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Fum de canya

Roger Mira

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Transcurridas tres décadas y media desde que concluyó la Batalla de Valencia, andan los populares valencianos estas semanas muy aplicados en su campaña por erigirse de nuevo en los auténticos guardianes de las esencias del valencianismo, de sus señas identitárias y de una lengua, que algunos de ellos siguen proclamando que poco o nada tiene que ver con el catalán. Alberto Fabra, que en su época de alcalde de Castelló jamás tuvo reparos en reconocer la unidad de la lengua o incluso calificó como lógica la posibilidad de que TV3 i Canal 9 pudieran intercambiar emisiones entre comunidades de un mismo ámbito lingüístico, ha caído en el parany del blaverismo irracional que le han tendido algunos de los personajes que todavía apuntalan un liderazgo con más hendeduras que un queso de gruyère.

Personajes como Serafín Castellano, el síndic Jorge Bellver, o la propia Isabel Bonig, han convencido al president de la necesidad de meterse en un lodazal que siempre ha dado votos, sin pararse a pensar en que existen nada más y nada menos que 46 sentencias en firme de diversos tribunales (TC, TS o TSJCV) que demuestran jurídicamente la unidad de la lengua en todos sus aspectos y que, al igual que toda la comunidad universitaria internacional, equiparan los términos “valenciano” y “catalán” para referirse a la misma lengua. Más grave aún resulta no percatarse de que más de la mitad de la población alfabetizada ha crecido y convivido con una “Llei d’Ús i Ensenyament del valencià” que entró en vigor a finales de 1983. Apelar a estas alturas a la sinrazón supone un dislate de tales dimensiones que desde dentro del propio Consell parecen haber surgido voces discordantes aunque de momento sin el peso suficiente para poner freno a las bravuconadas de los altavoces más beligerantes.

Y mientras con éstas teorías soliviantan a una parte de la opinión pública, aprovechan otros flancos para atiborrar a los medios con una ingente cantidad de datos que demostrarían que los valencianos hemos dejado atrás la recesión. Eso si, siempre gracias a las políticas llevadas a cabo desde Madrid y, por supuesto, desde el la propia Generalitat Valenciana. Resulta evidente que las exportaciones valencianas han mejorado de manera ostensible durante el último ejercicio; que nuestras exportaciones se han incrementado un 13% en 2013, duplicando la media estatal del 5%; y que existe un superávit comercial de 3.000 millones de euros.

Datos elocuentes y significativos pero que cualquier empresario y también cualquier ciudadano de pié, sabe que no son producto de las políticas del Consell. Y si no fíjense en algunos ejemplos: en los últimos dos ejercicios la mitad de las oficinas del IVEX en el extranjero lo cuál ha provocado que los empresarios valencianos se encuentren en desventaja frente a otras CCAA a la hora de acceder a asesoramiento e información; se ha permitido la pérdida de nuestro sistema financiero con la desaparición de Bancaja, el Banco de Valencia o la CAM, amén de algunas cajas rurales de ámbito local o provincial que han pasado a manos de entidades de otras comunidades; se ha llevado al IVF a la quiebra o, pese a las inyecciones de capital de última hora, se ha dejado a la SGR -entidad esencial para avalar a las pymes- morir casi por asfixia debido a la negligencia de sus anteriores gestores, todos ellos eso sí, cargos con un claro color político.

A esa falta de acceso al crédito, que no solamente resulta esencial para la inversión en tecnología, en I+D+i, sino para la anticipación de operaciones con el extranjero, se suma la falta de liquidez del gobierno central para reembolsar el IVA que cualquier empresa exportadora tiene que anticipar. En la actualidad algunas de esas empresas que están tirando del carro exportan más del 90% de su producción con lo cuál no tienen posibilidad de repercutir en su facturación un IVA que sí tienen que soportar de sus proveedores nacionales. Esta situación genera graves tensiones en su tesorería, y al no tener posibilidad de acceder al crédito que se precisa, puede llevar a empresas rentables, en crecimiento, y que están generando empleo, al borde del estrangulamiento financiero.

Los niveles de desempleo siguen siendo parecidos a los de hace un año, y por cada puesto de trabajo de carácter indefinido, se crean diez con carácter temporal, factores a los que hay que añadir el regreso de muchos inmigrantes a sus países de origen o el envejecimiento de la población. La ficción de esta supuesta mejora de la situación económica provocada supuestamente por las políticas populares se desmonta con bastante simplicidad, y si hay un repunte de las exportaciones, éste se debe a que los empresarios valencianos del mueble, la cerámica o el calzado han redoblado sus esfuerzos en los mercados internacionales ante la caída de la demanda nacional. Y ello por su parte, ha supuesto orientar el producto al cliente, explorar nuevos mercados, incrementar la colaboración entre las empresas de un mismo sector, invertir en tecnología más eficiente y más productiva o ajustar las plantillas, los salarios o los márgenes comerciales.

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