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Mujeres trans, pioneras de la lucha por la libertad sexual y heroínas de una “doble transición” en la España posfranquista

Mar Cambrollé y Soraya González, dos de las protagonistas del libro, junto a su autor, Raúl Solís

Javier Ramajo

Repudiadas por el franquismo, marginadas, encarceladas, sobrevivieron a la intolerancia en blanco y negro y encabezaron las primeras manifestaciones de lucha por la libertad sexual en España cuando el dictador ya se había marchado para siempre. Un libro repasa las vidas de algunas de esas mujeres transexuales que “han desaparecido del relato triunfador” del movimiento LGTBI y que son verdaderas supervivientes de aquellos que no quisieron ni quieren entender la diferencia. “Petróleo, Salvaora, Silvia, Miryam, Mar, Soraya, María José o Manolita son mujeres que se rieron de la dictadura en su cara”, dice Raúl Solís, autor de 'La doble transición'

El 31 de marzo se conmemora el Día Internacional de la Visibilidad Trans. Este libro, prologado por la vicepresidenta del Consell de la Generalitat Valenciana, Mónica Oltra, surge precisamente “por la necesidad de contar la historia LGTB con los ojos de quienes la protagonizaron, que fueron las mujeres transexuales. Ellas lideraron, valientes, aquellas primeras marchas, en Andalucía, en España y, un poco antes, en 1969, en Nueva York, que es donde arrancó la lucha por la libertad sexual. ”Estaban en las cabeceras de todas las manifestaciones. Ahora no están ni en la cola. El movimento LGTBI se las ha tragado y las ha invisibilizado“, explica Solís a eldiario.es Andalucía.

Invisibilización

Cuesta trabajo ver a mujeres transexuales en las marchas LGTBI para reclamar mayores derechos, apunta el autor. En Sevilla, el pasado año, el Día del Orgullo LGTBI se dividió en Andalucía por primera vez en 40 años con dos manifestaciones paralelas. Y sobre todo, “no se ve a mujeres transexuales de más de 60 años, que son las que protagonizan el libro y que tienen la característica común de haber transitado por la exclusión social”.

Acerca de los motivos de esa invisibilización, Solís explica que las mujeres transexuales “no pueden ser productos de consumo, porque en su mayoría son pobres, porque el abandonar el hogar familiar y haber sido excluidas del mundo del trabajo, no tienen capacidad de consumo. En el mundo gay actual está muy asumido por el capitalismo. Si no tienes capacidad de consumo como grupo social, no tienes capacidad para ser visible”.

Cierto es que el respeto social hacia el colectivo transexual ha avanzado de un tiempo a este parte, pero aún falta camino por recorrer, explica el autor. “Hay familias que crían a sus hijos con cariño y hay mucha más empatía de la sociedad hacia las personas transexuales, pero eso no nos puede llevar a pensar que eso es lo general. Se siguen dando casos de chavales jóvenes que son expulsados del hogar y esa realidad hay que tenerla presente para cambiarla”.

Historias de superación

Las protagonistas de libro saben bien cómo ha evolucionado la sociedad española. A ellas, que abrieron el paso, “si les hubiera contado que un niño con 14 años puede ahora tomar bloqueadores hormonales o que en cualquier instituto de Andalucía cualquier joven transexual va a ser tratado por su sexo sentido, no se lo hubieran creído, porque ellas con esa edad recibían palizas, detenciones, violaciones y encarcelamientos. Evidentemente, se ha avanzado muchísimo a favor de la libertad sexual y, sobre todo, de las mujeres transexuales”, explica el periodista, nacido en Mérida en 1982.

