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Día 67 en estado de alarma: “Como en casa en ningún sitio”

Lucrecia Hevia

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“Se está mejor en casa que en ningún sitio”. Judy Garland llega al final de su periplo por el mágico mundo de Oz deseando volver a casa. Y la frase, con gift armado, se repetía hasta la saciedad en grupos de whatsapp y redes hace ya más de dos meses, cuando empezó el estado de alarma.

Fue entonces cuando abrimos la ventana. Tantos días juntos y no he contado cómo es la mía. En realidad es balcón. Con una reja veneciana que cerramos por las noches. Por la mañana da el sol. Está suficientemente arriba para que no te vean desde la calle y lo suficientemente baja como para escuchar los pasos y la conversación de los que recorren el tramo. Es la que he abierto cada día sin falta. Aún con lluvia. Porque no podíamos salir. Los periodistas se suponía que sí, pero mejor no poner a nadie en peligro ¿verdad? Durante más de sesenta días hemos querido hacer un retrato coral, en el que uno u otra se sintiera identificado con todo aquello que estaba pasando en nuestras casas. Nos hemos dejado retratos fuera, aunque no siempre. Sobre todo, los más dolorosos, los que contaban dibujos de pobreza, necesidad, desempleo, enfermedad y muerte. Esa parte ha quedado contada en la información. Porque en casa uno mira hacia fuera y mucho hacia dentro.

Hacia dentro, en mi caso, quedan un puñado de decisiones difíciles, aprender a organizarnos en casa estudiando/trabajando/ytodolodemás. Quedan momentos tensos y desternillantes, un hasta el gorro de cocinar. Queda la euforia de las vídeollamadas y el descubrimiento de que se conversa mejor por teléfono sin más, sin distracciones (en vivo, ni hablamos). Queda la sensación de la familia lejos. Un montón de nuevas rutinas que han llegado para quedarse porque el virus del demonio nos va a acompañar todavía un tiempo.

Me guardo el nombre de mis vecinos, que me he aprendido al fin, y las películas que me han recomendado de balcón a balcón. Nos hemos hecho compañía pero hasta eso cansa y dimos punto final a los aplausos. Eso sí, el día que se sepa que hay vacuna funcionando, a mí se me caen las manos. Lo aviso. También he guardado mi cumpleaños porque queda exótico cumplir confinado pero no es lo mismo.

Ahora podemos caminar por las calles (aunque, señores, sigue sin dar mucho tiempo si seguimos trabajando a este ritmo). Lo siento por Judy Garland. En casa se está estupendamente pero a mí que me pongan baldosas amarillas y un camino rebuscado, que es lo suyo. Y que me acompañe todo lo demás: el corazón, el cerebro y la valentía que hacen falta siempre. Aunque hasta el espantapájaros se tenga que poner la mascarilla.

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