Elogio del activismo
La densidad del activismo político, social o ciudadano es proporcional a la calidad democrática del poder. Es decir, como más autoritario es el poder, menos activismo tolera. No resulta casual que en el siglo XX fuera Hannah Arendt, autora del monumental ensayo Los orígenes del totalitarismo, la pensadora que puso énfasis al definir el de la “vita activa”, frente a los de la labor y la producción, como el ámbito que, en su pluralidad y espontaneidad, nos hace propiamente humanos. En su libro La condición humana, Arendt desarrolló uno de los aspectos centrales de su acercamiento a la modernidad: la reivindicación de la acción en la esfera pública, frente a la lógica de la técnica y la fabricación, como cualidad definitoria del ciudadano y garantía de una existencia colectiva digna y libre.
En esta etapa del siglo XXI en la que se ven amenazadas, mediante la impugnación de derechos que ya se estaban ejerciendo, no solo las aspiraciones de igualdad sino también las mismas garantías de libertad, por pulsiones reaccionarias inspiradas desde el exterior pero sobre todo desde el interior de las sociedades democráticas, van a sufrir cambios inevitables las agendas y las formas de acción del ecologismo, el feminismo, el sindicalismo, el movimiento LGTBI, las plataformas a favor de las lenguas minoritarias o el antirracismo, y resultará más importante que nunca poner el foco en el valor del activismo como tal y en las actitudes que suscita. Dicho de otra manera, el negacionismo, la censura, el prohibicionismo legal (véase lo que ocurre en Estados Unidos con el aborto), la represión y la mentira, cuando no el escuadrismo más descarnado (con matones antiocupación, eslóganes de “a por ellos”, agresiones homófobas, violencias xenófobas, etc…) tratarán de deteriorar la convivencia y empobrecer la democracia, amparados en los atributos de la nueva versión del poder que surge con la entrada de la extrema derecha en las instituciones.
Las detenciones arbitrarias, la tortura o el control de los disidentes son comunes en regímenes autoritarios, como los de Vladímir Putin, Xi Jinping, el ayatolá Alí Jamenei o Daniel Ortega, por poner algunos ejemplos. La persecución de los activistas es implacable en cualquier dictadura, esté orientado el régimen por justificaciones ideológicas de derecha o de supuesta izquierda. Configurar una forma de racionalidad política deliberativa que permita a los ciudadanos preservar sus diferencias, al tiempo que les da la oportunidad de decidir formas de acción común, es lo que han hecho y deben seguir haciendo las sociedades democráticas avanzadas, aquello que las distingue. Pero la fase en la que nos adentramos se caracterizará, según todos los indicios, por el intento de acotar el campo, de reducir el alcance de la deliberación y del debate, de borrar la diversidad en nombre de valores morales conservadores. Y de marginar visiones disidentes y descartar todo lo que no se considere normativo. El espejo en el que se miran sus promotores es el de gobiernos como el del ultranacionalista Viktor Orbán, en Hungría, promotor de un declive democrático que mantiene encendidas las alarmas en la Unión Europea.
Para que el intento de regresión que supone el programa del neofascismo no tenga éxito harán falta una oposición política solvente y la resistencia de los activismos organizados. Hay una justificación en ambientes de la derecha de los pactos del PP con Vox en instituciones como la Generalitat Valenciana que parte del engaño de que el elemento ultra se disolverá poco a poco, a medida que se consolide el ejercicio práctico del poder. Sin embargo, lo más probable (ya lo estamos viendo) es que la derecha en su conjunto somatice buena parte de los postulados extremistas y acabe por normalizarlos. Por eso, el jueves salieron a la calle en València miles de personas que no están dispuestas sin hacer oír su voz a pagar la factura que ese proceso implica para muchos sectores de la sociedad civil. “Ni un paso atrás frente a la extrema derecha”, vinieron a decir. La doble pregunta es hasta qué punto el activismo será capaz de evitar que se encoja la escena del debate público y hasta qué punto las formaciones políticas de izquierdas serán capaces de mantener una conducta referencial y ejemplar, dados sus abundantes antecedentes de guerras tribales cuando se han visto relegadas a la oposición.
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