Un perro busca en el agua restos biológicos del desaparecido en Plasencia
“No gano más de 40 euros a la semana y no puedo pagar la luz, ¿os parece bien?”
Irina tiene ojos vivos y verbo fácil, con un ligero acento del este. Lleva 20 años en España. Durante la primera década tuvo buenos empleos, pero a partir de 2011 todo se empezó a torcer para ella. Ahora busca trabajo, “solo me falta ir parando a la gente por la calle preguntando si necesitan una empleada del hogar”, dice. Está cubriendo una sustitución en una casa y con ello compra “un par de patatas, dos cebollas, una zanahoria, y me las arreglo para dar de comer a mis hijas, con ayudas de gente y organizaciones de asistencia. Mis hijas lo pasan mal con esta situación”. El relato de Irina ilustra las historias de precariedad que atraviesan España.
Su mayor preocupación no ha estado fijada en el 4 de mayo, la jornada electoral en la Comunidad de Madrid donde vive, sino en este domingo día 9, cuando termina el estado de alarma. “Hasta ahora por ser vulnerable no he tenido que pagar la luz, debo algo más de mil euros por este año de pandemia, y otros cuatrocientos del gas. Ahora temo que cuando se termine el estado de alarma me obliguen a pagarlo. Finalmente parece que nos dan una prórroga hasta agosto, pero cuando llegue ese mes, ¿cómo lo voy a hacer, si no tengo trabajo, si no he tenido ni para el abono de transporte?”, se pregunta en conversación con elDiario.es en una terraza situada en la plaza Elíptica de Madrid.
Actualmente vive con sus cinco hijas -tres de ellas mayores de edad- en un piso por el que paga 550 euros, la cantidad exacta que le entrega mensualmente su exmarido, “aunque me ha dicho que anda mal de trabajo ahora y no sabrá si podrá pagarme este mes, si no me paga yo no puedo pagar el alquiler”. “No recibo ayudas, pedí el Ingreso Mínimo Vital y me lo denegaron porque el año anterior hice la declaración de la renta con mi marido, porque así me devolvían algo de dinero. Hace no mucho salió una ayuda al alquiler del Ayuntamiento de Madrid que te la daban si ganabas unos tres mil euros al mes, ¿para qué pediría yo una ayuda si ganara eso? ¿Se burlan de nosotros, o qué?”.
Su precariedad es tal que hace unos meses, cuando le surgió la posibilidad de trabajar algunos días sustituyendo a una conocida, hizo uso del abono transporte de su hija, porque no tenía dinero para pagar el suyo propio. “Me pararon en el metro y me multaron, cien euros. No tenía dinero para pagar la multa y si no pagaba, no podía sacarme mi abono. Así estuve un tiempo. Una de mis hijas tenía que ir a Móstoles a clases presenciales de FP, y tampoco tuvimos para su abono”, relata.
En un trabajo limpiando en una casa me pagaban 4'5 euros la hora y me hacían trabajar muy duro, terminaba con las manos deshechas
“Finalmente gané algo de dinero limpiando alguna casa y pude pagar la multa. Pero así estamos, a este nivel. Sobrevivo con trabajos irregulares. Tuve uno en el que me pagaban 4,5 euros la hora, me hacían trabajar muy duro, cuando terminaba no sentía ni las manos, pero no tenía otra cosa”.
En 2017, ya separada de su marido -“me abandonó cuando empezaron los problemas económicos”- Irina fue desahuciada. “Cogí dos almohadas, una maleta con ropa, lo que pude, y me quedé en el pasillo sin saber a dónde ir, vi cómo cambiaban las cerraduras de la puerta de mi casa, como si fuéramos delincuentes. Teníamos dos gatos y un perro, mi hija Victoria estaba muy apegada a esas mascotas, pero no pudimos quedárnoslas, y eso le afectó muchísimo a la niña, que tenía doce o trece años por entonces”, rememora.
La enfermedad en familias vulnerables
“Esa hija mía llevaba un tiempo con fuertes dolores de cabeza, quizá de todo el estrés, y poco después de aquello un día se desmayó. La llevamos al hospital y allí pensaron que tenía meningitis. Entró en coma, pensábamos que no salía. Finalmente descartaron la meningitis y el diagnóstico fue migraña basilar, que le provoca desmayos y hasta aquel estado de coma. No puedo dejarla al cuidado de la pequeña”, explica.
