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Sobre este blog

Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.

Autores:

Aina Gallego - @ainagallego

Alberto Penadés - @AlbertoPenades

Ferran Martínez i Coma - @fmartinezicoma

Ignacio Jurado - @ignaciojurado

José Fernández-Albertos - @jfalbertos

Leire Salazar - @leire_salazar

Lluís Orriols - @lluisorriols

Marta Romero - @romercruzm

Pablo Fernández-Vázquez - @pfernandezvz

Sebastián Lavezzolo - @SB_Lavezzolo

Víctor Lapuente Giné - @VictorLapuente

Luis Miller - @luismmiller

Lídia Brun - @Lilypurple311

Sandra León Alfonso - @sandraleon_

Héctor Cebolla - @hcebolla

¿Quién quiere una Gran Coalición?

Lluís Orriols

Hasta hace muy pocos años el PSOE se encontraba en una posición ciertamente cómoda en la competición electoral. En un país mayoritariamente de izquierdas, el Partido Socialista conseguía imponer con relativa facilidad el relato del “voto útil” de la izquierda. En los tiempos en que el PSOE era la única alternativa real de gobierno al PP, los socialistas podían transmitir de forma creíble la necesidad de que los votantes progresistas fueran estratégicos y se coordinaran en torno a las siglas del PSOE.

Sin embargo, desde la ruptura del sistema de partidos en 2014 esta estrategia ha dejado progresivamente de ser eficaz. En cierto modo, durante la anterior campaña electoral de diciembre el PSOE siguió aferrándose a esa estrategia de “o nosotros o el PP”. A pesar de la quiebra del sistema bipartidista, el PSOE tuvo un escenario algo favorable para seguir persiguiendo estrategia. En esas elecciones no había duda de que el PSOE seguía liderando el espacio de la izquierda y durante la campaña electoral (cuando C's empezó a deshincharse) Pedro Sánchez era considerado como la única alternativa viable a una reelección de Mariano Rajoy. Entonces, Podemos sufría una crisis electoral que venía arrastrando desde enero de 2015 y sólo consiguió revertir esa tendencia tras los acuerdos con las confluencias firmados pocas semanas antes de la campaña electoral. Como Podemos partía de niveles bajos de apoyos, la mayoría de los votantes no creía probable que el PSOE pudiera perder su condición de principal partido en la oposición.

Sin embargo, la competición partidista en el 26J se presenta radicalmente distinta. El escenario que se abre tras el acuerdo entre IU y Podemos ha provocado que la estrategia socialista de polarizar las opciones en torno a PSOE vs PP carezca de toda eficacia. Las encuestas muestran que Unidos-Podemos se pueden situar con alta probabilidad como segunda fuerza en votos (y quizás, aunque menos probable, en escaños). Ante este panorama, no existen demasiados motivos para que los votantes progresistas vean al PSOE como punto de coordinación para ganar a la derecha. La vieja estrategia del voto “útil” al PSOE quedaría pues definitivamente obsoleta.

Si en la mente de los ciudadanos el PSOE deja de ostentar su condición de partido dominante de la izquierda, no sólo puede tener una campaña ciertamente complicada (lo contaba Sebastián Lavezzolo aquí y un servidor aquí) sino que también se complican (aún más) los pactos postelectorales. Una eventual falta de ordinalidad clara (Podemos-IU gana en votos y PSOE en escaños) o un “sorpasso” tanto en votos como en escaños de Podemos pondría al PSOE en unas negociaciones ciertamente perversas que situarían a la “gran coalición” (para simplificar entiéndase como un pacto de gobierno PP-PSOE, en cualquiera de sus formatos) como escenario probable. Y es que a las dificultades de un acuerdo entre PSOE y Podemos, especialmente si requiere del apoyo de los independentistas catalanes, se le añadiría otro problema nuevo: Pedro Sánchez dejaría de ostentar de forma clara la condición de “formateur” de un Gobierno de izquierdas, pues Pablo Iglesias podría reivindicar esa condición si supera al PSOE en votos.

