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La leyenda de “Juán José”, la obra de Dicenta adoptada por los revolucionarios y representada casi tanto como el Tenorio

Escena de la obra

Luis de la Cruz

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Años treinta. Un obrero sale de trabajar. Es ya de noche, pero se encamina con algunos compañeros al local del sindicato donde el grupo de teatro del mismo ensaya para la representación de Juan José, que estrenarán en fechas cercanas al Primero de Mayo. Se hará en un pequeño local de la barriada y el beneficio irá destinado a la viuda de un compañero accidentado, imposibilitado para trabajar por una buena temporada. El día que cae el telón, todos los miembros del cuadro teatral, sus familias y otros vecinos –no solo los afiliados– se vestirán con el traje de domingo.

Esta escena ficticia es muy similar a muchas situaciones ocurridas en el primer tercio del siglo XX en España, cuando el melodrama social Juán José, de Joaquín Dicenta, se convirtió en la obra más representada, seguramente por detrás solo del Tenorio.

Joaquín Dicenta Benedicto (1862- 1917) fue un importante periodista, dramaturgo y poeta del tránsito de siglo. Leída hoy, dicen los expertos que su obra y sus formas románticas quedan demasiado decimonónicas –que se ha quedado vieja, vaya– y en su tiempo ya recibió críticas que, además de las consideraciones literarias, caían en el clasismo de hacer de menos los gustos de la plebe, entre la que tenía audiencia. Su Juan José, por ejemplo, fue tildado de “drama de alpargata”.

Sin embargo, fue un periodista y escritor mucho más importante en la época de lo que su vago recuerdo estereotipado nos permite atisbar hoy; muy respetado por otros grandes nombres de las letras del 98, como Azorín, no es casualidad que los de la esta generación usaran su casa como lugar de reunión y velaran sus primeras armas en Germinal, publicación dirigida por Dicenta.

Su vida pendenciera de leyenda precedía a su nombre, como buen bohemio. Noctámbulo impenitente, mujeriego –tuvo cinco hijos con otras tantas mujeres y amoríos sonados, como el de la bailaora gitana Amparo de Triana–, chulo y frecuentador de tabernas y burdeles. Antes, y después de tener dinero.

Expulsado de la academia militar en Segovia, las pasó canutas en el Madrid humilde en su juventud. Estudió algunos cursos de Derecho en la Universidad Central (calle de San Bernardo) y de Medicina en el Hospital de San Carlos. Pronto se enredó con otras almas, paralelas a la suya, las de esa generación llamada de la Gente Nueva, con quienes frecuentó tertulias de café como el Fornos o el Inglés; o redacciones de periódicos. Por cierto, la lista de cabeceras en las que escribió tiende a inabarcable.

Sus aventuras más políticas con la pluma –en La Piqueta, La Avispa, El Radical, Las Dominicales del Librepensamiento, la Democracia Social o Germinal– podrían considerarse el primer escalón de su biografía política, que le llevará a ser concejal por el grupo republicano-socialista en el Ayuntamiento de Madrid entre los años 1909 y 1912.

Dicenta es algo asó como el director de la hornada de escritores inmediatamente anterior a la Generacion del 98 –los Dicenta, Bark, Sawa, Nakens o Zamacois– que frecuentaron aquel Barrio Latino conformado por los alrederores de la Universidad Central y el entorno de las calles del Pez, la Corredera o de la Madera (en cuyo número 24 vivió él o estuvo El País, periódico donde trabajó). En el Café del Pez, en la esquina de Pez con Pozas, conocería a Amparo de Triana, con quien se casó; por allí anduvo, de día o de noche, jugó al billar, bebió y estableció las redacciones de las cabeceras de las que fue impulsor.

Se les llamó Gente Nueva, se les ha tratado de Santa Bohemia (o Heróica, o Auténtica), y también Germinalistas, en referencia a la mencionada Germinal, que el propio Dicenta dirigiera. Estéticamente, era una generación arrebatada por el modernismo; políticamente, destilaban una síntesis de republicanismo, socialismo y anarquismo intelectual.

