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Yoldi, Saldaña y Quílez, tres científicos de la Universidad de Granada que querían defender “la democracia por encima de todo”

Jesús Yoldi, con gafas, junto a sus alumnos de la Universidad de Granada

Álvaro López

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“Esposa amada, mi queridísima Beatricilla. Te mando esta cartulina como corresponde a un hombre que va a morir”, escribe Jesús Yoldi Bereau (Arizcun, 1894) en un papel de despedida para su mujer, Beatriz Pérez. Cuando lo hace, sabe que son sus últimas palabras y que quizás ella jamás llegue a leerlas. Está a pocos minutos de ser fusilado ante las tapias del cementerio de San José en Granada a manos de los golpistas en la España que vivía los primeros meses de la Guerra Civil en 1936. Su adiós, inminente, no borrará jamás la historia de un hombre que junto a Ángel Saldaña (Tardajos, 1892) y José Domingo Quílez (Calatayud, 1903) se adelantaron a su tiempo para ser tres mentes brillantes y científicas de la Universidad de Granada (UGR). Tres personas a las que homenajeó la institución en un acto de reconocimiento y reparación.

Historiadores y profesores de la Universidad han indagado sobre el pasado de algunos de los intelectuales que tuvieron la mala fortuna de nacer en una época en la que eran perseguidos por sus ideas políticas. Ese es el caso de Jesús Yoldi Bereau, que llegó a ser alcalde de Granada, pero también de Ángel Saldaña y José Domingo Quílez. Sobre quiénes fueron y por qué estuvieron en la lista negra del fascismo español, han escrito Pedro Luis Mateo Alarcón, profesor emérito de la UGR, Carmen Morente Muñoz, escritora e historiadora, y Roque Hidalgo, profesor de física de la misma institución. Los tres han logrado hacer un retrato muy completo sobre tres maestros queridos por sus alumnos.

“Les persiguieron porque buscaban una España mejor. Buscaban una España en la que la clase ociosa, la que vivía de las rentas y generalmente nobles, no siguiera construyendo un país retrasado y atrasado”, explica Roque Hidalgo. Este profesor universitario siente cierta conexión sobre todo con Jesús Yoldi porque conoció su historia casi de casualidad. En 2013, participó en la redacción de un libro sobre los primeros cien años de la Facultad de Química de la UGR con el que supo de la existencia de Yoldi, pero también de Saldaña y Quílez: “Todos estos intelectuales obedecían a un ideal liberal-progresista, de manera que lo que pretendían era hacer reformas y cambiar la estructura de poder político, construyendo instituciones económicas diferentes que incorporasen la ciencia como motor de la economía. Por eso se cebaron con todos ellos”.

Más ciencia y menos terratenientes

Fruto de esa ambición, la composición democrática de Granada pasó de estar ocupada sobre todo por abogados y propietarios de grandes tierras a abrir hueco a científicos y médicos. De esa forma, en 1932, Jesús Yoldi llegó a ser alcalde de la ciudad durante unos meses, acompañado por Ángel Saldaña como primer teniente. Un panorama impensable años atrás que este tipo de personas hicieron posible. “Querían construir una España y una vida mejor y para eso había que recuperar todo el tiempo perdido desde que se derogaron las Cortes de Cádiz”, asegura Roque Hidalgo. Pero de lo que menos disponían era precisamente de tiempo.

Antes de que la Guerra Civil les atrapase, Yoldi y Saldaña trabajaron como profesores en la Universidad de Granada. El primero como químico y catedrático de esa especialidad y el segundo como profesor adjunto de matemáticas. Los dos habían llegado procedentes del norte de España a lo largo de la década de los 20. Una época en la que la mayoría de los profesores de la UGR no eran granadinos. Años después, en 1931, entraría en el claustro el joven José Domingo Quílez, que era una eminencia como físico y meteorólogo, hasta el punto de que con 18 años había trabajado como tal en el aeródromo de Armilla, a pocos kilómetros de Granada capital. Cuentan quienes le han estudiado, que fue una de las mentes más brillantes y que más apostó por renovar la forma de entender los estudios universitarios.

Una batalla contra el retraso cultural

Llegó a investigar las posibilidades de inundaciones en Zaragoza por desbordamientos del Ebro en una época en la que apenas había datos al respecto. Su trabajo fue tan minucioso que aún hoy se sigue usando como referencia. Un profesor de física que junto a Saldaña y Yoldi representan la intelectualidad que empezaba a emerger en las instituciones educativas de entonces. “En la universidad había una élite intelectual que estaba implementando técnicas que estaban ya a nivel internacional y que eran la base del desarrollo industrial que podría tener lugar. En Granada, como sí hubo desarrollo industrial (entre 1884 y 1904 se crearon más de 20 ingenios azucareros), Jesús Yoldi propuso crear una asignatura para que sus estudiantes (de ambos sexos, lo que era raro para entonces) fuesen a visitar aquellas fábricas. Todo estaba desarrollándose para que por fin tuviésemos instituciones inclusivas para salir del atraso del siglo XVII por culpa de la corrupción”, sostiene Roque Hidalgo.

