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Efecto llamada, a la ignorancia

Una persona mira hacia el mar

Ignacio Vidal

En los últimos meses, con la llegada del buen tiempo, hemos visto cómo se han multiplicado las embarcaciones de personas migrantes que tratan de alcanzar las costas europeas desde el continente africano. Sólo hay algo más triste que ver cómo los cuerpos de mujeres, hombres, niñas y niños flotan sin vida en el Mediterráneo y es comprobar la indiferencia y el egoísmo que se despierta en parte de la sociedad española y europea.

Son varios los gobiernos, partidos políticos y medios de comunicación que convierten esta huida de la miseria y la violencia en una especie de amenaza de invasión. Salvarles además alimenta el efecto llamada.

Esta podredumbre moral sólo podría explicarse de una forma, la ignorancia. Una ignorancia sobre la situación que viven esas personas, sobre quién es el verdadero causante de esa situación y del impacto real que tiene su llegada a nuestra sociedad. Es enorme la desinformación y los bulos que sobrevuelan estas tres cuestiones.

Por mucho que se repita parece que no se acaba de entender. Nadie en su sano juicio se monta en una embarcación hinchable, atestada de gente, con una sola maleta y su hijo al pecho sin haber agotado todas las posibilidades de sobrevivir y buscar una vida digna en el lugar donde nació. A las personas que dudan de esto habría que pagarles unas vacaciones en Siria, Somalia, Libia o Sudán del Sur.

El segundo vértice de este triángulo de analfabetismo empático-cultural es el que versa sobre la responsabilidad. Se piensa que cada país es y ha sido siempre independiente y soberano y que si se llega a situaciones de emergencia es únicamente por el mal hacer de esas sociedades subdesarrolladas. Se ignora pues el colonialismo, el neocolonialismo, el sistema económico actual y las interferencias en la soberanía de terceros países que les impiden conseguir cualquier tipo de bienestar social. En muchos, por no decir casi todos los casos, en los que un estado ha colapsado se encuentra detrás una potencia económica mundial al acecho de recursos naturales, venta de armas, afianzamiento de posición estratégica o debilitamiento de un enemigo. Las sociedades enmarcadas en esos lugares son solo víctimas, aunque participen del conflicto al que se les ha llevado.

Por último nos encontramos con el cuento del lobo, la búsqueda del enemigo ficticio o el lema “soluciones fáciles a problemas difíciles”. Esta no es otra cosa que la explicación que han venido dando políticos de todo el mundo a la pérdida en la calidad de vida en países de occidente. “El inmigrante”. Aquella persona que no tiene voz, que viene de fuera, que por derecho no le pertenece nada y es la culpable de todos los males. Sobran aquí análisis económicos acerca de la concentración de riquezas en cada vez en menos manos y empresas (Informe de Oxfam: “Una Economía para el 99%”). Sobra la lucha contra paraísos fiscales, el capitalismo clientelar, la reducción del estado, etc. La única y verdadera solución es añadir un par de ladrillos al muro de nuestras fronteras para poder volver a nuestras vidas de ensueño. No importa que dicho aluvión de personas inmigrantes no sea tal (gráficos de abajo. Informe de Oxfam: “Origen, tránsito y devolución”) o que los extranjeros inyecten a las cuentas públicas “dos o tres veces más” de lo que cuestan (Informe de La Caixa). Lo único que importa es alimentar esa ignorancia. Porque sin esa ignorancia la mirada apuntará a los verdaderos culpables, a aquellos que realmente hacen la vida más mísera al resto y que no vienen precisamente en cayuco.

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