Matrimonio indisoluble Cataluña-España decretado por cura andaluza
Vaya por delante que cuando veo a los animales fascistas irrumpir con su ulular lobuno en el Centro Cultural Blanquerna y arremeter contra el diputado Josep Sánchez Llibre (CiU) -en gesto que tanto recuerda al de Tejero con Gutiérrez Mellado- me entran ganas urgentes de aprender catalán y declamar frases en alta voz por la calle y no en la intimidad como Aznar. De forma equivalente a cuando veo, en Casablanca, a los nazis en el café de Rick y siento impulso de levantarme y entonar la Marsellesa. U observo la recogida de cadáveres en aguas de Lampedusa y grito “¡Vergüenza!”, en español, italiano o somalí o eritreo, aunque coincida con Francisco, porque lo que es de justicia, lo es.
Siga a esta consideración, que no me siento nacionalista, ni andaluza, ni española. Que veo mi nacimiento en este punto del universo un mero accidente y que no es que crea sino que sé que hay miles de lugares para disfrutar de una relajante taza de café con leche tanto o mejores que la Plaza Mayor de Madrid. O la Alameda de Sevilla.
En estos tiempos de imposición de uniformidad -globalización mediante-, con el inglés como lengua franca y las manifestaciones culturales de las provincias imperiales -libros, cine, música- desapareciendo precipitadamente, bajo el rodillo de best-seller, megaproducciones y superstars, más que nunca considero un tesoro a preservar las lenguas con menos hablantes, las más amenazadas de extinción.
Dicho lo cual, qué pena y qué casualidad que la reivindicación del respeto por un idioma, una cultura, un sentimiento nacional, una legítima aspiración de organizarse de otro modo, de independizarse y auto-constituirse en Estado-nación (justo ahora que parece que éstos de nada valen y el bacalao lo parte el club Bilderberg, o alguno de los G -7, 8, 20) se mezcle con el cochino dinerocochino dinero. “Que nosotros pagamos mucho, que ellos pagan menos; que ellos pagan más porque se hicieron ricos con el sudor de nuestros emigrantes; que emigraron porque no tienen una clase empresarial, sino señoritos de caballo”.
Y no es casualidad. No puede serlo. Porque siendo las situaciones complejísimas, en la antigua Yugoslavia, en la actual Bélgica de fondo está la pujanza económica de la región que se siente fuerte económicamente, que no quiere compartir. Algo por lo que los andaluces no debemos llevarnos las manos a la cabeza. ¿Estaríamos nosotros dispuestos en la situación inversa? ¿Acogemos con los brazos abiertos a los inmigrantes magrebíes, subsaharianos, latinoamericanos, rumanos? ¿Cuánto compartimos con los nacionales de esos países que trabajan y viven a nuestro lado? El rico, por poco que lo sea, el más rico con respecto a otro más pobre, siempre se aleja, o lo desea.
En esas estamos cuando nuestra presidenta lanza que el expresidente Zapatero, de su partido por cierto, se equivocó al declarar que aceptaría el resultado del Parlamento catalán: el estatuto que democráticamente aprobara su cámara. Cataluña -según Susana Díaz- jamás se podrá separar de España. Pasa por alto, a mi humilde parecer, cuestiones varias. Los sentimientos no pueden abolirlos las palabras, ni siquiera las escritas en la Sagrada Constitución. Y eso es algo quien apeló a “su piel” en el juramento del cargo -diciendo que se la dejaría en luchar contra la corrupción- debería saber. Pero dejando pieles aparte y visceralidades, aquí ante lo que estamos es ante una crisis institucional. Porque o bien los parlamentos autonómicos tienen legitimidad para tomar decisiones y llevarlas adelante, o no. Y si en Andalucía el Gobierno regional presidido por Díaz, achaca al central que no respete las legítimas decisiones como el decreto-ley de vivienda, o pervierta el Estatuto por asfixia presupuestaria, ¿cómo critica la aprobación del estatuto catalán por su Parlamento?
De las palabras de la presidenta se infiere que “lo que ha unido el hombre, no lo separa ni Dios”. Pero no tengo yo mucha confianza. Las uniones políticas de territorios (por más antiguas que sean) son arbitrarias. Como las humanas, vaya. Y si la Iglesia católica con todo su aparato de persuasión-imposición no ha logrado evitar divorcios y anulaciones, incluso entre parejas de fieles muy devotos, muy de orden, muy de derecha, ¡ministros del PP entre ellos, aristócratas, grandes empresarios, navieros, banqueros... miembros de la Casa Real, no digo más! ¿Cómo va a dictar la presidenta andaluza, por más poderío que tenga, la indisoluble unión de Cataluña y España?
“A más a más” que diría un catalán. ¿No se atrae más con miel que con hiel? ¿No será mejor crecer como individuos y sociedad, dejarnos de niñerías (peleas de patio de colegio en que se pretende ganar y obligar) y plantearnos con madurez si queremos construir juntos, catalanes, andaluces y demás ciudadanos de lo que hasta ahora ha venido a ser España (aunque podría ser Iberia, con esos vecinos lusos fantásticos) un proyecto de convivencia que a todos nos enriquezca. Y no sólo económicamente -arrimando todos el hombro, aprendiendo unos de otros, reformando los procedimientos de aportación vía impuestos, de inversión y producción, porque todo en esta vida es perfectible-, sino cultural y vitalmente.
Con el objetivo de que los ciudadanos, seamos de donde seamos, “aportemos según nuestras capacidades y recibamos según nuestras necesidades” -que enseñaba el antiguo catecismo... comunista. A mí me parece mejor, sí. Porque una cosa es innegable, lo diga la curia de Roma o nuestra lideresa, cuánta razón asistía Galileo cuando murmuró para sus adentros: “E pur si muove”.