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Una cooperativa de pisos a medio millón de euros para 'salvar' al València CF y acabar la eterna reforma de su estadio

Las interminables obras en Mestalla / Imagen de archivo.

Sergi Pitarch

Valencia —

El 15 de septiembre de 2008 la música dejó de sonar. La caída del gigante financiero Lehman Brothers incendió los mercados y dio el pistoletazo de salida a una crisis mundial que en España se vería agudizada por el estallido de su propia burbuja inmobiliaria. A 6.000 kilómetros de distancia, en Valencia, la resaca fue de tal magnitud que arrasó con la mayoría de emblemas económicos levantados al calor de la fiebre del ladrillo -como Llanera o Astroc-, pero también sociales.

El València Club de Fútbol acababa de ganar una Copa del Rey en esa temporada y todavía degustaba su primer y último triplete -Liga, Europa League y Súper Copa de Europa-. Para discutir la hegemonía a Real Madrid y FC Barcelona, el entonces presidente, Bautista Soler, un potente promotor inmobiliario, había proyectado un nuevo estadio con capacidad para 75.000 espectadores y 350 millones de inversión.

Cuando los mercados financieros se tambalearon y pusieron fin a la orgía inmobiliaria, en ese ocaso del verano de 2008, las obras del Nou Mestalla iban viento en popa. El club había invertido 150 millones y la estructura de hormigón del estadio ya imponía en una de las principales entradas a Valencia, en la también nueva Avenida de las Corts Valencianes, nacida con el boom urbanístico. La venta del suelo del viejo estadio -en una operación similar a la que hizo el Real Madrid con su antigua ciudad deportiva de Valdebebas con apoyo del poder político del Partido Popular- debía garantizar la solvencia de la operación.

Pero el hundimiento inmobiliario hizo imposible la venta de suelo del viejo Mestalla, en otro punto estratégico de la ciudad -la salida norte de Valencia-, y con una deuda de 500 millones de euros el club tuvo que paralizar las obras del Nou Mestalla en febrero de 2009. Desde esa fecha, las grúas no se han movido en el armatoste de hormigón y hierro que debía haber albergado finales de Champions y conciertos de U2 y que se ha convertido en uno de los principales problemas urbanísticos de la ciudad y en símbolo, a su pesar, del fin de una era.

Esta operación fallida convierte al València CF en el único equipo del mundo con dos grandes estadios, uno de ellos sin utilidad en el que enterró 150 millones, el presupuesto de una temporada. Varios han sido los presidentes y empresarios que han intentado resucitar la construcción del nuevo Mestalla con y sin la ayuda de Bankia, el principal acreedor del club valencianista. Y todos con el mismo resultado, sonoros fracasos.

El actual propietario del Valencia, el empresario de Singapur Peter Lim, ganó la especie de concurso que Bankia y el València CF realizaron para hacerse con el control accionarial del club con la promesa de que el Nou Mestalla estaría terminado el año del centenario, en 2019. Han pasado las celebraciones y el estadio continúa igual que se dejó en febrero de 2009.

La novedad es que en los últimos meses ha aparecido un posible comprador para la parcela de Mestalla que podría, si se acaba fraguando la operación, dar la liquidez suficiente al València CF para terminar el campo. Se trata de la cooperativa ADU Mediterráneo, que tiene cerrado un preacuerdo con el club para quedarse el suelo del histórico campo a cambio de unos 120 millones de euros. Eso sí, al tratarse de una cooperativa, la operación está sujeta a que en el mes de octubre tenga vendidos alrededor del 70 % de los pisos proyectados en la zona. A 500.000 euros cada vivienda.

Aseguran en la cooperativa y el club que han conseguido la cifra mágica con una primera fianza de 3.500 euros y que el objetivo está a punto de materializarse en octubre cuando los pequeños inversores tengan que abonar su segunda parte del compromiso, otros 30.000 euros sobre plano que no recuperarán si el proyecto falla. Será la hora de la verdad.

Los pisos proyectados para el suelo del viejo Mestalla son una inversión a largo plazo, puesto que sus propietarios deberán esperar a que el club termine el nuevo estadio, derribe el viejo y se construyan las torres de edificios, algo que como pronto se finalizaría en 2024 si todo va bien.

Pero en Valencia los aficionados y vecinos están cansados de este tipo de anuncios y viven con desazón el proyecto del nuevo inversor. Aunque tendría gracia que fuera una cooperativa la que salvara aquel estadio que presentó con pompa y boato el “jefe” de los promotores urbanísticos y que tuvo como maestros de ceremonias a la exalcaldesa de Valencia, Rita Barberá, ya fallecida, y al expresidente de la Generalitat, Francisco Camps. La foto de aquel levantamiento de la tela que cubría la maqueta es la evidencia de cómo han cambiado las cosas en la tercera ciudad de España.

Mientras, la operación urbanística -más discreta que las conseguidas por el Real Madrid o el Atlético de Madrid- es una de las tablas de salvación a la que se aferra el València CF para sanear sus maltrechas cuentas, que alivió un poco la llegada del magnate Peter Lim. O eso, o devolverle al barrio y a la ciudad los terrenos del Nou Mestalla. Una opción que nunca ha estado descartada pero que va sujeta a dinamitar una estructura con 150 millones de euros invertidos.

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