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La falacia de las políticas activas de empleo

Economistas Sin Fronteras

Juan A. Gimeno —

Se nos repite machaconamente que las políticas activas de empleo son más eficaces que las políticas pasivas porque van al origen mientras que las segundas perpetúan el problema.

Recordemos que las denominadas pasivas se concretan fundamentalmente en el pago de los subsidios a los parados. Las políticas activas se refieren sobre todo a los cursillos de formación para los parados y la intermediación en el mercado laboral (cruzar ofertas y demandas).

La denominación activa o pasiva ya va cargada de una perspectiva despectiva para las segundas. El mensaje implícito es que el subsidiado es pasivo y no se esfuerza lo suficiente para encontrar empleo. Esta idea la encontramos a menudo en los debates y declaraciones, en los tertulianos y, ahora, en varios programas electorales, de forma a veces casi explícita.

Por ejemplo, cuando se habla de programas de rentas mínimas, pero añadiendo como condición para percibirlas que el beneficiario participe en cursos y actividades de estas denominadas políticas activas de empleo. O, más sangrantemente, cuando Ciudadanos ofrece un “Complemento Salarial Anual Garantizado que complemente los ingresos laborales de los hogares y del que se beneficiarán aquellos trabajadores con salarios más bajos y empleos más precarios”. Para los parados “se combinan tres medidas: formación, ayudas en la búsqueda de empleo, y subsidios a la contratación”.

El modelo dibujado es aterrador. Viene a decir: promocionaremos el empleo de ínfima calidad, subsidiando al empresario para que contrate y compensando con fondos públicos la miseria de salarios que no permiten salir de la pobreza. Y el parado que busque trabajo si quiere alguna ayuda. Como la culpa es suya, le ayudaremos a formarse y buscar uno de esos miserables empleos que subsidiamos.

No puede aceptarse ninguna de las posiciones que estas propuestas evidencian. Dedicar fondos públicos escasos para favorecer empleos de calidad decreciente supone seguir apostando por el agravamiento de la desigualdad y por el deterioro de la productividad, supone apostar por un modelo económico de baja cualificación, por un futuro negro para nuestro modelo de ¿crecimiento?

El modelo asistencial sigue basándose en las personas que logran entrar en el mercado de trabajo. Pero ni ello garantiza salir de la pobreza ni puede tolerarse el abandono al que se somete a quienes no consiguen esos empleos.

La gran mayoría de los parados tiene formación más que suficiente para participar activa y eficientemente en el mercado de trabajo y busca desesperadamente un puesto de trabajo. Las más de las veces, acepta empleos precarios muy por debajo de su capacitación profesional. No es formación ni ayuda en la búsqueda lo que necesita. Lo que precisa es que exista realmente demanda de fuerza de trabajo que absorba a esos millones de personas sin esperanza ni horizonte.

Esas políticas activas de empleo les obligan a ir de curso en curso, a menudo inútiles para su perfil, mero trámite burocrático para ir cumpliendo con las exigencias que se marcan para ese parado presuntamente pasivo. Un gasto de dudosa eficacia, una burocracia ineficiente, una fuente (Madrid, Andalucía…) de corruptelas, un tranquilizante de conciencias… Pero bastante inútil desde la perspectiva del empleo.

La auténtica política activa de empleo es aquella que, a través de la inversión inteligente, genera nuevos puestos de trabajo, abre sectores de futuro, dinamiza la demanda de trabajadores.

Mientras no cambie ese panorama general, poner el acento en las políticas presuntamente activas y en la culpabilización del parado es una falacia inadmisible.

Por supuesto, ello no obsta para apoyar la formación permanente y la adaptación profesional a lo largo de la vida. La labor de intermediación puede conseguirse fácilmente por mecanismos informáticos en red. La formación y el asesoramiento deben centrarse en sectores por los que realmente apostemos para un modelo productivo para el siglo XXI y en los colectivos de especial necesidad.

A modo de ejemplo. Consideremos que las elecciones generales son un proceso de selección de diversos candidatos a un puesto de trabajo como es el de presidente de Gobierno. Pues bien, hay que enseñar que a una entrevista de trabajo debe acudirse puntualmente y de forma personal. No se le ocurra enviar en su lugar a una amiga, como hace el señor Rajoy. El candidato al puesto de trabajo que tal hiciera quedaría automáticamente excluido por cualquier reclutador simplemente sensato.

Por ello, no se trata de suprimir las denominadas políticas activas de empleo. Pero sí denunciar la mentalidad que criminaliza al parado así como su carácter más burocrático que eficaz.

Este artículo refleja exclusivamente la opinión de su autor. Economistas sin Fronteras no se identifica necesariamente con su contenido

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