Estación del Norte, cien años de ciudad
Como la Gare du Nord de París, la Estación del Norte de Valencia toma su nombre de la compañía ferroviaria que la construyó. Es, pues, de los Ferrocarriles del Norte, concretamente de la antigua Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España, de donde procede la denominación de un edificio que no está situado precisamente al norte del núcleo urbano sino más bien en su centro, apenas un poco al sur del límite de lo que fue la Ciutat Vella.
Inaugurada cuatro años después de que en Nueva York se abriera en 1913 la legendaria Grand Central Station, con sus famosas estancias abovedadas obra del arquitecto valenciano Rafael Guastavino, la Estació del Nord de Valencia, que ahora cumple 100 años, no solo no desmerece en el conjunto internacional de la arquitectura de hierroque marcó el cambio del siglo XIX al XX sino que es uno de sus ejemplos notables.
Al impresionante muestrario de estaciones, mercados y puentes mediante el que se expresó esa arquitectura que combinaba, no sin polémicas estéticas en su momento, la ingeniería estructural con el monumentalismo constructivo, Valencia aportó dos mercados, el de Colón, obra de Francisco Mora, y el Central, de Francesc Guàrdia y Alexandre Soler, así como esta preciosa estación diseñada por Demetrio Ribes.
Apenas en 11 años, de 1916 a 1928, una época prodigiosa en la arquitectura de la ciudad, Valencia inauguró esas tres piezas, pero es probablemente la Estación del Norte la más icónica por su singular lenguaje modernista, tan poco francés y tan austrohúngaro.
Se ha dicho que el edificio se inspiró en el modernismo vienés del denominado estilo Sezession. En efecto, la influencia de Otto Wagner se hace notar en el rítmico esquematismo de la composición arquitectónica, fruto de una vocación de sobriedad que anuncia ya el racionalismo.
Es la decoración, en la fachada, pero sobre todo del interior, la que preserva el aire modernista del conjunto, algo que lo acerca, en cierto modo, al Mercado de Colón, por la inspiración local y agraria, a la que hay que añadir, en su caso, las referencias ferroviarias de los motivos ornamentales.
El uso del hierro, en el enorme hangar pero también en las marquesinas de la calle, y el empleo de la madera y la cerámica vidriada expresan una confluencia de oficios y artes que entonces alcanzaba su clímax en la arquitectura y que declinaría, con la industrialización, hasta conducir a ejercicios monumentales carentes de integración, de habilidades y de gusto por el detalle como los que tan bien representan los edificios de Santiago Calatrava en la Ciudad de las Artes y las Ciencias. Solo hay que comparar el trabajo de Ribes en la estación con el lamentable uso del trencadís en el Palau de les Arts.
Como la Grand Central Station neoyorquina, la de Saint Pancras, en Londres, la estación central de Praga y tantas otras, la Estació del Nord valenciana sigue en funcionamiento un siglo después. En sus andenes se desarrolla cada día un movimiento incesante de pasajeros de cercanías que sigue haciendo vigente su funcionalidad.
Con una Estación del Norte hermana en Barcelona, que Demetrio Ribes construyó en 1912 y que actualmente hace el papel de estación de autobuses, el edificio valenciano corre el peligro de ser convertido en uno de esos espacios para tiendas y restaurantes, sin alma ni funcionalidad viajera. La estación del Ave, en el barrio de Jesús (la llaman de Joaquín Sorolla) es el emblema de su obsolescencia en tiempos de alta velocidad y soterramiento de vías.
Los proyectos que se han manejado de construcción de una nueva estación central y el diseño de andenes subterráneos la desahucian de un papel primordial que no debería perder. La Estación del Norte es una pieza clave de la relación de Valencia con su territorio, con el área metropolitana y con la gente. Lleva 100 años haciendo ciudad. Sería imperdonable jubilarla.