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La Siberia Mallorquina: el campo de concentración franquista donde “ni los mismos guardias podían resistir”

Campo de concentración de Son Morey, en Artà, donde los prisioneros también tuvieron que afrontar duras condiciones

Esther Ballesteros

Mallorca —

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“Las condiciones de vida a causa del frío, que ni los mismos guardias podían en ocasiones resistir, eran de una dureza incalificable”. Así relata el historiador Antoni Oliver la deplorable situación en la que debían subsistir los presos del franquismo recluidos en el campo de concentración de Albercutx, ubicado en Pollença, en el extremo nordeste de Mallorca. Rodeado de bosque y bajo temperaturas gélidas, el lugar llegó a ser conocido por los reclusos como 'La Siberia mallorquina'. Al frío se sumaban, además, la pésima alimentación y los frecuentes castigos impuestos a los internos.

El de Albercutx fue tan solo uno de los más de veinte campos de concentración construidos en la isla durante la Guerra Civil. Mallorca fue, de hecho, uno de los primeros lugares del país en los que fueron erigidas estas instalaciones tras el golpe fascista de 1936. En la isla, los primeros campamentos vieron la luz entre diciembre de 1936 y enero de 1937. Las cárceles comenzaron a llenarse con tanta rapidez que muy pronto hubo que improvisar lugares donde recluir a los presos.

En este contexto, la acumulación de detenidos en Can Mir, la prisión provincial y el Castell de Bellver llevó a las autoridades franquistas a plantearse, coincidiendo con las nuevas necesidades defensivas de Mallorca, trasladar a los reclusos a los campos de concentración itinerantes que fueron abriéndose a lo largo de la costa de la isla, donde eran obligados a trabajar en la construcción de carreteras y otras obras públicas y a dormir en los reposaderos del ganado, en barracones de madera o en tiendas de campaña.  

Pollença, punto estratégico para las fuerzas fascistas

En el caso del campamento de Albercutx, éste se encontraba situado próximo a la bahía de Pollença, en la actualidad uno de los principales núcleos turísticos de la costa norte de Mallorca y, durante el conflicto bélico, punto estratégico para los intereses de las fuerzas fascistas, al igual que durante siglos anteriores lo había sido para las rutas comerciales del Mediterráneo occidental. Frente a sus costas perdió la vida Ramón Franco Bahamonde, comandante de aviación en Balears y hermano del que a la postre se convertirá en dictador del país durante cerca de cuarenta años, cuando su hidroavión, nada más despegar, se precipitó en barrena sobre el mar. Muy cerca de la zona, el aeródromo de Pollença se convirtió en la principal base de operaciones de la Aviazione Legionaria italiana desplazada a España para apoyar a los sublevados.

La finalidad del campamento de Albercutx era, principalmente, la construcción de la carretera que unía –y une– el Port de Pollença y Alcúdia, además de la ejecución de una nueva vía que debía enlazar el Port de Pollença y Formentor con Sa Talaia, torre de vigilancia construida en el siglo XVII frente a las frecuentes incursiones de piratas y corsarios. Los presos del campo de Albercutx también intervinieron en la construcción de tres piezas antiaéreas y tres dependencias destinadas al destacamento militar allí desplegado. Las obras de la carretera se dieron por finalizadas en marzo de 1941 y, en la actualidad, una placa ubicada al inicio del camino hacia la torre recuerda quiénes fueron sus constructores. A 380 metros sobre el nivel del mar, la atalaya constituye en la actualidad uno de los miradores más privilegiados de la isla.

El vendaval que arrasó 'La Siberia Mallorquina'

“Los prisioneros contaban que un vendaval (allí eran frecuentes) arrasó el campamento hecho de barracas de madera y lo tuvieron que construir unos metros más abajo”, relata la historiadora Maria Eugènia Jaume Esteva, autora del libro Esclaus oblidats. Els camps de concentració a Mallorca (2019, Documenta Balear), uno de los últimos trabajos realizados en torno a estos centros de reclusión.

No en vano, Oliver señala que las condiciones de vida más duras se dieron en 'La Siberia Mallorquina', que comenzó a recluir a prisioneros a partir de octubre de 1937 y permaneció abierta hasta después de finalizada la Guerra Civil. En plena Serra de Tramuntana, el campamento tenía una capacidad media para cien personas y, como apunta el historiador, una casa de madera “tal vez inicialmente de 'nevater' albergaba a los detenidos”. La primera ola que llegó al campo estaba compuesta por 82 reclusos procedentes del campo de concentración de Son Amoixa, situado en Manacor. Como explica Jaume, las instalaciones de Albercutx, de carácter militar, parecían más bien un campamento civil dado que los presos que acabaron recluidos en él eran considerados no aptos para ir al frente, ya que “sus tendencias políticas eran consideradas demasiado de izquierdas o liberales para poder presentarlos”.

