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“Las mujeres no se sienten jamás valoradas después de una estancia en prisión”

Isabelle Rome, Magistrada de la Corte de Apelación de Versalles (París)

Patricia Burgo Muñoz

Las dificultades para identificar situaciones de maltrato, superar la violencia machista y encontrar herramientas para el empoderamiento son algunos de los obstáculos que se encuentran las mujeres que sufren algún episodio de violencia de género. En el día internacional de la eliminación de la violencia contra las mujeres, el Ararteko y el Parlamento vasco han organizado la jornada 'Las mujeres en prisión, dificultades añadidas' para contribuir a la sensibilización sobre una realidad menos conocida: la situación de las mujeres presas y sus dificultades como mujeres y como madres durante su estancia en prisión, lugares en los que las mujeres aún disponen de menos recursos para la visualización de su situación y su empoderamiento real.

La magistrada de la Corte de Apelación de Versalles, Isabelle Rome, se ha acercado a esa realidad y la analiza en el libro 'Dans une prison de femmes' ('En una cárcel de mujeres). Según la magistrada el tratamiento psicológico de las mujeres reclusas es mejorable, y es muy difícil predecir como será su adaptación una vez que salgan de prisión. “La reinserción es un camino lleno de trampas”, advierte.

Acude al Parlamento vasco para participar en una jornada relacionada con la eliminación de la violencia contra la mujer ¿qué dificultades añadidas encuentran las mujeres que están en prisión en este sentido?

Hay que recordar que la detención es dura para todos, tanto para hombres como para mujeres. En Francia la superpoblación es una lacra y suscita tensiones y violencia. Pero las mujeres sufren particularmente en prisión. Físicamente, siendo a veces afectadas por enfermedades como la hepatitis o infecciones de piel. Pueden también perder el pelo y los desordenes ginecológicos son muy frecuentes. Pero psicológicamente también es muy difícil. Las mujeres no se sienten jamás valoradas después de una estancia en prisión, mientras que para los hombres es un momento prácticamente normal dentro de su vida de delincuentes. Además el encarcelamiento es una prueba terrible para las que son madres y tienen a sus hijos en el exterior.

¿Tienen en cuenta las instituciones y el sistema legal estas dificultades añadidas?

Se han hecho esfuerzos para tomar medidas a nivel psicológico con las detenidas que reconocen que un seguimiento así puede ayudarles. Pero las reclusas se lamentan de un consumo excesivo de ansiolíticos, que se distribuyen “como caramelos” según cuenta una presa, mientras que el acceso a la medicina general no es tan simple.

Según el centro, el seguimiento psiquiátrico puede ser aleatorio. En la cárcel de Versailles, por ejemplo, el psiquiatra viene únicamente dos veces al mes. Así que algunas mujeres encarceladas presentan problemas mentales serios, como esa joven que tan pronto como fue liberada agredió a un policía para regresar a prisión y más tarde romper toda su celda.

Se han realizado mejoras a este respecto pero sería necesario también que el personal recibiera cierta formación en psiquiatría. Si bien es cierto que no son sanitarios se ven a veces indefensos frente a comportamientos patológicos que no saben cómo afrontar.

Muchas de las mujeres que se encuentran en prisión han sufrido episodios de violencia y abusos ¿reciben algún tipo de ayuda en la cárcel para afrontar estas situaciones?

Las reclusas pueden atenerse a un plan psicológico. La terapia es principalmente clínica en una relación dual entre paciente y sanitario. A veces es poco oportuno organizar grupos sobre temas como el de la violencia conyugal, aunque estén adaptados a este tipo de problemática en el exterior, ya que en prisión la palabra también es “prisionera” de la mirada de los demás con quien conviven permanentemente. Muchas veces sufren comentarios hirientes de sus compañeras, burlas, vejaciones durante los paseos en el patio donde todas esas mujeres, a veces “magulladas”, deambulan juntas durante una hora y media, una o dos veces al día.

¿Qué posibilidades tienen estas mujeres de volver a ser víctimas de violencia de género una vez que salen de la cárcel?

¿Qué pasa una vez que son liberadas? Sería muy arriesgado adelantarse a eso. ¿Llevarán una vida radicalmente diferente siendo más autónomas, más responsables de ellas mismas, más libres que antes? ¿O volverán a sus trabajos? ¿Entablarán otra vez relaciones con hombres que les pongan en peligro?

La reinserción es un camino lleno de trampas. Soumia, encarcelada desde hace 15 años, liberada al final de una pena de 24 años, se volvió toxicómana en prisión. Tuvo miedo de la libertad y se rencontró con su amor de juventud y el alcohol. Reincidente. Retrocedió a la casilla de la prisión.

Entonces, es necesario preparar la salida de la prisión. Las detenidas tienen que ser acompañadas no solamente en el interior de los muros sino también en el exterior. Con este objetivo, se deberían multiplicar las medidas de reajuste de penas: permisos de salidas para mantener vínculos familiares y readaptarse progresivamente a la vida en libertad, libertad condicional anticipada con un control y seguimiento por parte de un juez y un consejero de inserción. En un cuadro como este la posibilidad de reincidir es casi dos veces menor.

Comentaba el sufrimiento que produce a estas mujeres ser madres en prisión, ¿cómo viven la maternidad estas mujeres?

Con mucho dolor. Se sienten juzgadas por segunda vez, ya que tienen la impresión de que se les prohíbe también “ser madres”. Sophie fue encarcelada por una pena antigua cuando su bebé tenía 8 días. Se la metió en un centro y no lo volvió a ver en cuatro meses. Todas las madres se lamentan por no poder seguir la educación de sus hijos, ya que se encargan de estos los servicios sociales a partir de su encarcelamiento. Los ven poco. Pero luchan por ellos: les envían los frutos de sus exangües ingresos y hacen todo lo posible para poder mantener su alojamiento, ya que si lo pierden saben que no podrán volver a vivir con sus pequeños. Pienso que como jueces debemos pensar en ellas y en sus hijos a la hora de pronunciar nuestras sentencias. El sistema penitenciario debería también evolucionar para respetar mejor la dignidad de estas mujeres como madres y no privar a sus hijos de sus “mamás”.

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