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Sobre este blog

Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.

Autores:

Aina Gallego - @ainagallego

Alberto Penadés - @AlbertoPenades

Ferran Martínez i Coma - @fmartinezicoma

Ignacio Jurado - @ignaciojurado

José Fernández-Albertos - @jfalbertos

Leire Salazar - @leire_salazar

Lluís Orriols - @lluisorriols

Marta Romero - @romercruzm

Pablo Fernández-Vázquez - @pfernandezvz

Sebastián Lavezzolo - @SB_Lavezzolo

Víctor Lapuente Giné - @VictorLapuente

Luis Miller - @luismmiller

Lídia Brun - @Lilypurple311

Sandra León Alfonso - @sandraleon_

Héctor Cebolla - @hcebolla

Los efectos del cambio climático socavan la lucha contra sus causas

El Gergal, en la provincia de Sevilla, desembalsa parte del agua acumulada estos días.

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A medida que los efectos del cambio climático resultan más evidentes, la naturaleza de este fenómeno va cambiando a ojos de los ciudadanos. El cambio climático ha pasado de ser un desafío difuso y global a manifestarse de manera concreta a través de episodios meteorológicos extremos (olas de calor, sequía, inundaciones) cuyas consecuencias son equiparables a los desastres naturales. Que el desafío climático se esté revelando más intensamente en forma de crisis podría, paradójicamente, acabar socavando el impulso global que se requiere para combatirlo. Dicho de otra manera: atender las consecuencias del cambio climático podría detraer esfuerzos orientados a combatir sus causas. Veamos de qué manera.

En primer lugar, la persistencia de las sequías o de las olas de calor pueden reorientar las demandas de la opinión pública del largo al corto plazo. A medida que los ciudadanos experimentan el cambio climático a través de eventos extremos, es posible que sus demandas hacia las administraciones públicas se centren más en la respuesta a la crisis (reparación de daños) y la minimización del impacto inmediato (mediante la adaptación de infraestructuras o el establecimiento de protocolos sanitarios, por ejemplo) en detrimento de una mayor exigencia de coordinación, financiación y liderazgo global en el largo plazo.   

Dicho de otro modo, las demandas de acción política de la población podrían orientarse desde lo global hacia lo local. Esto es así porque mientras que para combatir las causas del cambio climático es necesaria una coordinación global en la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, las decisiones sobre cómo reparar y minimizar los efectos de los fenómenos extremos suelen ser más locales o regionales. Esto puede acabar generando un dilema para los responsables públicos sobre cómo distribuir los esfuerzos y recursos entre acciones con beneficios más inmediatos y locales frente a acciones cuyos beneficios son más difusos y de largo plazo.

En segundo lugar, si los fenómenos extremos derivados del cambio climático se extienden con efectos geográficos asimétricos, será más difícil establecer acuerdos globales para combatir sus causas. Cuanto más desigual sea el impacto del cambio climático, mayor heterogeneidad existirá en la respuesta preferida por los gobiernos nacionales para mitigar sus causas. Los políticos que crean que las soluciones comunes están crecientemente alejadas (ya sea por demasiado suaves o demasiado exigentes) del nivel óptimo de respuesta en su propio país, tendrán la tentación de retroceder en acuerdos globales. La coordinación global se resquebrajará. Ello podría resultar en una coordinación reducida a “clubes de naciones” con intereses parecidos, como propuso William Nordhaus como fórmula para superar las limitaciones de los tratados internacionales.

El tercer mecanismo es la cristalización del tema del cambio climático en el ámbito político nacional. Por un lado, la existencia de eventos climáticos extremos ha intensificado la presencia del cambio climático en el debate público. Por otro lado, las iniciativas políticas lanzadas a nivel supranacional, como el Pacto Verde Europeo, han establecido líneas específicas de acción política que los estados miembros nacionales (y las autoridades regionales y locales) deben desarrollar. Estas líneas, como la implementación de políticas específicas para mitigar el cambio climático (por ejemplo, Zonas de Bajas Emisiones), generan grupos de ganadores y perdedores que presionan a las autoridades políticas nacionales en direcciones opuestas. Por último, la expansión del tema del cambio climático en el ámbito político irá acompañada de una progresiva cristalización de las posiciones de los partidos políticos, lo que contribuirá a profundizar las líneas de división sobre esta cuestión entre los votantes.

Como resultado, niveles relativamente altos de preocupación de la opinión pública sobre el cambio climático pueden coexistir con desacuerdos importantes sobre las medidas específicas implementadas para mitigar o adaptarse al calentamiento global (como impuestos o restricciones). En este escenario, los líderes nacionales tendrán más dificultades para conformar mayorías amplias con las que cumplir los acuerdos supranacionales sobre políticas preventivas o adaptativas que combatan el cambio climático. En definitiva, el consenso político necesario para sostener la acción colectiva global sobre el cambio climático será más difícil.

En definitiva, los tres argumentos presentados confluyen en una paradoja: mientras que el cambio climático, como desafío global, necesita de estructuras institucionales que permitan una coordinación global, su manifestación en forma de crisis periódicas puede socavar dicho esfuerzo, fortaleciendo el papel de lo nacional y lo local. Una mayor demanda de actuaciones orientadas a combatir en el corto plazo los efectos que provocan los fenómenos meteorológicos extremos desencadenados por el calentamiento global puede acabar debilitando los esfuerzos de largo plazo basados en la coordinación, la financiación y el liderazgo global.  

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