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Rida, la experiencia de jugarse la vida como una costumbre

Fotos: Miguel Heredia

Néstor Cenizo

Hace poco contábamos la trayectoria de Mohamed Achgaf, un joven procedente de Tánger asentado en Sevilla después de un duro viaje en los bajos de un camión cuando tenía 14 años y que acaba de recibir un premio por su música social, que compagina con la Ingeniería Química. Ahora tenemos la historia, aún sin final, de una persona que ha convertido la experiencia de jugarse la vida en una costumbre. Rida Al Faqsi es marroquí, ha sido expulsado de España doce veces y ha vuelto otras tantas, todas en los bajos de un camión. Rida es padre de un niño de dos años que vive en Málaga. Y por eso Rida siempre vuelve, aunque ya no recuerde por qué vino la primera vez.

“Fue una tontería. Si pudiera volver atrás, me quedaría en Marruecos”, lamenta con 23 años. En 2006 vivía en una aldea cerca de El Kelaa, en la provincia de Marrakech. Nunca conoció a su padre y fue su abuela quien le crió. Tenía trabajo, pero quería una vida mejor, la que intuía en los coches de quienes volvían por vacaciones. “Un día llamé a mi abuela desde Tánger, y la avisé de que no sabía si volvería a casa”, recuerda. En aquella ocasión le atraparon apenas puesto el pie en Algeciras, y fue a parar a un centro de acogida para menores de Antequera.

Desde entonces (noviembre de 2006) hasta diciembre de 2010, Rida fue un extranjero en situación legal en España. En ese tiempo, recogió aceitunas, hizo un curso de mecánica y trabajó en una carnicería. Entonces cometió su gran error, el que le hizo entrar en una rueda de la que aún no ha salido: le detuvieron con dos kilogramos de hachís en Ceuta. Fue condenado al pago de una multa, pero recibió un castigo mayor: nunca volvieron a renovarle el permiso de residencia. Desde entonces, no puede estar legalmente en este país.

Rida fue expulsado de España por primera vez el 7 de septiembre de 2011. Fue el primero de sus doce traslados. Regresó quince días después porque su novia de entonces se lo pidió. Poco después, ella se quedó embarazada. Su hijo, sin embargo, no lleva sus apellidos pero sí su mismo nombre, y ella y su familia, según explica, apenas le permiten verle. Aun así, Rida vuelve y vuelve. Asegura que con su método supera el escáner de la frontera con relativa facilidad. Para los perros, pimentón. Cuando da con sus huesos de vuelta en Marruecos, no pierde el tiempo: “Salgo de la comisaría y si tengo dinero, cojo un taxi y voy al puerto de Tánger. Me bajo un poco antes, me tranquilizo, miro los vehículos y digo… a por vosotros”.

“No se elige parada”

Para sus viajes lleva casi siempre un mono de mecánico, que tira en cuanto llega a España, y una cuerda fina, que le sujeta al vehículo por pecho, cintura y piernas. Eso, y el arrojo. A veces no le da tiempo a hacer los nudos, o la cuerda se rompe, o le deja marcado después de un viaje largo. “Una vez se rompió la que me sujetaba los pies. ¡Los zapatos se destrozaron, aunque yo intentaba sujetarme!”. Rida explica que suele viajar boca abajo, viendo pasar la carretera a 120 kilómetros por hora: “Voy pensando en dónde parar, cómo conseguir dinero para llegar a Málaga, en mi familia…”. No se elige parada en los bajos de un camión, así que ha llegado a recorrer más de 500 kilómetros: cuando el vehículo se detuvo en una gasolinera, se encontró en la provincia de Badajoz. Tardó seis días en llegar a pie a Santa Olalla (Huelva), donde reunió el dinero para tomar un autobús a Sevilla y, después, a Málaga.

“Después de un viaje estás cansadísimo y te duele todo. Cuando llego intento descansar, aunque si me pilla en fin de semana me pongo a trabajar”, cuenta Rida, que ahora es relaciones públicas de algunos bares del centro. Hace poco volció de de Marruecos, pero esta vez fue distinto. Dos cardenales de algo más de un centímetro de ancho le cruzan desde la yugular hasta la clavícula opuesta. También tiene golpes en el torso. “Pensé que era mi último día”, cuenta. “Llevaba las llaves colgadas de una cuerda al cuello, y las sujetaba entre los dientes. Al pasar por la aduana las solté”. Ocurrió que las llaves se engancharon con el sistema de transmisión y vivió los diez segundos más largos de su vida. Gritó, pero cree que fue el compañero del conductor de su camión, que viajaba tras ellos, quien vio salir disparadas las llaves y los jirones de la camisa, nada más pasar el puerto de Algeciras. El camión paró y él, descamisado, pidió ayuda en un restaurante de comida turca. Y así, con el polo que le dieron en un restaurante de kebabs, volvió a Málaga la última vez.

Rida dice que la policía le da consejos para salir de esta situación: que vista con zapatos y camisa, que cambie de ciudad, que se case, o que le ponga su apellido al niño. Pero de momento, la reagrupación familiar está descartada. De rostro afilado y verbo fácil, es afable y risueño, como si quitándole hierro convirtiera el drama en una simple aventura. Pero es una pose, y a veces llora: “Tengo que reírme, porque si no me río estaría en el hospital o tomando tranquimazín”. ¿Cuándo has tenido más miedo? “Siempre. No ha habido una sola vez en la que no haya pasado miedo”, responde.

“Si quieres un futuro hay que luchar por él… Por eso creo que alguna vez conseguiré los papeles”, suelta finalmente. Rida tiene esperanza, pero de momento la vida le zarandea, lo lleva y lo trae y él, tozudo, vuelve al que cree que es su sitio. “Si no fuera por él no vendría”, explica mientras enseña algunas de las fotos de su hijo. “Me gustaría tener mi familia, aquí, allí, o donde sea. No quiero que a mi hijo le pase lo mismo que a mí, y que su madre le diga: ‘tu padre te abandonó’”.

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