Entre las historias que novela, el autor destaca quizá la de Mar Cambrollé. “Desde el barrio más pobre de España, con el rechazo de su familia desde los 10 u 11 años, durmiendo con un cuchillo debajo de la almohada, expulsada de la escuela con 13 años... y ahora es impulsora de leyes de transexualidad hiperavanzadas a nivel europeo y dando charlas a los médicos sobre cómo afrontar la realidad trans. Me parece una historia de superación brutal”. O la de Silvia Reyes, nacida en Las Palmas y que vive en Barcelona, “de una familia muy afín al régimen, de clase alta, que la repudia, encarcelada en La Modelo y en la prisión de Badajoz, y que ha vivido siempre de la prostitución y ha sido también una gran activista”.

También se narra la vida de Miriam Amaya, que vive en Zaragoza y que “su familia, gitana, pese a los clichés que se puedan tener, fue la que mejor la aceptó de todas las protagonistas del libro”. Está también Manolita Saborido, 'la otra Manolita Chen', “la primera mujer transexual con proyección pública en España a finales de los 60, además de ser la primera madre transexual, que adoptó en 1982”.

Solís explica que “una de las realidades de las mujeres de esta época es que el VIH, la prostitución, la violencia y la drogadicción provocaron un genocidio entre las mujeres transexuales que nacieron durante el franquismo”. Su esperanza de vida era de 35-40 años, detalla, ejemplificando que, de la fotografía que viste el libro, de la primera manifestación en Barcelona en 1977, solo Silvia Reyes está viva, Silvia. “Son supervivientes de una época muy dura para ellas”, dice.

A juicio del autor, la sociedad española está “muy preparada para la aceptación de la transexualidad”, gracias en gran parte a las leyes que se han ido aprobando, “pero es muy importante el movimiento social”. Y ahí se detiene: “El movimiento social LGTB no ha sido muy beligerante por la causa transexual y creo que se debe de escindir de la ecuación LGTB y trabajar por su realidad. No tiene una sola ley que les reconozca derechos. La ley de 2007 lo único que hizo fue permitirles el cambio de nombre pero a cambio de su esterilización y de presentar un informe de que no están locas. España sigue tratando a las personas transexuales como enfermas mentales. El año pasado se presentó una ley pero no se llegó a tramitar”, apunta en referencia a la norma registrada por Unidos Podemos en el Congreso.

“Las minorías necesitan derechos, no ser bandera electoral”

Raúl Solís considera que “las personas transexuales han sido toda la vida visibles, lo que necesitan es igualdad, un marco que les permita ser iguales al resto de ciudadanos”. “No veo peligro de involución. No se puede hacer política en base al miedo. Las minorías necesitan derechos y no ser bandera electoral de ningún partido”, apunta.

Con pensiones de entre 400 y 600 euros, o en pisos de 40 metros cuadrados, como se cuenta en el libro. “Tienen que ir a pedir comida porque su situación es muy, muy precaria, porque al haber trabajado en la prostitución o en el espectáculo no han cotizado a la Seguridad Social. Deberían incluirse en una ley pensiones vitalicias para este tipo de mujeres para que, en el final de su vida, pudieran vivir con cierta dignidad, porque el régimen franquista lo que hizo fue matarlas en vida al no permitirles su integración en la vida civil”, señala.

El libro aporta el contexto histórico en el que estas mujeres vivieron. En 1970 se aprobó la Ley de Peligrosidad Social, por la cual muchas personas homosexuales entraron en la cárcel “pero que se llevó por delante a una mayoría de personas transexuales, un 70-80%”. Se derogó en 1979 pero no salió del Código Penal hasta 1995. En 1982, con la Ley de Escándalo Público, que hizo que personas transexuales fueran detenidas por la calle hasta el año 1988. Esto es, las personas transexuales “tardaron 29 años más que las demás en acceder a la democracia y fueron sacadas de las cárceles dos años después que los presos políticos. Este país tiene un importante debe con las mujeres transexuales”, sintetiza el periodista.

“La transexualidad no es un hecho médico sino psicosocial. Hay que sacarlo de la medicina. El discurso biomédico ha hecho muchísimo daño a las personas transexuales, como el hecho de pensar que viven en cuerpos equivocados, que les falta algo o que no son mujeres u hombres completos”, señala Solís.

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