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Diez días esperando respuesta, tensión a bordo... y por fin un puerto seguro para el Open Arms

Rescate de algunas de las personas a bordo del Open Arms que han saltado del barco este viernes por desesperación.

Karlos Zurutuza

A bordo del Open Arms —

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Hacía falta un puerto de desembarco cercano y de forma inmediata, así lo exige la ley. Desde el puente del Open Arms se enviaron decenas de emails a las autoridades maltesas e italianas; fueron decenas de llamadas de teléfono y comunicaciones por radio cruzadas con La Valeta y Roma. Y no solo eso: también se pidió a Madrid que mediara. Diez días esperando respuesta. Al final, el agotamiento y la desesperación provocaron que más de 130 individuos se tiraran por la borda frente a la costa de Sicilia.  

Era ya la misión de rescate número 76 del Open Arms, pero la primera en tiempos de pandemia. El buque de la ONG de rescate catalana zarpaba del puerto de Borriana (Castellón) el pasado 27 de agosto para sufrir 10 días de temporal a manos de un otoño que se abría paso impaciente por el Mediterráneo central. Se llegó incluso a poner sobre la mesa volver a casa para hacer un cambio de tripulación y reabastecer el barco, pero llegó la calma: las pateras volvían a salir desde la costa libia y se rescató a tres de ellas con gente que llegaba de Ghana, Sierra Leona, Nigeria, Egipto y otros tantos rincones de un planeta tan remoto como África. Eran 276 en total.

Han sido 10 días en lucha constante contra el agotamiento, el hacinamiento, el calor, el olor y la falta de sueño sobre una superficie que no deja de moverse. Intenten pegar ojo encajados en ese puzle humano sobre la tarima de cubierta. No pasa ni un día hasta que se producen los primeros roces entre el pasaje: a Stephen le han desaparecido las fotos de esos ataúdes de diseño que fabricaba con sus manos en Ghana y cree que son los egipcios; a poco metros de él (siempre son pocos), Hassan, marroquí, se queja de que le han quitado su espacio para dormir: “Yo siempre duermo aquí, ¿es que no lo sabes?”, le grita a un nigeriano que intenta ignorarle hasta que resulta imposible. Casi llegan a las manos, esas que se rocían con desinfectante antes de comer esos cuencos de cuscús con legumbre. Desinfectante también para los pies antes de entrar a uno de los dos aseos habilitados. Dos para 276. Así, 10 días.

El pasado martes por la tarde, Roma accedió a que el buque se protegiera del mal tiempo al socaire de Agrigento (Sicilia) y, de paso, poder evacuar a dos somalíes embarazadas. Nada más divisar la embarcación de la Guardia Costiera acercándose por popa, un egipcio se tira al agua. Y luego otro, y otro más. Así hasta 10. Desde el puente del Open Arms, Albert Mayordomo, el barcelonés de 38 años que lidera la primera misión de rescate en tiempos de pandemia, activa el protocolo de socorro en su buque antes de avisar a la autoridad italiana de que la gente se está tirando por la borda. «No nos hacemos cargo», responden por radio los italianos. No tardan en recular porque son sus aguas y su responsabilidad.

Todavía quedan siete hombres en el agua cuando se consigue finalmente evacuar a las somalíes. Dos horas después de que la paz vuelva a las aguas de Agrigento, Roma pide al Open Arms que ponga rumbo a Palermo. La alegría se desborda por cubierta, pero nadie, ni siquiera la tripulación, sabe que aún es demasiado pronto para cantar victoria.

Estampida

Navegar alrededor de Sicilia desde su extremo suroriental hasta el nororiental exige 16 horas de navegación. Palermo es eso que se ve a diez millas hacia las cinco de la tarde del miércoles. “¿Desembarcaremos esta tarde?”, pregunta Ayub, un bereber de Agadir que habla en nombre de los 14 marroquíes a bordo. Roma aún no ha indicado ni el dónde ni el cómo. En realidad, ni siquiera hay confirmación de que se vaya a producir el desembarco. El atardecer es precioso, e incluso se acercan tres delfines a saludar, pero los ojos de los 267 sobre la cubierta del Open Arms siguen clavados sobre la capital de Sicilia. Y así se hace de noche.

La cena será tensa. La tripulación saca de la bodega de popa las últimas latas de legumbres que se servirá con pasta. Un día más hay que gestionar el hambre y la desesperación sudando bajo el EPI, la mascarilla, unas gafas que insisten en empañarse y un cuerpo al límite por guardias dobladas. Todo hace mella, como no encontrar un simple abrelatas. Puede parecer una tontería cuando uno está en casa, pero no cuando hay que gestionar a una multitud hambrienta. Casi tres horas para dar de comer a todo el pasaje. El estómago les dará una tregua durante unas horas, pero la cabeza no descansa.