En el prólogo a su obra Aurora escribió que su pretensión era “colaborar al triunfo de las nuevas ideas, de las que tienen por objeto convertir esta sociedad de oprimidos y opresores, de opulentos y mendigos, de verdugos y víctimas, en dichoso y amplísimo hogar de hermanos, de compañeros, de seres iguales, aleccionados en el bien y regidos por la justicia”. No obstante, su ideología se deja sentir en su obra porque siempre aparece el débil, pero no desde la discusión doctrinal, la teoría política o las ideas de sus personajes.

En La Democracia Social había una sección llamada El Romancero de la Blusa (en referencia al que era entonces el atuendo más habitual de los obreros) donde versificaron Manuel Paso, Félix Limendoux, Ricardo Catarinéu, Victor Hugo o él mismo. De entonces es su poema El Andamio, que recoge bien la intención social de su literatura: “…Desde esta humilde tabla os desafío, / miradme bien, vuestro edificio es mío, / mío desde el remate hasta la planta, / mío porque mi mano lo construye, / y esta mano es la mano que levanta, / pero es también la mano que destruye…”

La vida de Joaquín Dicenta se apagaría el 21 de febrero de 1917 en el Hotel Simón de Alicante, donde pasó sus últimos años. Dejó dicho que envolvieran su cuerpo en una sábana humilde y lo enterraran en el cementerio civil, sin lápida ni homenajes públicos. Su estirpe la estirarían otros célebres Dicentas: sus hijos Joaquín (dramaturgo) y Manuel (actor); y sus nietos Daniel y Jacobo, también actores.

Por el Primero de Mayo... Juan José

El éxito de Juan José fue inmediato y sacó a Dicenta de una vida de apreturas. Tras su estreno en el Teatro de la Comedia (1895), se representó ininterrumpidamente durante otros 150 días, con gran éxito de crítica y público. Durante los años siguientes, y hasta la guerra, no había grupo de teatro de un ateneo, casa del pueblo o círculo republicano que no hiciera su propio Juan José, y pronto se instauró la tradición de montar la obra por el Primero de Mayo, lo que ha hecho que se diga que es la obra de teatro más representada después del Tenorio (que, como se sabe, se representa cada Día de Difuntos).

 Juan José mutó en distintas novelas (de diversos autores) y hasta se estrenó, también en el Teatro de la Comedia, una parodia llamada Pepito, escrita por Celso Lucio Antonio Palomero (amigos del autor de la original).

La obra se desarrolla en un clima de miseria y pivota sobre la relación amorosa del protagonista con Rosa, con la que vive sin haberse casado. El capataz de la hacienda donde trabaja Juan José muestra interés por ella y este acaba despedido, lo que aboca al afanado trabajador a robar para subsistir y, finalmente, a prisión. Rosa es descrita como una mujer ambiciosa, que accede a ser la amante del patrón por interés. Juan José, en el tercer acto, escapa de prisión con la intención de matarlos a ambos.

No es, como se ve, una obra de denuncia social literal, sino un melodrama al gusto de la época donde el trasfondo social permite a los espectadores identificarse con las duras condiciones de vida de los trabajadores manuales. En un prólogo a una edición de 1916 Dicenta escribiría: “Mucho ha progresado el obrero español desde que escribí la obra; pero la médula de mi drama subsiste, subsistirá mientras la mujer pueda ser empujada a la prostitución y el hombre honrado al crimen, por la miseria, por el abandono y por las explotaciones sociales.”

Florencio Fiscowich, editor musical y teatral que se hizo rico comprando los derechos de copia y reproducción de obras, le hizo una generosa oferta de veinticinco mil pesetas en el entreacto del estreno (al que había llegado escalabrado tras una pelea), a lo que Dicenta se negó.

El éxito de la obra y los dividendos que le reportaron en forma de derechos de autor (sería después uno de los fundadores de la Sociedad de Autores, que presidió desde 1904) hicieron viable La Democracia Social (1896) y Germinal (1897). Sin duda, sus pulsiones ideológicas son claves para entender su rápido olvido durante el franquismo. Ya en julio de 1936 derribaron el pequeño monumento dedicado a su figura en Zaragoza y, tras la guerra, quitaron la calle que llevaba su nombre en Alicante. Aun así, Juan José fue representada también durante el franquismo, aunque centrándose en lo que de drama de costumbres populares tiene (en 1948 por Manuel Dienta, su hijo). También fue llevada al terreno lírico por el compositor Pablo Sorozábal en 1968 pero, significativamente, se convertiría en una obra maldita, que no se estrenó hasta 2016

 

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