En términos clásicos, podríamos enunciar que se estamos en una situación prerrevolucionaria. O, como escribió Lenin, ni los gobernantes pueden gobernar como antes ni los gobernados soportan como gobiernan los gobernantes. Pero que sea una situación prerrevolucionaria no significa que vaya a derivar en revolución. No ha habido aún un acontecimiento con fuerza suficiente para encender una insurrección. Ni una estructura mínimamente organizada en la sociedad para ello. Falta sobre todo un factor clave: una fuerza y un liderazgo políticos con voluntad de promover un cambio revolucionario como es la independencia. Por lo tanto, que no cunda el pánico. Como dijo el socialdemócrata Josep Pallach: “Revolución, de acuerdo, pero que a la mañana siguiente estén todas las tiendas abiertas”.
Sin embargo el movimiento popular catalán hoy se ha radicalizado y lo que hace dos años era afirmar un derecho a ser consultados es ahora una potente reivindicación de independencia. La causa: el discurso de españolismo rancio que nos llega desde la capital del Estado, del Gobierno, de los principales líderes políticos -con pocas excepciones- y de los medios de comunicación. Un frente que va de la extrema derecha, la 'brunete mediática' y los ministros del PP hasta los líderes del PSOE y gran parte de los intelectuales que escriben en 'El País' y otros medios de talante democrático.
El movimiento popular catalán es diverso, heterogéneo y no todo es independentista -o no lo es coyunturalmente. Hay un núcleo duro que expresa la líder de la Asamblea Nacional Catalana, Carme Forcadell, que puede seguramente considerarse independentista y nada más. El que acentúa mucho los agravios infligidos por el Estado y que anuncia que con la independencia se podrán resolver los problemas y los déficits presentes. Es el objeto preferente, casi único, de las críticas procedentes del españolismo con todos sus matices.
Este independentismo posee bases fundamentalistas, identitarias, historicistas. Un sector minoritario incluye en el proceso de liberación al conjunto de países catalanes (País Valenciano, Islas Baleares, Rosellón), algo que resulta tan poco viable como incomprensible para la mayoría de catalanes. Este sector de independentismo radical distingue poco entre la nación española y el Estado español. Sus componentes se sitúan en su mayor parte en posiciones políticas de centro y derecha, como el gobierno CiU, y más claramente de ERC, que apoya al gobierno de CiU con una voluntad independentista mucho más decidida. Hay un sector minoritario pero muy activo, la CUP, que tienen arraigos locales y se sitúan claramente a la izquierda, como el Procés Constituent que lidera una monja carismática, Teresa Forcades, que hay que tener en cuenta.
Hay otro sector que se ha convertido al independentismo gradualmente a lo largo de los últimos años, aunque los factores que han provocado esta evolución empezaron en algunos casos a principios de los años 80 (LOAPA, recursos del gobierno socialista contre leyes del Parlament de Catalunya) y culminaron con la sentencia del Tribunal Constitucional. Este independentismo sobrevenido ha arraigaido en una parte importante de las izquierdas y entre sectores medios, en especial los de la cultura, la enseñanza, los profesionales y técnicos, también los sindicalistas y los activistas sociales. Un ejemplo esclarecedor de esta “conversión” ha sido el de dirigentes o personalidades socialistas, como Maragall y Rubert de Ventós, y también de militantes y votantes (o ex) socialistas. En los últimos años la crisis económica, los escándalos y las provocaciones de los gobernantes del PP y sus campañas anticatalanas han originado un independentismo asumido en los dos últimos años, en el que se encuentran sectores de pequeños o medianos empresarios y profesionales, movimientos sociales y parte de la clase obrera. Hay que destacar que en este sector se incluyen bastantes ciudadanos no nacidos en Cataluña o hijos de inmigrantes. Son independentistas que confiesan ante todo su hartazgo del régimen político español y de sus dirigentes.
Se podría añadir un matiz que afecta a parte de estos independentismos sobrevenidos, algo que podríamos denominar el independentismo como instrumento. El objetivo en este caso es forzar una negociación sobre un nuevo estatus específico de Cataluña dentro de España, que sea similar a una relación confederal que garantice una base financiera más justa, el refuerzo de la identidad cultural y lingüística, la presencia en las instituciones europeas... Obviamente la sistemática negativa del gobierno español a replantear cualquier negociación consolida la opción independentista. Hay que tener en cuenta que si se plantea una alternativa entre el actual estatuto interpretado y corregido por el Tribunal Constitucional y el Gobierno del PP y la independencia hay un sector de la ciudadanía que, pese a declararse no independentista, votará por el independentismo. Es algo que he comprobado, por ejemplo, en el caso de sindicalistas en su mayoría de origen no catalán que votarían independencia sin complejos.
La España oficial ha reaccionado frente a Cataluña de la peor manera, incluso para sus intereses, en el caso de que éstos sean mantener a los catalanes en el marco español. Continuamente se dictan normas o se toman decisiones contrarias a la autonomía o a los intereses de Cataluña. Y prácticamente cada día leemos o escuchamos declaraciones de políticos o opinadores de los medios que nos envían mensajes amenazadores o despectivos. Se identifica el discurso más radical o esencialista del independentismo catalán con el conjunto del movimiento popular mayoritario que se ha expresado tanto en la calle como en las elecciones. No olvidemos que en las elecciones del 2012 las candidaturas que defendían el derecho a decidir obtuvieron una clara mayoria de votos y de diputados (80%), a pesar de la importante devaluación de los partidos institucionales. Una de las reglas básicas en política es no hacer una amalgama de todos los que mantienen criterios distintos, etiquetarlos a todos como si fueran idénticos a la minoría más radical y considerarlos en consecuencia a todos como los enemigos absolutos a los que se niega el pan y la sal. Y a la vez, cuando conviene, identificar el catalanismo moderado de CiU con el independentismo radical y cuando aquél pierde votos se saca la conclusión que todo el catalanismo ha perdido.
La reacción españolista frente a Cataluña no es una reacción política más o menos inteligente y pactista, es una reacción ideológica, intolerante y rancia. Lo peor es que a la hora de abrir un diálogo las diferencias entre los dirigentes del PP y del PSOE, las dos fuerzas políticas mayoritarias hasta ahora, se distinguen muy poco, aunque unos sean más bien educados que los otros. Cuando políticos de prestigio y de gran responsabilidad como Felipe González declaran desde su pedestal que “la independencia de Cataluña es imposible”, están provocando una reacción de signo contrario y además utiliza una arma deshonesta como es inyectar miedo en la cultura política. Y cuando Rubalcaba se mantiene en su total oposición a una consulta ciudadana, en contra de los socialistas catalanes, se coloca al lado del españolismo más reaccionario y se descalifica como interlocutor. Como decía el obseso Kasper Gutman (Sydney Greenstreet), obsesionado por el Halcón maltés, “las emociones te llevan a ir contra tus intereses”.