Sólo el feminismo salva al pueblo
Si algo he aprendido los últimos años como hombre de las mujeres con respecto al feminismo es que debo callar, escuchar, aprender y ofrecer mi ayuda. En este concreto orden. Como es evidente tengo mi opinión sobre todo aquello que ocurre a mi alrededor e incluso más allá de mi contexto vital, a miles de kilómetros. Pero asumo que mi visión ni es importante ni debe determinar el transcurso de políticas de las que no soy el protagonista o -más bien, como es el caso- soy el actor activo que genera el problema.
Es por ello que quiero empezar pidiendo disculpas a cualquier persona que pueda molestarse por este escrito y asumir todas y cada una de las críticas que se desprendan de él. Tampoco imponer mi visión ni enmendar la de nadie, tan solo colaborar dentro del marco colectivo de reflexión con la absoluta certeza de que, si este objetivo particular fracasa, el fracaso será exclusivamente mío.
Tengo el total convencimiento de que el futuro de la sociedad es feminista y es de las mujeres. Y dentro de un mar de dudas y miedos, el único viso de esperanza que logro ver -y al que me agarro con fuerza- es precisamente la inexorable victoria del feminismo como movimiento y propuesta política. Quizás por eso tampoco me preocupa en exceso -como sí percibo en otros compañeros- el auge de la extrema derecha, porque a lo largo de la historia siempre que la sociedad ha empezado a avanzar en el transcurso del progreso, han aparecido los monstruos de los que hablaba Gramsci. Y en todas las ocasiones la victoria ha sido para quien apuesta en positivo por el bien colectivo de la Humanidad. Es el desarrollo dialéctico de la historia, nunca matemático, nunca prefijado, nunca mecánico... pero cuyas dinámicas terminan por imponerse.
También tengo claro que, así como está sucediendo en el resto del mundo, las mujeres serán el mayor dique de contención de las fuerzas regresivas del miedo. Si no lo son en las instituciones a través de las fuerzas feministas lo serán en las calles, donde se cuentan por decenas sus triunfos en los últimos años (desde la ley Gallardón a la huelga feminista del 8M).
La construcción del movimiento feminista -en su etapa reciente- en España se ha forjado desde una posición estratégica ofensiva y probablemente esta sea su mayor virtud y lo que explique el éxito social alcanzado. Ha conseguido en un breve período de tiempo generar un imaginario común ampliamente compartido por la sociedad en su conjunto de forma transversal atravesando su adscripción de hombres a mujeres, pero también -y lo que es más importante- de personas que participan activamente de él a quienes pasivamente lo apoyan y comparten sin necesidad de ejercer ninguna participación activa del proceso.
La dirección política que ha llevado el movimiento feminista es de progreso, situando como eje la conquista de derechos y garantías, la ampliación de servicios, el reconocimiento y superación de la(s) desigualdad(es)... en definitiva, la apuesta por un cambio estructural de paradigma. Esto es: el abandono del actual campo de juego y sus normas proponiendo uno nuevo, que además es moral y objetivamente mejor para el conjunto de la sociedad.
Ante el vértigo por crecimiento de las propuestas reaccionarias -del monstruo- cambiar el rumbo hacia una apuesta estratégica de resistencia puede resultar peligroso para sostener la dimensión que ha conseguido el movimiento feminista. La masiva suma de simpatías que ha logrado se ha basado en una lógica de aspiraciones y horizontes que, de difuminarse en pro de una lógica de conservación, corre el riesgo de perderse. No es un tema baladí ni una intrascendente cuestión de enfoques, sabemos y hemos comprobado la importancia que tienen los estados de ánimos en la construcción de realidades sociales como elemento de comprensión y creación de simpatías por parte de la ciudadanía.
Además hay dos elementos que continúan siendo centrales a pesar de cualquier cambio de tendencia política o vaivén social. De un lado, que feminismo ya expresa antifascismo. No se contempla de otro modo, no cabe la posibilidad de una apuesta política feminista que no sea antifascista, está en su propio núcleo ideológico y práctico. Y también se desprende tanto de la propuesta feminista como de su trayectoria histórica de lucha social, que la defensa de las conquistas obtenidas es un pilar fundamental que continuará en pie, sin necesidad de reafirmarlo.
De otro lado, las políticas reaccionarias nunca han sido -ni lo son ahora- el problema al que se enfrenta e intenta cambiar el feminismo. En todo caso son el ala radical y extrovertida del problema. Pero en el fondo la lucha continua siendo contra un Patriarcado que pervive al margen del refuerzo de las posiciones ultras que vemos estos días. El horizonte colectivo no ha cambiado.
El papel de los hombres: una posible tarea esencial
Nos va la vida en el triunfo del feminismo. Decenas de mujeres mueren cada año a causa de un sistema patriarcal que lo penetra todo y es nuestra culpa. Somos los culpables directos de este mal, aunque no lo veamos, aunque nos cueste asumirlo. Pero también es este sistema el que nos está abocando a la muerte de la sociedad.
Continuo creyendo en lo primero que he dicho: callar, escuchar, aprender y ofrecernos para ayudar. El motivo es sencillo: ellas son las víctimas y conocen mejor que nosotros el problema y cómo afrontarlo. Pero si nosotros somos los culpables, también tenemos la necesidad de ser los primeros en cambiar. Y es ahí donde reside nuestra tarea, en convencernos y convencer al resto de hombres de que el feminismo no es su enemigo, es su salvación.
¿Cuál es nuestra tarea entonces? Nosotros nos conocemos, sabemos cómo pensamos y sabemos cómo nos comportamos, sobretodo entre nosotros, cuando somos manada. Sabemos las bromas infantiles que hacemos entre amigos o familiares, e incluso entre compañeros y camaradas. Sabemos como infravaloramos a las mujeres de forma más o menos consciente y somos conscientes de como las juzgamos. El Patriarcado está en nosotros, en todos nosotros.
Cómo trazar una estrategia para acabar con ello, para dar en la clave del comportamiento masculino y como derribar nuestras débiles estructuras de reafirmación y dominación, es posiblemente un ejercicio que debamos reflexionar desde nuestra condición. Primero, como es evidente, desde un cariz particular, individual. Ahí sí necesitamos a las mujeres para que nos señalen. Pero cómo desarrollar un trabajo colectivo de aprendizaje y deconstrucción, es posible que dependa de quién mejor conoce al sujeto que debe ser cambiado: nosotros.
Pondré un ejemplo controvertido: sé que somos los culpables de los asesinatos machistas, ya lo he dicho. Sé que somos potenciales violadores y asesinos, no importa si por un elemento cultural o por un convencimiento personal; no importa si por consciencia o por inconsciencia. Pero políticamente lanzar esta consigna es objetivamente real, moralmente irreprochable y estratégicamente estéril. Porque no genera un grado de concienciación superior del problema entre sus causantes, sino un sentimiento de rechazo fruto de esa débil construcción de género.
Por mi parte sólo me queda ofrecer de nuevo mi ayuda y reiterar la asunción de críticas y responsabilidades por mi escrito y por mis actos. Pedir enfatizadamente que me señaléis cada vez que cometo un error, que os fallo y que reproduzco del sistema que pretendo cambiar, provocándoos directamente las consecuencias que sufrís. Escribo esto a sabiendas de la postura que me corresponde ocupar porque creo desde la honestidad que puede ser útil. Y si no es así, lo lamento.
*Jaume Giner Santos es graduado en Ciencias Políticas por la UV, estudiante del Máster en Derechos Humanos, Democracia y Justicia Internacional del IDHUV. Responsable de Elaboración