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Los paraísos otoñales de Brahms

Daniele Gatti.

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Las cuatro sinfonías de Johannes Brahms son, por densidad armónica, riqueza melódica, variedad rítmica y duración, obras muy frecuentadas en cualquiera de los ciclos sinfónicos que se programan en todo el mundo. Rara es la temporada que no incluye una o varias de ellas, pues son perfectas como segunda parte de un programa. El Palau de les Arts ha ofrecido la integral de estas composiciones bajo la dirección del director Daniele Gatti (Milán, 1961), de muy reconocida trayectoria internacional, actualmente titular de la Sächsische Staatskapelle de Dresde y a partir de 2026 del Maggio Musicale Fiorentino. Ya dirigió el ciclo Brahms a la Filarmónica de Viena en una gira durante la temporada 2012-13 y el pasado 11 de octubre interpretó la Tercera con la Filarmónica de Berlín en la capital alemana. Tiene también gran experiencia como director de ópera. En 2008 y 2025, respectivamente, dirigió en Bayreuth las nuevas producciones de Parsifal y Los maestros cantores de Núremberg.

Tanto Brahms, de una parte, como Richard Wagner y Franz Liszt, de otra, defendidos con superficial virulencia en su tiempo por bandos rivales, son producto de la fase tardía del Romanticismo. Liszt cultivaba formas nuevas, como el poema sinfónico, y Wagner predicaba la Gesamtkunstwerk (obra de arte total) en sus creaciones escénicas, que rompían con la tradición operística. Brahms, sin embargo, se mantuvo en formas tradicionales como sinfonías, cuartetos, tríos, sonatas, conciertos y oratorios.

En 1933, con motivo del centenario del nacimiento de Brahms, Arnold Schoenberg, creador del dodecafonismo, dio una conferencia bajo el título Brahms el progresivo. Schoenberg se proponía “demostrar que Brahms –el clásico, el académico– fue un gran innovador en la esfera del lenguaje musical” y señalaba que hay en Wagner “tanto orden y organización, por no decir pedantería, como valor, por no decir desenfrenada fantasía, en Brahms”. Massimo Mila destaca que Schoenberg atribuía a Brahms “el mérito de una prosa musical moderna, obtenida rompiendo las simetrías de una forma esquemática de corto aliento y extendiendo las modulaciones a regiones muy alejadas de la tónica”.

Con todo, Brahms estaba alejado del arquetipo de genio excéntrico y atormentado de la primera generación del Romanticismo. De temperamento apacible, su figura es ajena a las turbulencias del carácter de Beethoven y a la apasionada naturaleza de su admirado Robert Schumann, que desembocó en la locura. Brahms estuvo unido al impulso romántico primigenio por su duradera amistad con Clara Schumann. Pero su espíritu fue siempre clásico, y esa feliz conjunción ilumina su obra con bellos remansos de paz surgidos de tempestades paradójicamente construidas con extrema delicadeza.

El compositor de Hamburgo había concluido una versión inicial del primer movimiento de su Primera sinfonía en 1862, que envió a Clara Schumann, en la tonalidad de do menor, como la Quinta de Beethoven. Sin embargo, pasaron 14 años hasta que el verano de 1876, en Sassnitz, en la isla de Rügen, le dio la forma que conocemos hoy, con una nueva introducción. Entonces compuso los otros tres movimientos y concluyó la obra. Tenía 43 años. La última de las cuatro sinfonías se estrena en 1885, cuando cuenta 52. Su obra sinfónica corresponde a la madurez y en ella ve Arturo Reverter una sonoridad “otoñal”, con un especial protagonismo de las voces medias “y en donde frecuentemente escuchamos auténtica música de cámara de un lirismo excepcional”. Fue Edmond Rostand quien utilizó el término “otoñal” por primera ve para referirse en concreto a la Cuarta.

Un momento de la interpretación de la ‘Tercera’ de Brahms.

El ciclo se organizó en dos sesiones, ofrecidas cada una de ellas primero en Valencia, en el Palau de les Arts, y al día siguiente en el Auditori de Castelló. El primer día se interpretaron Tercera y Primera, por ese orden, y el segundo, Segunda y Cuarta, de manera que las obras más densas quedasen en la segunda parte. La orquesta exhibió su muy reconocida excelencia técnica, con un bellísimo sonido y afinación en las cuerdas y un extraordinario ajuste en momentos delicados, como los que se interpretan en pizzicato. En los vientos, memorables solos (trompa, oboe, clarinete) y brillantez, con momentos de fortissimo sin estruendo. Algunos pequeños incidentes, como una entrada falsa de trompeta en la segunda sesión o una pifia en un trombón el primero, no empañan una interpretación de conjunto extraordinaria. Por desgracia, el anfiteatro de la Sala sinfónica del Palau de les Arts estaba bastante vacío, aunque la platea estaba casi llena, lo que cabe atribuir a la enorme densidad de actividad musical de primer nivel que registra Valencia.

Daniele Gatti, por su parte, dirigió siempre de memoria, lo que le daba una gran soltura para ejercer un control y una comunicación muy directa con los profesores de la orquesta, dispuestos en semicírculo y en cuatro alturas. Fascinante la capacidad del director para conducir el fraseo de la cuerda con extrema flexibilidad y fuerza expresiva. El primer día la interpretación de la Tercera impresionó. Sonó espléndido su delicado tercer tiempo, Poco allegretto, con el célebre tema popularizado por la película Aimez-vous Brahms? (1961), de Anatole Litvak, cantado por los chelos y más tarde por la trompa (Bernardo Cifres). La versión de Gatti, muy rica en matices, con momentos de fogosidad y tenues pasajes en pianissimo impresionó y levantó muy enérgicos aplausos. Pero la interpretación de la monumental Primera la superó con creces. El primer movimiento, con sus citas del esquema rítmico de la Quinta de Beethoven fue de enorme intensidad. En el segundo, el concertino Gjorgi Dimcevski, rozó lo celestial en el solo de violín. Sencillamente deliciosa fue la intervención del trompa Jesús Sánchez en el cuarto, antes de que los violines, sobre el pizzicato de los chelos, expusieran el célebre tema en do mayor que siempre se ha relacionado por su parecido con el del final de la Novena de Beethoven. La jornada acabó con entusiasmados aplausos y bravos.

La Segunda sinfonía abrió la segunda jornada del ciclo con un anfiteatro aún menos ocupado que el primer día y la platea llena. Los violonchelos cantaron suavemente el motivo de tres notas, bellísima la coda, con el largo solo de trompa que bordó Bernardo Cifres. Esta sinfonía, de aliento pastoral, fue de una singular intensidad, especialmente en el Allegro con spirito final que mereció sentidos aplausos.

Finalmente, la colosal Cuarta, cuyo inicio en los violines sobre los arpegios de la cuerda sonó ya estremecedor y abrió paso a una interpretación antológica del complejo movimiento que abre la obra. Tras el Andante moderato y el Allegro giocoso-Poco meno presto, el último movimiento, en forma de chacona, con variaciones sobre un tema procedente de una cantata de Bach, ligeramente modificado. Bellísimo solo de flauta, interpretado por Ana Naranjo. El rotundo final de la Cuarta cerró con brillantez el privilegiado viaje que Gatti condujo con maestría por los paraísos otoñales de Brahms.

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