En esa batalla contra el atraso social que vivía España, Jesús Yoldi fue una figura destacada políticamente. Persiguió la corrupción en diferentes ámbitos y fue señalado por ello. Como alcalde de Granada, llegó a echar a algunos corruptos del Consistorio y no se amilanó ante las amenazas que recibía. Según Roque Hidalgo, “estos científicos llegaron a la conclusión de que había que defender la democracia por encima de todo y para ellos democracia significaba República”. Su forma de entender el progreso de la mano de la ciencia, en sintonía con las vanguardias europeas más innovadoras, fue lo que les condenó. “Trataron de cambiar las cosas y que los españoles pudieran vivir mejor”.

Cuando la Guerra Civil estalló en el verano de 1936, el azar jugó su papel en la vida de Ángel Saldaña, José Quílez y Jesús Yoldi. La suerte les deparó diferentes destinos en una ruleta rusa en la que los golpistas querían acabar con ellos. El que tuvo más fortuna de los tres fue Saldaña que, aunque perseguido y depurado por el franquismo, logró sobrevivir y reingresar como profesor en el instituto Padre Suárez de Granada. En la década de los 60, se jubilaría como docente en instituto Cardenal Cisneros de Madrid. En todo ese tiempo, aunque repudiado, logró ganarse el cariño de sus alumnos quienes lo recuerdan como uno de los mejores maestros de matemáticas que nunca tuvieron, aunque trataran de arrinconarlo para que no forjase generaciones de librepensadores.

La historia de José Domingo Quílez no fue tan afortunada como la de Saldaña. En su caso, no estaba en Granada cuando empezó la guerra, sino que se encontraba en Santander. Como no lo encontraron, pudo huir llegando a dar clase como profesor asociado en la Universidad Autónoma de Barcelona. Pero como nunca ocultó su compromiso con la República, en 1937 tuvo que exiliarse a Toulouse, no sin antes participar en varios actos en los que solicitaba ayuda internacional contra los bombardeos aéreos a su universidad. Por desgracia, la diabetes se lo llevó al poco tiempo de llegar a su exilio francés y Quílez abandonó este mundo con tan solo 36 años. Sin embargo, aún tendría que sufrir la persecución fascista una vez muerto porque el Tribunal de Responsabilidades Políticas de Granada le impuso una multa a su viuda por haber sido beligerante con el movimiento golpista.

Torturado hasta la locura

El que peor destino tuvo fue Jesús Yoldi. El exalcalde de Granada y catedrático de química, fue detenido en aquel verano de 1936 cuando estaba en casa de sus suegros en Capileira, en pleno corazón de La Alpujarra. Sufrió una agonía final que casi borró todo lo que quedaba de él antes de acabar muerto. El profesor universitario fue torturado obligándole a cavar fosas comunes en Alfacar y Víznar, mientras veía a decenas de personas morir asesinadas. “Aquello le llevó a la locura, hasta el punto de que recibió un permiso de tres días y se encerró en una habitación de su casa con las persianas bajadas, en completa oscuridad, sin hablar con nadie”, explica Roque Hidalgo, según el testimonio que le contó Antonio Luis Yoldi Pérez, hijo de Jesús.

Paradójicamente, encerrado en aquella habitación a oscuras viviría sus últimos momentos de libertad. Volvió a ser detenido por los golpistas y el 23 de octubre acabó siendo fusilado frente a las tapias del cementerio de Granada. Murió el mismo día en que lo hacía el rector de la Universidad, Salvador Vila, aunque a varios kilómetros de distancia. Hidalgo asegura que “la violencia que sufrió fue tan extrema que el historiador Ian Gibson llega a asegurar que Jesús Yoldi llegó a cavar la tumba de Federico García Lorca”. Un hombre, el poeta, al que el exalcalde admiraba y con el que llegó a fotografiarse en vida, tal y como recordaba orgulloso su propio hijo cada vez que enseñaba la imagen.

En medio de tanta desgracia, Yoldi tuvo la macabra fortuna de tener un familiar militar que le ayudaría a escribirle una carta a su mujer antes de morir y a que sus restos pudieran ser rescatados antes de ser enterrados en una fosa común. “Jesús tuvo siempre una tumba identificada. Hasta el año 70, cuando muere su mujer, estuvo en el cementerio de San José”. Entonces, sus restos fueron trasladados hasta Capileira donde reposa junto a su “Beatricilla” y sus hijos. Uno de ellos, Antonio Luis, pudo vivir lo suficiente para ver cómo se homenajeaba a Jesús Yoldi en un artículo sobre su vida. “Le mirabas a los ojos y veías su emoción al sentir que por primera vez alguien recordaba a su padre”.

“Se ha sido muy injusto con esta gente. Los tres eran grandes profesores. Los tres eran grandes personas”, recalca Roque Hidalgo sobre tres mentes lúcidas que fueron destruidas por la barbarie. Los golpistas acabaron con Ángel, con Jesús y con Domingo, pero con su legado no lo lograron. Hoy, la historia les reserva un espacio escrito con tinta indeleble que permite recordar que no existe el futuro si se olvida a quienes construyeron el pasado.

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