Conducidos en vagones de ganado

A las afueras del municipio de Artà, al nordeste de Mallorca, aún se aprecian las ruinas de otro de los campos de concentración que el franquismo levantó en la isla y donde los prisioneros sufrieron duras condiciones: el Son Morey, en s'Alqueria Vella. Al anochecer de un día de diciembre de 1941, llegó hasta la estación del tren un batallón de trabajadores procedentes de la península. Uno de aquellos prisioneros, Roque Yuste Giménez, relata en sus memorias, Añorando la República, cómo los introdujeron “en vagones de ganado para no perder la costumbre de maltratarnos”. Una vez en la estación, pasaron la noche “dentro de los almacenes y corrales como si fuésemos mercadería a punto de ser embarcada”, apuntaba, por su parte, Aurelio Conesa, otro de los presos que vivió el aciago día a día del campamento. Su relato se encuentra recogido en L'últim estadà de l'inhòspit (1993, revista Bellpuig), del investigador Pere Ginard.

Al día siguiente, temprano, todos ellos partieron por empinados caminos de carros hacia Son Morey, donde se instalaron tiendas de campaña. “En cada una colocaron a unas 50 ó 60 personas. Estábamos tan estrechos que creo que, a la hora de dormir, si uno se quería girar debíamos hacerlo todos juntos”, manifestaba Conesa.

“Mi padre había pasado tanta hambre que no quería volver a sufrirla más”

Respecto a la alimentación, uno de los testimonios más duros que se conservan es el de Federico Álvarez Pérez. Su hija, Maria Leonor, recuerda que, tras su paso por el campo de concentración, su padre puso una condición en casa: “La mesa debía estar siempre llena para comer, con mucha comida. Y así fue. Yo era la mayor de seis hermanos y siempre vi una mesa llena de comida. Mi padre había pasado tanta hambre que no quería volver a sufrirla más. Todo lo que ganaba se lo daba a mi madre, que era quien administraba la casa. Él solo se quedaba dinero para ir a tomarse un café...”.

Sus manifestaciones quedaron plasmadas en la obra Esclaus per fortificar Mallorca. Els presos de Franco a Artà (1941–1942), de Jaume Morey Sureda (2016, Lleonard Muntaner). Hasta un total de 739 hombres fueron destinados a la construcción del camino a la 'Posición Farruch', donde se instalaría una batería de defensa incluida en el conocido como 'Circuito estratégico'. Las humillaciones eran frecuentes y las condiciones, difíciles de soportar. No en vano, Conesa, entrevistado por Morey, explicó que el primer día de trabajo uno de los presos no pudo resistir la dureza del traslado y acabó falleciendo. Al día siguiente lo trasladaron a Artà para enterrarlo en la fosa común del cementerio. La dureza de las labores que debían llevar a cabo, el régimen disciplinario, las pésimas condiciones higiénicas y el escaso alimento provocaron que algunos de los presos fuesen trasladados al hospital militar de Palma.

Castigados “por su ideología”

Como abunda Maria Eugènia Jaume, los prisioneros de Franco en Mallorca fueron obligados a llevar a cabo trabajos forzados “como castigo por su ideología”. Más de 300 kilómetros de carreteras, puentes, aeródromos, una línea ferroviaria que nunca se finalizó y más de 150 nidos de ametralladora fueron construidos por los más de 10.000 hombres que entre 1936 y 1942 pasaron por los diversos campos de concentración de la isla. “Estos individuos estuvieron expuestos a todo tipo de humillaciones, maltratos e inclemencias meteorológicas durante las construcciones, en algunas ocasiones inútiles”, abunda. 

Los trabajos a los que fueron obligados los vencidos de la Guerra Civil son, a juicio de Jaume, el resultado de la utilización de la mano de obra esclava en busca de rédito económico y logístico. “Los cientos de kilómetros y las infraestructuras construidas van mucho más lejos de un espacio de tiempo dada su magnitud histórica”, señala la historiadora, quien incide en que la dureza de estos trabajos se convirtió en crucial en un momento en que el temor al ataque enemigo impedía pensar en nada más allá que en levantar fortificaciones para la defensa de una isla estratégicamente situada en el Mediterráneo.

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