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CV Opinión cintillo

Soltando lastre, a título personal

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El ataque a las víctimas y a los jueces debería ser la última fase pero quizás es solo la penúltima porque la intención es permanecer al precio que sea. Salomé Pradas se sube al carrusel del PP sobre la vida privada de una jueza. El grado de desesperación define la catadura moral de algunos. Hay quien disculpa la estrategia por la gravedad de la imputación que soportan, lo que nos puede llevar a deducir que quien impulsa los ataques a la magistrada y su entorno también se reconoce de facto en esa condición, más allá de aforamientos. 

Los familiares importantes son los de los 228 fallecidos por los efectos de dana del 29 de octubre, con los que no se ha reunido Carlos Mazón. La mayoría ya son enemigos para el Consell. Vox les llamó “verdaderos interesados”, la vicepresidenta Camarero, en respuesta preparada, los señaló como de “perfil partidista”. Cuando se acusa de algo así no caben matices, especialmente cuando las acciones refuerzan la ofensa más que la disculpa. Por si quedaba alguna duda, el portavoz parlamentario popular, Pérez Llorca, les dice a quienes han perdido a sus seres queridos que si lo solicitan serán recibidos. Casi siete meses después están esperando que les pidan audiencia para agendarles una reunión. Ni su sentido del deber ni su empatía les han hecho propiciar el encuentro. La historia se repite. Víctimas de una tragedia que no pueden verse y mirar a los ojos al primero de los valencianos. 

Él prefiere lanzarse a comparar con el accidente del tren de Bejís que quedó atrapado entre llamas y causó una decena de heridos. Con los beneficiarios de la ley de solo sí es sí, o con la media docena de fallecidos en la dana de 2019. Y hasta con el proceso a la ex vicepresidenta Mónica Oltra, que, antes de conocer su final judicial, sabemos la consecuencia política que ha tenido: la dimisión. Por cifras y magnitud no parece muy hábil la estrategia de equipar los casos. Y menos, si han acabado en renuncia al cargo. De cualquier modo, nunca la comparación, con cualquier resultado, puede exculpar al analizar lo siguiente. 

El debate viciado entre el pasado y el presente se cierra con la memoria. Esa que nos lleva inevitablemente al accidente del metro. Desgraciada y vergonzosamente, las situaciones se parecen cada día más. Por el ninguneo y el ataque a las víctimas, por la opacidad y el señalamiento de los jueces que no les hacían el juego. La estrategia del presidente que no dimite ante la mala gestión que acaba en tragedia se repite. El camino está andado aunque algunos vuelvan sobre él, en estos días de actos y canciones de loa fabricadas con IA. 

Cada uno se preocupa por lo suyo y lo de menos son las víctimas, lo que pasó y lo que puede volver a ocurrir si no se mejoran los protocolos y las infraestructuras. Francisco Camps ha montado un circo con varias pistas. No repara en gastos para que le aplaudan pero no tiene la valentía ni para nombrar a Carlos Mazón después de toda una sesión circense. Ni para decir abiertamente cuáles son sus intenciones. Chirría el numerito del Veles e Vents y negar cuatro días después que quiera presidir el partido. Demuestra que no tiene el valor del que tanto presume y que le faltó durante mucho tiempo para reunirse con las víctimas del metro. A su alrededor, gente con citas judiciales en la agenda. En la pasada y en la futura. Delincuentes condenados rezando para que no lloviera en el gran acto, como algunos hacían cuando esperaban sentencia. Otros de los asistentes preferían actuar para desmontar juzgados, pero, aun así, acabaron en la cárcel. Ellos dicen ahora ser la solución y no dudan en matar al presidente, aunque sin nombrarlo. En el fondo son tan cobardes y traicioneros como siempre, como cuando la batalla era entre Camps y Eduardo Zaplana. Más historia repetida. 

La osadía de Camps no la tienen otros, siempre más atemperados. Con el congreso del PP convocado para julio, en Génova le han dado la vuelta al reloj de arena. Y también lo ven en Bruselas. Esteban González Pons acostumbra a medir sus palabras al milímetro. Por eso, les ha pedido perdón a las víctimas “a título personal” y ha retratado a quien evita las disculpas y responsabilidades tanto como reuniones incómodas. Ni él ni nadie en el PP quiere cargar con el peso de lo ocurrido en octubre en Valencia. Núñez Feijóo, tampoco. Pero tiene que gestionar esa información que dice que tuvo de primera mano y que no aparece en los listados de llamadas. Tiene que solucionar la animadversión que genera su candidata a presidenta, el nulo control que tiene del grupo parlamentario valenciano y el dominio que Vox ejerce y exhibe sobre su desesperada situación. De momento, y aunque quieran más, solo pueden soltar lastre, a título personal.  

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