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Adiós a Guadalupe Tempestini, la maga que dio vida a los títeres

Guadalupe fue promotora del Festival Internacional del Títere
13 de junio de 2025 22:25 h

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La palabra “títere” llegó a mi vida de la mano de Guadalupe Tempestini. Tengo un recuerdo nítido, de esos que el cerebro decide, por razones misteriosas, conservar para siempre. Soy una niña muy pequeña y estoy en el patio del Teatro Lope de Vega. Tengo telas de colores en las manos, pegamento, tijeras, botones, y estoy dando forma a una criatura inventada. A mi alrededor pululan figuras de madera, de papel, de cartón; seres diminutos y expresivos que parecen compartir con nosotros, los niños, un lenguaje secreto. Son los primeros años de los ochenta y aquello son los comienzos de uno de los eventos culturales más hermosos que ha dado la ciudad de Sevilla: el Festival Internacional del Títere, el más antiguo de España.

Guadalupe había llegado poco antes desde Rosario, Argentina, en 1981, huyendo de la sangrienta dictadura de Videla. Ya lo había hecho su compañero, Alcides Moreno, a quien la dictadura había condenado al exilio mediante la llamada “Ley de Prescindibilidad”. Ambos tuvieron que dejar atrás sus trabajos, amigos, familia y empezar de cero con dos hijos pequeños y unas pocas maletas con títeres y máscaras.

En Sevilla encontraron una ciudad que aún despertaba de su propia dictadura, pero también solidaridad y mano tendida. Unas de esas manos fueron las del gestor cultural Chus Cantero y el director teatral y dramaturgo, Pedro Álvarez Osorio. Junto a ellos levantaron la primera edición de la Feria del Títere en 1981. Contaba Guadalupe que como la gente había olvidado los títeres, tuvieron que disfrazarse y recorrer las calles de la ciudad para animar a los espectadores. Aquello acabó siendo uno de los festivales de artes escénicas más importantes de este país, con 44 ediciones celebradas y habiendo acogido a 440 compañías de 39 países y más de 800.000 espectadores.

Bajo su mirada sensible y rigurosa, el Teatro Alameda se convirtió en un espacio de referencia con una programación que no trataba a los niños con condescendencia, sino con respeto y curiosidad

Guadalupe fue maestra, antropóloga, gestora cultural, pero sobre todo una ferviente militante del arte para la infancia. Fue una mujer con una visión, de esas que tan raramente vemos en los últimos tiempos. Sabía de la potencia poética y transformadora del teatro en la infancia. Y con esa visión dirigió el Teatro Alameda desde 1990 y creó el programa 'El teatro y la escuela', que durante décadas llevó a miles de niños por primera vez al teatro. Muchos, después de aquello, nos convertimos en espectadores para siempre.

Bajo su mirada sensible y rigurosa, el Teatro Alameda se convirtió en un espacio de referencia con una programación que no trataba a los niños con condescendencia, sino con respeto y curiosidad. Guadalupe siempre creyó en la cultura como forma de comunidad, de comunicación, de expresión, de emoción. En su voz, la palabra “títere” adquiría una dignidad y una dimensión que nunca jamás le oí a nadie más. Era la guardiana de un fuego antiguo cargado de futuro.

Fue impulsora de redes internacionales como UNIMA y ASSITEJ, diseñó políticas culturales, recibió el Premio Nacional de Teatro para la Infancia y la Juventud, y fue la promotora de nuevos festivales como Circada. El día que se jubiló, el Teatro Alameda colocó una butaca con su nombre, para que siempre pudiera ir a ver los espectáculos a la que era su casa.

Guadalupe era la risa, la vitalidad en persona, la guerrillera lista y brillante, la única persona que me seguía llamando “Laurita” y sonaba igual que cuando lo hacía mi abuela

Me resulta extraño hablar de Guadalupe en pasado, se me hace rarísimo escribir sobre su dimensión profesional con una impuesta distancia para que el amor que sentía, que siento, por ella no empañe el reconocimiento de todo lo que hizo esta increíble mujer por esta ciudad, y todo lo que sus habitantes le debemos.

Para mí, Guadalupe, mi tía sin necesidad de consanguinidad, amiga íntima de mis padres, familia elegida de esos argentinos que, como mi padre, como ella, dejaban con dolor una vida al otro lado del océano y tenían que recomenzar entre empanadas y tostadas con aceite de oliva, para mí, decía, Guadalupe era la risa, la vitalidad en persona, la guerrillera lista y brillante, la única persona que me seguía llamando “Laurita” y sonaba igual que cuando lo hacía mi abuela.

Este sábado sus amigos y familiares la despedirán en Sevilla. Y me imagino que, de alguna manera, ahí estarán los títeres, sus viejos y queridos amigos, susurrando, cuidándola, dándole las gracias, haciéndole la última reverencia. Gracias Guadalupe, te extrañaremos mucho.

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