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MADRID IMAGINADO
Sueño arquitectónico para una exaltación nacional: la gran pirámide franquista que pudo ser en pleno Chamberí

Sueño arquitectónico para una exaltación nacional de Luis Moya

Luis de la Cruz

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Seguramente, la última ensoñación piramidal no nata que recordamos en Madrid sea la azteca que Nacho Cano pretendía levantar de cartón piedra en Hortaleza para representar el musical Malinche. Sin embargo, han sido muchas las mentes que han recurrido a este poliedro para proyectar sus ideas grandilocuentes. En Arabia Saudí, Las Vegas o en Madrid.

El arquitecto Luis Moya Blanco proyectó con todo detalle una en plena guerra civil con la idea de exaltar la España franquista que habría de ganar la guerra y al soldado desconocido, al modo de los mausoleos faraónicos del antiguo Egipto. El que sería después de la contienda uno de los grandes exponentes del clasicismo y la reacción antimoderna en arquitectura, trataba aún de conciliar las últimas tendencias internacionales con el clasicismo en esta ensoñación juvenil .

Se trataba de un conjunto prolijo, que junto al mencionado clasicismo recogía los ecos surrealistas de la época, que también impregnaban la arquitectura. No por casualidad se llamo Sueño… El complejo incluía una gran pirámide de hormigón y para su ubicación pensó el borde norte del ensanche de Arguëlles y la zona de Chamberí aún no construida, aproximadamente donde hoy está el estadio de Vallehermoso. Una ubicación no muy lejana de la plaza de Moncloa, espacio arquitectural por antonomasia del fascismo madrileño, que abundó en proyectos colosales cuyos planos chocaron con la realidad de una posguerra yerma.

En 1930, el arquitecto había hecho un viaje de estudios a América junto con el también arquitecto (y pintor) Joaquín Vaquero Palacios con motivo del concurso internacional de arquitectura organizado por la Unión Panamericana para llevar a cabo un colosal faro conmemorativo de Cristóbal Colón en Santo Domingo. Una obra megalómana destinada a dirigir el tráfico marítimo y aéreo de las Américas.

El proyecto para el concurso de la joven pareja fue el único hispano en pasar a la última fase –finalmente, terminaría tercero– y ya incluía la idea de la pirámide maya en la base de un rascacielos. El éxito animó a los dos jóvenes arquitectos a emprender dicho viaje por tierras americanas de cara a la final, en parte sufragado por el gobierno español. Sus vivencias apuntalaron las inspiraciones que habían volcado en el primer plano: los retranqueos escalonados propios del rascacielos art-decó de la época les fascinaron tanto como Teotihuacan o Chichén Itzá. Curiosamente, en el proyecto de monumento a Pablo Iglesias, presentado para otro concurso junto al artista Enrique Pérez Comendador, también aparecerá, tras la figura del político, una suerte de sección piramidal.

Luis Moya Blanco nació en Madrid el 10 de junio de 1904 en un entorno familiar privilegiado. Su padre, Luis Moya Idígoras, era ingeniero de Caminos del Canal de Isabel II, casa para la que construyó el depósito de Joaquín García Morato. Su tío, Juan Moya, era catedrático en la Escuela de Arquitectura de Madrid. Tras pasar por la universidad, Moya Blanco comenzó a trabajar en el estudio de Pedro Muguruza a finales de los años veinte y, a la vez, a presentarse por libre a concursos de arquitectura.

Detenido durante la guerra –era monárquico, católico y de derechas– es liberado por no tener ninguna militancia política e ingresa en la sección de arquitectura de CNT, donde proyecta pequeñas obras de protección y conservación durante la guerra. Perteneció al grupo de arquitectos, emboscados a cobijo del sindicato anarcosindicalista que parió las bases de lo que sería el Plan de Madrid de 1941, conocido como Plan Bidagor.

Terminada la guerra, Moya ocupa la plaza que había ganado por oposición en la Escuela de Arquitectura poco antes del golpe de Estado e ingresa en la Dirección General de Arquitectura, liderada por su maestro Pedro Muguruza, autor de Cuelgamuros, arquitecto de cabecera del régimen y valedor del grupo de jóvenes arquitectos de Bidagor y Moya. En 1953 llegó a ser académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en los años sesenta director de la Escuela de Arquitectura y acabó dando clases en la Universidad de Navarra. En Madrid contamos con obras suyas, como el colegio mayor Chaminade o la Iglesia de San Agustín en El Viso y, seguramente, la Universidad Laboral de Gijón sea su creación más famosa.

Moya no fue el primero en soñar una gran pirámide para Madrid. El pintor Francisco de Goya hizo un par de dibujos arquitectónicos de pirámides. El primero de ellos, el que parece tener más intenciones constructivas –aunque no se llevaría a cabo– parece un gran monumento funerario con forma de pirámide escalonada, de unos treinta y dos metros de lado y unos diez de alto. El teórico de la arquitectura Chueca Goitia mantuvo que estaba dedicado a las víctimas del 2 de mayo y, según algunos, estaría pensada para ser edificado en las inmediaciones de El Retiro.

Finalmente, cabe recordar que en el propio distrito de Chamberí –en la Castellana– se levanta el Edificio Pirámide (1974-1979), del arquitecto Antonio Lamela. Un edificio estimable sin aspiraciones monumentales ni funerarias que ha quedado como la única pirámide de una ciudad donde, seguramente, este tipo de forma no pinta nada fuera de ensoñaciones y glorietas.

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