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El extraño caso de los perros herederos que volvieron a la vida

Jaulas en las que se encontraban los perros "herederos", junto a Parque Animal | Resistencia Animal

Néstor Cenizo

Rabito, un perro cruzado, fue “reactivado” en el Registro Andaluz de Identificación Animal el 12 de noviembre de 2014. Es decir, fue dado por muerto y meses después revivió en el Registro. No fue el único caso. Podenca, que había muerto el 24 de septiembre de 2012, fue “reactivada” pocas semanas antes, el 16 de octubre de 2014, y en las observaciones de su ficha registral se lee: “El animal está vivo”. Sigue siendo un misterio cómo pudieron estos dos perros volver a la vida cuando se había certificado e inscrito registralmente su fallecimiento. Sin embargo, es probable que tenga que ver con cómo una millonaria consagró su patrimonio a cuidar a estos animales cuando ella no estuviese.

Esa millonaria era Sara Ángela de Alzaga Robinson, conocida en Torremolinos como Sally. Falleció sin hijos el 3 de junio de 2011 en Torremolinos, y era una devota de sus perros, a los que quería con locura. Poco antes de morir había firmado ante notario su última voluntad: en esencia, ordenó en su testamento que los canes que la sobrevivieran pasasen el resto de sus días recibiendo el mismo trato que ella les había dispensado en su finca de Torremolinos, La Pacaraima.

Para ello, fijó unas instrucciones, que este medio ha podido consultar, y puso a disposición de varias personas todo el dinero que tenía, que era mucho, para cumplir el objetivo. Todos los gastos de sus perros debían estar cubiertos: comida “de la marca Advance”, un veterinario en concreto, gasoil para la calefacción de la casa de La Pacaraima, el mantenimiento de las casetas o la reposición de mantas, colchas y colchones en las que dormían los canes.

El testamento recoge que sus cinco empleados debían seguir cobrando a cargo de su inmensa fortuna, que debía servir también para alimentar y cuidar en su casa a los 77 perros y varios gatos que estaban vivos en el momento de firmarlo. Además, Alzaga nombró cinco albaceas (dos de ellos también empleados) por un plazo de veinte años desde su fallecimiento.

La función de sus empleados y sus albaceas estaba clara: cumplir su última voluntad, que era que sus perros recibieran “las mismas atenciones y amor” que ella les había dedicado, siempre en su parcela de La Pacaraima.

Esa finca, de más de 5.500 metros cuadrados, llegó a dar cobijo a más de un centenar de animales, que vivían con todo lo que un perro pueda querer, y más: comida de primera calidad, varios trabajadores a su servicio o un cuidado veterinario exquisito. Alzaga ordenó en su testamento que “bajo ningún concepto” quería que tras su muerte, sus perros se llevasen a una perrera municipal o a una sociedad protectora de animales.

Una asociación para cuidar de los perros a cargo de los fondos de un trust

Teóricamente con ese fin, y una vez fallecida, los albaceas constituyeron la asociación La Paracaima, con el fin estatutario de proveer “la manutención, vacunación y completo cuidado de los perros que se encontraban vivos en fecha 3 de junio de 2011”.

El dinero para pagar todos estos gastos proviene del Atlantic Trust Company, un trust con sede en Baltimore (Estados Unidos). No es posible saber cuáles son los fondos de los que disponía Alzaga, pero son lo suficientemente cuantiosos como para, por ejemplo, soportar un legado de 65.000 euros anuales a una amiga de la infancia.

La fortuna de Sally provenía de sus padres, Martín de Alzaga Unzué y Gwendolyne Robinson. Él fue un bon vivant de la alta sociedad argentina, dueño en su día del célebre club neoyorquino El Morocco; ella fue descendiente de uno de los ingenieros responsables de la implantación de la red de ferrocarril en Estados Unidos.

Sara Alzaga había dejado mucho dinero para que sus perros viviesen la vida más confortable.

Hacinados en la 'perrera de los horrores'

Sin embargo, las cosas no han discurrido como ordenó la millonaria amante de los perros. Apenas se cumplió su voluntad de que viviesen en La Pacaraima, porque pocos meses después del fallecimiento de Alzaga, fueron llevados a una parcela junto a Parque Animal, la célebre perrera de los horrores cuya responsable, Carmen Marín, aniquiló a 2.200 animales, muchos sin sedación. Los perros de Alzaga fueron hacinados en jaulas.

Allí recibieron un trato muy distinto al que Alzaga había previsto. “La comida que actualmente dan a los perros es la peor que hay en el mercado. Los animales viven en un infierno, no se pueden resguardar de la humedad o del frío”, declaró a El Observador una activista que visitó el lugar. Es muy dudoso que recibieran incluso la atención veterinaria mínima. Consta en el registro que doce de ellos murieron “por accidente”.

En ese lugar, los activistas de Resistencia Animal conocieron la historia, cuando un empleado se dirigió a la perrera para llevarse dos nuevos perros a la parcela con los canes de La Paracaima. La sospecha de los activistas es que los perros de Alzaga que iban falleciendo se sustituían por otros, para seguir exprimiendo la herencia millonaria. Desde entonces, la Guardia Civil investiga el caso.

Además, este medio ha podido comprobar que en el RAIA, un registro público cuyas inscripciones requieren del concurso de algún veterinario, constan perros dados de alta a nombre de Sara Alzaga después de que esta hubiese fallecido. También hay al menos veinte a nombre de La Pacaraima que, según el registro, han nacido después de la muerte de la mujer. Es decir, se han incorporado a la lista de perros beneficiarios de la herencia, pese a que en el testamento y en los estatutos de la asociación se deja claro que el dinero debe servir para cuidar a los perros que la fallecida tuvo en vida.

Por último, el registro recoge el misterioso caso de dos perros muertos y devueltos a la vida (registral): Podenca y Rabito.

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