Fase abuelos
Eleonor estaba tan nerviosa por ver a sus abuelos que no ha sido capaz de resolver un problema en toda la mañana. En lugar de eso, los ha creado: tenía a su padre mosqueado porque era incapaz de concentrarse. Los abuelos de mi hija han aprovechado una visita al dentista para pasar por nuestra casa y ver a su nieta en carne y hueso por primera vez en más de dos meses.
Llevábamos días debatiendo sobre los protocolos que íbamos a establecer. La cosa había acabado en llanto en alguna de las sesiones de preparación. Nosotros, el partido en el Gobierno (de esta casa) propusimos que no hubiera contacto físico, que se mantuviera la distancia que permitieran los muebles del salón y que todos lleváramos mascarillas. La lideresa de la Oposición (Eleonor) esgrimió un argumento incontestable: “¿¿pero cómo no voy a abrazar a mis abuelos si son mis abuelos??”. El resto de grupos de la Oposición (los abuelos), con los que este Gobierno intentó entablar un pacto de coalición para sacar adelante este proyecto de visita, prefirieron abstenerse. En realidad, querían votar en contra de nuestra ley, pero se encontraban divididos entre el amor a la nieta y su responsabilidad como población de riesgo.
Las negociaciones se prolongaron hasta muy entrada la noche (en verdad, durante el confinamiento, siempre ha habido alguna excusa para que lo que sea se prolongue hasta muy entrada la noche) y los equipos negociadores se fueron a la cama habiendo hecho concesiones por ambas partes: llevaríamos mascarillas, mantendríamos las distancias y evitaríamos los abrazos. En los corrillos del pasillo, la lideresa de la Oposición dejó caer a los periodistas congregados (yo) que una cosa es a lo que se hubiera comprometido y otra muy diferente lo que fuera capaz de evitar. La pareja de Gobierno dejó clara su postura: ellos no abrazarían, y en concreto sin duda no lo haría la que el día anterior había estado tomando un mosto en la terraza del bar del barrio, dejándose besar por imprudentes jóvenes sin mascarilla. Dejaron en manos de la geometría variable que la responsabilidad del grupo abuelo de la Oposición impusiera su mayoría y se respetaran las medidas de seguridad.
A la una de la tarde sonó el telefonillo. “¡¡Los abuelos!!”, gritó Eleonor, lanzando su cuaderno de Matemáticas por los aires. Se ajustó rápidamente las gomas de la mascarilla tras las orejas, corrió dos vueltas alrededor del salón para aplacar los nervios y esperó a que ellos subieran las escaleras, sin poder contener la alegría. Cuando aquellos aparecieron por la puerta de casa hubo un segundo de contención, quizá dos. En mitad del tercer segundo el abrazo que se estaban pegando entre los tres era descomunal, colosal, soberbio, de altas cotas dramáticas hasta el punto de hundir en la categoría de tibio el que pintó Juan Genovés (que la tierra le sea leve) y calificar de desapasionado el abrazo del alma en la final del Mundial de Argentina en 1978. Además, fue larguísimo. Ni Heidi fue jamás tan entusiasta cuando se reencontraba con su abuelito en las montañas tras meses de confinamiento en la alta sociedad de Fráncfort.
Yo pensaba que no había habido niño o niña capaz de reprimir el abrazo, pero preguntando a las amigas he sabido que sí, que hay Gobiernos con guantes de hierro al lado de nuestra dictablanda de pacotilla. G., amiga de Eleonor, estaba superemocionada de ver a los suyos, fueron a su casa y cada familia se sentó en lados opuestos de la mesa del café. Me cuenta su madre que, cuando G. llegó a casa, concluyó que la visita había sido “reconfortante”. M. fue con su madre a visitar a la abuela, quien por cierto es japonesa, por lo que la cultura de la distancia ya la trae de serie. Pero la nieta, cuya sangre nipona anda ya bastante diluida, le pegó un achuchón que la abuela aguantó estoicamente. Tomaron bebidas con pajitas y se sentaron en el mismo sofá porque “estar en una casa a más de dos metros es imposible a no ser que sea la casa del rey”, dijo la madre de M. También supe que D. vio a sus abuelos por primera vez en todo este tiempo y se mantuvo a dos prudentes metros de distancia durante la visita, algo que pega con su carácter natural. En cambio, L. se tuvo que conformar con ver a su abuela desde el coche, debido a que la mujer tiene la salud delicada.
La visita de mis suegros fue corta. Por supuesto, Eleonor esperaba que se quedaran a comer, a pasar la tarde y, a ser posible, a dormir. Y, si no, al menos que se la llevaran con ellos a dormir a su casa, como hacían en la otra normalidad. Lo de desescalar paulatinamente mi hija lo está llevando peor que todo lo demás: o clausura trapense o todo ya, lo de ir poco a poco no estaba en su programa electoral. Ya anda invitando a las amigas a dormir en casa y hemos tenido que pararle los pies. Es muy probable que nos caiga una moción de censura, veremos cómo salimos de esta.
La situación actual en términos de contagio en la siguiente: 236.259 casos confirmados en España; 2.010.058 en Europa y unos trepidantes 5.370.375 en el mundo.
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