“¿Por qué estamos parados? ¿Por qué no enfilamos ya hacia el puerto?”, repite varias veces y a gritos el más alto de los somalíes. Los egipcios no tardan en sumarse a la protesta mientras dos ghaneses aprovechan para dar las gracias a los voluntarios. Se lo dicen a ellos y a los que les increpan mientras el resto intenta acomodarse para pasar una noche más en cubierta. Como cada noche, será la conquista del espacio. También en el puente.

“La gente está agotada y cada vez más nerviosa. No puedo garantizar la seguridad ni del pasaje ni de la tripulación. Es urgente que nos concedan un puerto para desembarcar”. Habla Ricardo Sandoval, capitán del Open Arms, y se dirige al Centro de Coordinación Marítima de Roma. Italia le remite a España y Sandoval estalla. “¿Se supone que tenemos que esperar tres días a que llegue un buque de rescate de Salvamento Marítimo desde allí?”. Eso o que haya un buque de la Armada en la zona, pero no es el caso. No obstante, es cierto que el protocolo le exige que llame primero a Salvamento Marítimo; desde ahí le dicen que hablarán con Roma, que permanezca a la espera.

Dan las seis, las siete y las ocho del jueves, pero sigue sin haber noticias de Roma, ni tampoco desayuno. Y lo que es más grave, el barco parece seguir donde estaba ayer a la noche. A estas alturas ya no merece insistir en el estado de ánimo del pasaje. La presión sobre el puente es tal que se opta por enfilar hacia puerto, despacio,  a tres nudos. Ha funcionado: Roma se despierta para volver a negar un puerto e intentar calmar las aguas ofreciendo un puesto de fondeo a cuatro millas. Es justo en ese punto donde se desata el caos: vuelve a caer un hombre al agua, y luego otro y otros cinco más; luego siete y, en menos de cinco minutos suman 39. “¿Me tiro yo también?”, pregunta un bangladeshí a un tripulante. La respuesta es siempre que no, y menos aún sin chaleco. Afortunadamente, todos han cogido uno del armario que forzaron durante aquellas horas en Agrigento. La Guardia Costiera remolonea como lo hizo entonces, pero pronto saldrán al rescate en una desbandada a la que se suman la Guardia di Finanza, un helicóptero y, por supuesto, los dos botes rápidos del Open Arms. Los últimos 75 en abandonar el barco son trasladados a tierra firme por una nave italiana. El resto mira desde cubierta, y en el puente siguen esperando una llamada de Roma.

Colosos

“¡Hombre al agua!”: así daban las ocho de la mañana del viernes 18. Ni siquiera un ejército de voluntarios podría evitar que alguien se lanzara al mar desde cualquier punto de cubierta. “¡No me digas que no salte, dime cuándo vamos a desembarcar!”, decía Collins, un ghanés amarrado a la borda entre el salto número 35 y el 36. No había respuestas entonces, ni tampoco cuando saltó el número 48. Ese fue el último. Todos acaban rescatados por los socorristas del Open Arms y la Guardia Costiera antes de desaparecer en un bote italiano que enfila hacia puerto. Los 140 que siguen en cubierta se preguntan si no será esa la única forma de llegar a tierra mientras desayunan Cola Cao con galletas. Hasta que suena el teléfono a las 12:46. Es la Capitanía de Palermo y pide al Open Arms que prepare al pasaje para transferirlo a un buque de cuarentena “en las próximas horas”. Un minuto después, la alegría estalla en cubierta: el movimiento del barco escoltado por los guardacostas italianos confirma que esta vez ya no hay trampa. Hay abrazos, y bailes, y lágrimas como las de Amín, un gambiano que no ve el momento de decirle a su familia que está a salvo, o las de Paola. Es la doctora milanesa que ha dedicado sus vacaciones anuales a cuidar de los que están a punto de irse y los que decidieron hacerlo en los últimos días.

No ha sido fácil. Albert Mayordomo, jefe de la misión, la describe como un “auténtico desafío”, mucho más allá de la amenaza del virus.

“La gente que hemos rescatado ha sufrido muchísima violencia y llegaban exhaustos. La negativa reiterada de puerto de Malta e Italia durante todos estos días, sobre todo estando frente a la costa, no ha hecho sino provocar un escenario de incertidumbre en el que llegaban a desconfiar de nuestra palabra. Nos pedían una solución que no les podíamos dar, y tampoco les podíamos mentir”, resume el catalán. La tensión vivida, añade, no tiene precedentes entre las 75 misiones anteriores de la ONG catalana.

Como el resto de la tripulación, Mayordomo deberá guardar una cuarentena de dos semanas en el Open Arms fondeado en la bahía de Palermo. Los migrantes la pasarán en el Allegra, uno de los cinco ferris alquilados por el Gobierno italiano. Es un navío blanco de 166 metros de eslora y diez pisos de altura, un coloso que hasta ayer mismo se dedicaba al transporte cómodo de miles de personas entre Barcelona, Génova, Atenas y el resto de los puertos principales del Mediterráneo. Los de su cuenca norte, claro.

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