Otra de sus hijas también desarrolló problemas de salud en las mismas fechas, poco después de aquel desahucio. “Tiene problemas alimentarios, anorexia, estuvo muy mal, se le marcaban todos los huesos y la hospitalizaron. Ahora tenemos que vigilar qué come, que no coma a escondidas, y que se alimente bien. Es muy difícil para mí trabajar y a la vez estar pendiente de las niñas”. Son varios los informes que indican una alta incidencia de problemas de salud en personas que enfrentan la amenaza de un desahucio. Cuando se quedaron en la calle Irina intentó alquilar una habitación, “pero como tenía una niña tan pequeña, nadie accedía; y una vivienda entera no podía, porque me pedían aval, tres meses de fianza, yo no tenía ese dinero”.
Incertidumbre ante el fin de la moratoria
Desde colectivos sociales en defensa del derecho a la vivienda consideran que la moratoria para el pago del alquiler y de los suministros es un parche que no evita la incertidumbre con la que viven las personas afectadas. Alianza contra la Pobreza Energética propone que sean las empresas suministradoras las que consulten con los servicios sociales si un hogar es vulnerable antes de cortarle la luz. Hasta ahora, el proceso funciona a la inversa: es la persona o familia afectada la encargada de demostrar su vulnerabilidad o su situación de exclusión social para evitar quedarse sin el suministro.
Irina, por ejemplo, sufrió un corte de luz por impago hace dos meses. “Pedí un anticipo en una casa en la que trabajaba limpiando esos días, y así me dieron de nuevo la luz, a la una de la madrugada. La asistente social en servicios sociales me dio entonces una carta para que yo la entregara en la sede de la compañía de la luz, en la que explicaba que, debido a mi situación, podía tener luz hasta el nueve de mayo, hasta el fin del estado de alarma. Esa carta yo tenía que entregarla en Getafe, y para ello necesitaba el abono del transporte público, para el que no tenía dinero tampoco”.
“Lucho para que mis hijas no pasen hambre, pero es muy difícil, tengo las facturas pendientes. Ahora no sé cómo pagaré lo que debo de luz cuando me lo exijan, porque durante el confinamiento no tuve nada de trabajo, nada. Y sigue habiendo muy poco, la gente tiene miedo al virus, te dicen que vayas una vez cada quince días o así. Yo puedo comer macarrones y arroz, me da igual, pero mi pequeña de cinco años y la que tiene trastorno alimentario necesitan comer bien”.
“¿Estos son buenos? ¿Hay que votarles?”
La conversación, mantenida unos días antes de las elecciones madrileñas, se interrumpe momentáneamente porque llega un grupo de gente a la mesa de al lado. Vienen cargados con octavillas del PP y mascarillas con la bandera de España y la palabra Libertad. Uno de ellos es Adolfo Suárez Illana. “Pon un Ayuso en tu vida”, se les oye decir mientras piden una Coca-Cola light y varias cervezas.
Irina, ajena a ellos, prosigue su relato: “¿Por qué las autoridades no ayudan más a la gente que realmente lo necesita? Si mi exmarido no me pasa dinero este mes, ¿dónde me meto? ¿Otra vez en la calle? Cuando me desahuciaron mis hijas se fueron a casas de amigos y a mí me enviaron a un albergue con la pequeña. No eran condiciones, la niña cogió faringitis, me tuve que ir de allí, estuve un mes deambulando de casa en casa, dejaba a la niña en la guardería, me iba a un parque, me sentaba en un banco y pensaba: '¿y ahora qué?' No tenía dónde ir durante el día. No entiendo que sorteen casas como si fueran premios, la casa es un derecho, todos los seres humanos necesitamos una”, dice en referencia al sorteo de vivienda pública.
Los de la mesa de al lado sueltan una carcajada que llama la atención de Irina. “¿Estos son buenos? ¿Hay que votarles? No sé quiénes son, de esto no entiendo”, pregunta con sinceridad.
“Yo la verdad es que no creo a nadie, absolutamente a ningún político. Votaré lo que me diga mi hija, pero no creo a nadie. Estoy desesperada, la verdad. A ver si me sale un poco más de trabajo”, añade.
Se retira la mascarilla para tomar agua, sonríe y se tapa la boca con una mano: “Debería arreglarme los dientes, mis hijas también, pero tampoco tenemos para eso”.
40