Sin embargo, y ante la magnitud del suceso, mientras la Junta de Castilla y León iniciaba los informes periciales y toxicológicos, desde la Asociación para la Conservación y el Estudio de la Naturaleza de Valladolid (Acenva) se temían lo peor, por lo que solicitaron ampliar la zona de rastreo en busca de más cebos envenenados y más restos de aves.

Fue así como los Agentes Medioambientales de la Junta de Castilla y León y los del Servicio de Protección de la Naturaleza (SEPRONA), junto a miembros de Acenva y otros voluntarios, exploraron una zona de tres kilómetros a la redonda. Y efectivamente, aparecieron más pruebas del delito cometido (más cebos con veneno) y más cadáveres de aves intoxicadas. Muchos más.

La dimensión real de este terrible crimen ecológico aparece rigurosamente detallada en un artículo publicado en el número de este mes de la revista de naturaleza Quercus: la publicación decana de la prensa ambiental cuya lectura no me cansaré de recomendarles.

Según detallan sus autores, el total de rapaces halladas muertas ha sido finalmente de 82: todas ellas especies protegidas, incluidos varios ejemplares de milano real (Milvus milvus) especie catalogada como “en peligro de extinción”. Las investigaciones para dar con el delincuente y sus secuaces (si es que los hubo) siguen abiertas y solo cabe esperar que pronto sean puestos frente al juez y acaben donde les corresponde: en la cárcel. En nuestro país ya se han impuesto graves penas de prisión por ello.

Como viene denunciando desde hace años la plataforma del Programa Antídoto, que agrupa a todas las asociaciones conservacionistas y entidades ecologistas que luchan contra esta práctica, el uso de cebos envenenados en el campo sigue siendo una de las principales causas de mortandad de animales salvajes en España. Osos, linces, lobos, águilas imperiales, buitres negros, quebrantahuesos… el listado de especies afectadas es tan amplio como variado.

Se trata de un método ilegal y perseguido en toda la UE que tradicionalmente ha venido siendo empleado en la fincas de caza para luchar contra los predadores que, como indicaba al principio, son acusados de diezmar las poblaciones de las especies cinegéticas.

De ese modo, para evitar que la garduña se coma las perdices que los cazadores han soltado en el coto, se distribuyen por su zona de campeo unos trozos de pollo rellenos de estricnina: sustancia hoy prohibida y sustituida por carbofurano o aldicarb.

Pero el mustélido no es el único que acude al pollo envenenado, también lo come el zorro, la gineta, el azor, la perdicera y una larga lista de animales que mueren y de cuyos restos se alimentan las urracas, las cornejas, los buitres, el alimoche y el resto de necrófagas que acababan a su vez intoxicándose, por lo que el rastro de la muerte se extiende por toda la cadena trófica. Un auténtico desastre ecológico.

Por eso resulta tan urgente y necesario que las administraciones redoblen sus esfuerzos para perseguir este grave delito y acabar una de las mayores amenazas a nuestra biodiversidad. Solo así evitaremos que los canallas del veneno nos sigan robando la esperanza.         

El informe 2020 sobre los daños del veneno en España de SEO/Birdlife y WWF España puede consultarse aquí .

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