En definitiva, existen indicios de que el 26J puede dejar un escenario más favorable a que se produzca una cooperación entre PP y PSOE. Pero, ¿qué piensan los votantes de una eventual “gran coalición”? Recientemente, Kiko Llaneras realizó una encuesta para El Español en las que se preguntaba de forma muy exhaustiva las preferencias de pactos de gobierno de los españoles. Gracias a ello podemos explorar qué piensan los votantes de esta fórmula.

Los datos de la encuesta de El Español indican que las preferencias para una gran coalición, se estructuran muy particularmente en términos ideológicos. Ni la edad, el sexo, los estudios o la situación laboral de los ciudadanos parecen ser relevantes a la hora de tener la gran coalición como primera opción. En esta cuestión, sólo las afinidades ideológicas y partidistas parecen importar.

Sólo hay una excepción: entre los votantes del PSOE, el tamaño del hábitat es relevante. Entre las localidades más pequeñas (de menos de 50.000 habitantes) la preferencia por la gran coalición es sustancialmente mayor que en las ciudades de mayor tamaño. La preferencia por una política protagonizada por los actores tradicionales del bipartidismo sigue aún más implantada en las zonas menos urbanas.

Por motivos obvios, todos los votantes del PP prefieren un gobierno de gran coalición a cualquier otro acuerdo que pase por excluir a su partido del gobierno.

Por los mismos motivos, la gran coalición no forma parte de las primeras preferencias de prácticamente ningún votante de Unidos-Podemos. Más interesantes son los votantes de los partidos que tienen capacidad de elegir entre diferentes opciones de gobierno: C's y muy especialmente el PSOE.

En estos dos partidos existen mayores diferencias internas. En ambos casos la ideología del votante es el factor crucial para apoyar una opción u otra. Entre los votantes del PSOE cuánto menos de izquierdas se considera el votante, menos rechazo le produce la gran coalición. Aun con ello, para la gran mayoría de los socialistas no se trata de la primera opción (a excepción de los votantes del PSOE que se sienten de derecha, que son una porción muy residual). En el caso de Ciudadanos, ocurre lo opuesto: sus votantes más moderados son los que menos simpatizan con un pacto PP-PSOE.

Si se trata de satisfacer los deseos del electorado, el Partido Socialista debería apostar por un gobierno de izquierdas, aunque este implicara la adhesión de los partidos nacionalistas. En este sentido el PSOE sufriría una enorme desafección de su electorado si finalmente decide acercarse al PP. No es de extrañar, pues, que la estrategia socialista sea evitar a toda costa que en el debate público se ponga sobre la mesa un eventual escenario postelectoral de gran coalición.

Los escenarios que por ahora se vislumbran tras las elecciones no nos permiten descartar la posibilidad de que el PSOE tenga finalmente que aceptar negociar y pactar con el PP. Los costes de esta decisión pueden resultar muy elevados. Pero el PSOE tiene una vía para reducir esos costes derivados de apostar por una gran coalición: convencer a la opinión pública que ésta era la única opción viable para evitar nuevas elecciones.

En efecto, la encuesta de El Español muestra que la mayoría de los votantes del PSOE (alrededor del 70%) prefiere una gran coalición antes de ir de nuevo a unos terceros comicios. En cambio, apenas un 20% prefiere la gran coalición a un gobierno de izquierdas. El atractivo de la gran coalición depende, pues, de a qué alternativa se le compara. No es el caso de los votantes de Unidos-Podemos: entre este colectivo son preferibles terceras elecciones a una gran coalición.

En definitiva, los datos muestran que los costes para el PSOE de firmar un pacto de gobierno con el PP dependen en gran parte en cómo se presentan las alternativas a ojos de la opinión pública. Si el debate se estructura en torno a un gobierno de izquierdas o una gran coalición, el PSOE tiene mucho que perder. Sin embargo, si por algún motivo la opinión pública acaba convenciéndose de que tras el 26J hay una situación de extremo bloqueo que puede acabar derivando en nuevas elecciones, entonces la gran coalición puede que sea una opción más digerible.

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