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Quitarnos las mascarillas, pero quitárnoslas bien: “El miedo es que tras este año no queramos verlas ni en pintura”

Varias personas pasean por la calle, este mes de mayo.

Belén Remacha

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Es la comidilla de este inicio de verano del año 2021. Con casi el 100% de los mayores de 60 con una dosis de la vacuna contra la COVID-19, y con la llegada del calor, el fin de las mascarillas obligatorias en la calle (en ningún caso en interiores públicos) podría estar muy cerca en España. Algunas comunidades (Galicia, Castilla-La Mancha) lo han situado en julio, y desde el Ministerio de Sanidad ha dado alas a esa predicción, o incluso ven posible avanzarla a junio, según el portavoz Fernando Simón. Pero queda por perfilar el cómo. Y en esa planificación sobrevuela un riesgo: que hayamos terminado tan hartos de esa medida, que con el tiempo ni siquiera la mantengamos como el buen y saludable hábito que es en ciertos contextos.

Las mascarillas se han convertido en un símbolo de esta pandemia, son el elemento de prevención más consensuado frente a un virus respiratorio, junto a la distancia física entre personas. Pero también han sido polémicas, y supusieron un shock cultural importante para Europa durante los primeros meses de coronavirus. La Organización Mundial de la Salud (OMS) no recomendó su uso entre población general hasta junio de 2020 por dos motivos: porque todavía se dudaba del papel que jugaba el contacto por superficies, que ha resultado ser casi nulo; y, sobre todo, por el desabastecimiento mundial que había de este producto, por el que en los peores momentos había que priorizar como destinatarios a los sanitarios. 

España utilizó la misma lógica, y al portavoz de Sanidad, Fernando Simón, le han perseguido durante toda la crisis las dudas que expresó a principios de 2020 sobre su uso. Durante el confinamiento duro de 2020 mucha gente se las tejió de todos modos de tela. Fue en abril de ese año cuando el Gobierno reguló el precios de las higiénicas y las farmacias comenzaron a disponerlas sin problemas. Pocas semanas más tarde se hicieron obligatorias en todos los espacios exteriores o interiores en los que no se pudiese mantener una distancia de un metro y medio, con excepciones, como cuando se está comiendo o bebiendo. Para julio, en todas las comunidades menos en Canarias había que llevarla ya a todas horas, se pudiese o no mantener esa distancia. En marzo de 2021, el Gobierno extendió esto último a la norma nacional, que habría que modificar ahora si de verdad se quiere quitar. A diferencia de otros países, como EEUU, la disputa sobre las mascarillas no se ha entendido aquí de manera ideológica: ningún partido, ni siquiera la ultraderecha, ha cuestionado abiertamente su uso ni ha llamado a sus votantes a renunciar a ella.

“Es el símbolo de cómo todo se ha hecho sobre la marcha”

Los expertos, e incluso lo ha reconocido el propio Fernando Simón, coinciden en que el uso de las mascarillas en espacios abiertos nunca ha sido del todo efectivo per se, porque un contagio con distancia al aire libre es muy difícil. Las administraciones se inclinaron por ello para que, ante la duda, los ciudadanos nos habituásemos a usarla en todo momento. No ha sido así en otros países, como Portugal o Francia, donde no era obligatoria en exteriores, y por ahora no hay conclusiones acerca de si una estrategia ha sido más exitosa que otra. “Había que acostumbrar a la población y se usó para justificarlo”, comienza recordando sobre este razonamiento Juan Ayllón, director del Área de Salud Pública de la Universidad de Burgos, “y yo no me creía mucho que fuese a funcionar, no he sido nunca nada partidario de mascarillas por la calle. Pero igual sí había algo de razón. Con el tiempo, sí se ha visto a gente que solo se la baja para comer, los hay que la usan bien. Es muy difícil aún determinarlo. Con los años, se harán estudios”.

