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Calendaria
“Aberración”. “Degeneración”. “Vergüenza”. “Insultante”. “Lamentable”. “Retrógrado”. “Extremista”. “Incita a la violencia”. “Si la Fiscalía se querella, yo lo aplaudo”. “¿A esta hora aún no ha sido cesado el responsable?”. “Hay que estar enfermo”. “Estamos volviéndonos locos”. “Me da asco, no sé decirlo de otra manera”.
Estos que estás leyendo son comentarios reales, de personas reales, aparecidos en los últimos días en redes sociales, blogs, artículos de prensa y tertulias de opinión. ¿Hablaban tal vez del caso de abusos sexuales en la Universidad de Sevilla? ¿De la corrupción? ¿Del muro de Trump? ¿De los refugiados que se congelan en Lesbos? ¿Del último atentado del ISIS? No, no. Hablaban del Calendaria, el almanaque de 2017 publicado por la Universidad de Granada, en el que para llamar la atención sobre la desigualdad de las mujeres se les ha ocurrido rebautizar los meses del año en femenino: enera, febrera...
Yo no sé si la iniciativa, capitaneada por mi admirado Miguel Lorente, es la última revolución del feminismo o una tontada, como han opinado otros tuiteros menos exaltados. No lo encuentro particularmente ingenioso, pero ése no es el verdadero problema. Tampoco recuerdo respuestas tan acaloradas cada vez que se ha publicado el calendario de Interviu o el de Pirelli (ahora astutamente reconvertido al “feminismo”). ¿Habría habido una reacción tan furibunda, imaginemos, ante una campaña contra el maltrato infantil donde hubieran tenido la ocurrencia de llamar a los meses “enerito” y “febrerito”? ¿Se le hubiera hinchado la vena del cuello a alguien? ¿Se habría dicho que perjudica a la causa? ¿Lo hubiera considerado algún columnista una provocación del lobby infantinazi que no puede quedar sin respuesta?
Tampoco creo, y pena me da decirlo, que este Calendaria marque un antes y un después en la lucha por la igualdad, ni que lo pretenda. Ojalá fuera tan sencillo. De igual manera que, seguramente, ponerle falda a los muñequitos del semáforo, como se decidió el año pasado en Valencia con gran polémica, no es la piedra filosofal para la liberación femenina. Me encantaría que fuera tan fácil. Pero no pienso, desde luego, que hagan daño a nadie, ni que sean iniciativas inútiles. Como mínimo, generan visibilidad al problema y estimulan un debate necesario. Lo que me genera perplejidad y preocupación es que ejemplos como éstos, igual que ocurrió con el famoso desliz de la ministra Bibiana Aído con los “miembros y miembras” despierten en algunos el deseo de sacar los tanques a la calle o de inundar twitter a salivazos.
A veces, estas historias que pueden parecer anécdotas sirven, quizá mejor que otros casos mucho más graves y trascendentes (como el asesinato de una mujer), para tomar de forma más ajustada la temperatura a nuestra sociedad, a una parte de ella al menos. Cuando una iniciativa inofensiva como ésta, en gran medida insignificante (ojalá que no lo fuera), legítimamente discutible, probablemente mejorable, despierta en algunas personas una sensación tan aguda de ultraje, de agresión, de insulto, se me ocurren dos conclusiones:
La primera, que nos queda aún mucho, mucho por caminar. Muchas resistencias por vencer. Y muchos hombres y mujeres por convencer. Y la segunda, que si un simple calendario nos da la excusa para hablar de ello, aunque sea solo durante este mes de enera, algo habremos conseguido.