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Debajo de la alfombra del Gobierno andaluz

El nuevo Gobierno andaluz delante de la fachada de San Telmo

Isabel Pedrote

Con el paso del tiempo, los gobiernos que en campaña electoral prometieron a su parroquia una Arcadia feliz suelen ir desdiciéndose de algunos de sus anuncios, al darse de bruces con la realidad de la falta de recursos y la maraña del universo administrativo. Incluso existe cierto margen de tolerancia por parte de la ciudadanía para este tipo de incumplimientos: sabemos que los políticos en su pelea por el voto suelen recurrir a mensajes simplones y, a menudo fantasiosos, sobre su capacidad de gestión y las infinitas virtudes de sus respectivas varitas mágicas.

Lo que no es tan habitual o, por lo menos, no lo era (que cada día nos desayunamos con un nuevo ismo político), es que a los electores se les apee de la nube de los compromisos adquiridos de un zarpazo, y prácticamente a pie de urna.

Nada más llegar, el flamante Gobierno andaluz ha aclarado que ni bajada masiva de impuestos, ni creación de 600.000 empleos. Ni -por citar ejemplos menores- va a cerrar el grifo del pago de los alquileres para altos cargos, que suscitó tantos vituperios; o se deshará de los supuestos miles de enchufados que, según nos han martilleado durante lustros, habían devorado cual carcoma el armazón de la Junta hasta dejarlo en cuatro mondadientes.

Es difícil hallar una forma más efectiva de devaluar la palabra política y reducirla a la nada que declarar -como ha hecho el consejero de Economía- que lo que juró pública y reiteradamente hace semanas su presidente es solo una manera de hablar. Y lo ha dicho en sede parlamentaria y sin que se le trabe la lengua.

Debe ser cosa de lo que le llaman ahora ir por la vida sin complejos, un modo de conducirse muy fronterizo con el descaro, hay que decirlo. O tal vez es fruto de que, en puridad, la previsión de llegar al Gobierno se presentaba tan remota y tan de carambola, que una vez obrado el prodigio, las promesas inalcanzables se han convertido en una molesta mochila que es preciso eliminar cuanto antes y de sopetón.

La extrema derecha ¿cascarón de huevo?

Cuando en 2012 Javier Arenas veía llegar el ansiado momento de su entrada triunfal en San Telmo, como le aseguraban las encuestas, sus compromisos electorales se fueron poniendo borrosos. Cambió por completo su catálogo de rebajas fiscales, hasta dejarlo en una menudencia,  y los “si soy presidente haré...” se trasmutaron en “lucharé por...”, “hablaré con...” o “encargaré un estudio de...”. Eran otros tiempos y otras las exigencias.

En cualquier caso, sea por la sorpresa de acceder al Gobierno, o porque el estilo desacomplejado está haciendo realmente escuela, si a estos alardes de torpeza, o de franqueza, se le suma la blandenguería ante los exabruptos de Vox -y mira que cuesta mantenerse indiferente-, el compendio no puede ser más desconcertante.

A la fuerza quieren hacernos creer que los de extrema derecha son como el cascarón de huevo de los juegos de niños, que ni pinchan ni cortan ni participan de verdad. Están ahí pero no cuentan. Y que, lo mejor, siguiendo el símil infantil, es hacer un cartucho, cartucho que no te escucho.

El rompecabezas del Gobierno

Si se quiere encontrar una explicación a esta extraña mezcla de desahogo y tibieza, que a algunos nos tiene absortos, quizás habría que levantar la alfombra del Gobierno de Andalucía y recordar lo que hay debajo. Lejos de un proyecto estructurado, encontramos un complejo rompecabezas cuyas dispersadas piezas se miran de reojo.

De un lado, un Juan Manuel Moreno Bonilla, no hace mucho desahuciado por los suyos y con el peor resultado en las urnas de décadas, entretenido en la construcción de su imagen presidencial, abordo de un buque que navega en procelosas aguas casadistas, con el ávido Elías Bendodo de mascarón de proa. Y del otro, un Ciudadanos que aún no ha logrado ordenar el trozo deslavazado de administración que le ha tocado en el reparto. Pendiente, además, de los designios insondables de Rivera y sus golpes de efecto.

Dirán que el poder es un pegamento asombroso. Y tendrán razón. Pero, aunque sea a modo ilustrativo para ayudar a descifrar lo que a veces se antoja harto extravagante, no hay que perder de vista que debajo de la alfombra del Gobierno andaluz hay tres partidos rivales, en plena ebullición electoral nacional, autonómica, municipal y europea. Ahí es nada.

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