“La mascarilla es el símbolo –según Ayllón– de cómo algunas cosas se han tenido que hacer sobre la marcha. Un ejemplo muy obvio de todas las cosas que se han tenido que ir viendo cómo hacerse conforme íbamos sabiendo”. Este año de pandemia no ha habido gripe ni otras muchas enfermedades respiratorias además de la COVID-19, y un motivo que ha contribuido pueden ser las mascarillas. Perder este efecto es un riesgo, y muchos recomiendan que las sigamos empleando en el transporte público, en la consulta del médico, o si tenemos algún síntoma respiratorio. De momento será así porque solo se propone dejar de usarlas en exteriores y en ningún caso en interiores públicos, pero “me da la sensación de que estamos en plena fase de reacción ante todo lo que ha pasado, y nos iremos al extremo contrario”, sigue Ayllón.

De momento la tendencia es a seguir con ella. Según una reciente encuesta de COFARES, 7 de cada 10 españoles seguiría utilizando la mascarilla en ocasiones o situaciones concretas aunque ya no sea obligatoria. Pero está por verse si es real. “Una cosa buena que nos podía dejar la pandemia es que, como los orientales, usásemos mascarillas en el futuro si tenemos un catarro, o en sitios donde pueda ser útil. Ahora tengo serias dudas de que eso vaya a pasar”, dice sobre las perspectivas postpandemia. “El miedo que me da a mí es que después de tanto uso y de tanto temor, la gente no quiera ver una mascarilla ni en pintura. Si el día del fin del estado de alarma se hicieron fiestas, yo me imagino el día del fin de las mascarillas a gente quemándolas. Al menos aquí no tienen un componente ideológico, como en EEUU, pero creo que después de esta pandemia la mascarilla lo tiene difícil para hacerse popular”. Ildefonso Hernández, portavoz de la Sociedad Española de Salud Pública SESPAS, comparte el temor a que se entienda mal el fin de las mascarillas en exteriores: “Hay que tener cuidado con las percepciones y perspectivas que se dan. Las mascarillas, incluso aunque no se lleven en exteriores, continuarán en todos los sitios cerrados públicos, habrá que llevarla siempre encima”.

“Da la sensación –continúa Hernández– de que empieza con esto a no ser necesaria una parte de la prevención. Cuando estamos hablando de una única medida, aunque muy visible”, que no hay que entender como el fin de la pandemia. Hernández, ex director de Salud Pública del Ministerio (2009-2011), cree que es un error de comunicación poner fechas que pueden generar frustraciones o que la gente se adelante a los hechos: “Los gobiernos tienen calendarios previsibles, pero me parece poco útil darlos. Hay que trabajar con documentos y propuestas técnicas”. Se refiere a que los ejecutivos de Emiliano García-Page (Castilla-La Mancha) o de Alberto Núñez Feijóo (Galicia) han querido correr, adelantar una noticia que tan bien recibida será por buena parte de la población. Pero no se atreve a vaticinar si la gente, cansada, se relajará del todo y no querrá más mascarillas si esto no se hace con buena planificación: “Hay riesgo de eso, pero también hay mucha población consciente. Sí creo que hay que tener en cuenta esa posibilidad”.

Mientras se da este debate epidemiológico y sociológico, algunos equipos continúan investigando sobre el uso de las mascarillas. El IDAEA-CSIC presentaba este mismo martes un estudio que comprobaba el nivel de compuestos plastificantes liberados por diferentes tipos de mascarillas, y que concluía que está por debajo del umbral de riesgo de inhalación. Es decir, no son peligrosas, aunque para aminorar riesgos recomiendan “mascarillas de tela reutilizables y homologadas en espacios exteriores y mascarillas FFP2 en interiores”. Cuando comenzó ese estudio, en las farmacias ni siquiera les daban mascarillas. La pandemia ha evolucionado con él, comenta su directora, Ethel Eljarra. “Lo hemos querido hacer porque, aunque dejemos de utilizar las mascarillas de forma masiva, esperamos que en el futuro se sigan utilizando para determinados casos y ahorrar contagios de gripe, problemas relacionados con el asma más mitigados… y si es así, queremos contribuir a ver la mejor opción para utilizarlas de manera responsable”.

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