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Invitación del rey al silencio y al olvido

Alfons Cervera

Leo en este diario lo de las ayudas que la Diputación de Valencia ha decidido para los trabajos sobre Memoria Histórica. No me gusta ese nombre. Me gusta más llamar a ese pasado tan maltrecho con el nombre de Memoria Democrática. Muchos pueblos y asociaciones ya han solicitado esas ayudas. Me acuerdo de cuando Rafael Hernando, portavoz del PP en el Congreso de los Diputados, dijo que queríamos recuperar a los muertos republicanos de las cunetas porque nos daban dinero para esa recuperación. Seguro que si ese individuo tuvo algún muerto durante la guerra ya se encargó Franco de sacarlo para que le rindieran homenaje su familia, el cura del pueblo y los amigos. Seguro que ahora saldrán los del PP valenciano -con Isabel Bonig a la cabeza- para protestar por esas ayudas. Y seguro que dirán lo mismo que dijo el rey por la tele en su discurso navideño. Como he dicho otras veces en estas mismas páginas nunca veo la televisión pero me entero de todo. También del discurso del rey. Y no faltó en ese discurso una referencia nada velada a las fosas del franquismo. Aquí está la frase: “son tiempos para profundizar en una España de brazos abiertos y manos tendidas, donde nadie agite viejos rencores o abra heridas cerradas”. O sea que, para el monarca, recuperar la dignidad de quienes fueron asesinados impunemente por la dictadura franquista es cosa de agitadores, unos agitadores que, según el heredero del cazador de elefantes, sólo pretenden reabrir heridas que ya estaban cerradas. Y el hombre se quedó tan ancho después de soltar esa barbaridad.

No nos vamos a cansar de repetir la cantinela de siempre: en este país hay dos memorias, la de los vencedores de la guerra y la de los vencidos. La de los vencedores ha estado abiertamente expuesta en las escuelas del franquismo, en las fachadas de las iglesias, en la implacable construcción de una conciencia que excluía los valores representados por la Segunda República, abortada violentamente por el golpe fascista de 1936. Sin embargo, la memoria de los vencidos sufrió la desaparición de aquellos valores a manos de la barbarie. Luego vino la transición y la memoria republicana siguió siendo más derrotada que nunca, pues esperábamos una ruptura política con la dictadura que nunca se produjo. Al revés: la democracia recién llegada negó a rajatabla aquella ruptura con la misma excusa que puso el rey la otra noche: no hay que reabrir heridas ni agitar viejos rencores. La misma canción repetida una y mil veces, como si fuera un tango triste de Polaco Goyeneche. La misma canción. Cuarenta años que se murió el dictador y la canción de la memoria sigue teniendo el mismo estribillo de siempre: el del silencio y el olvido.

A la hora de reivindicar la memoria enterrada en las fosas nunca nos movieron esos rencores que el rey sacó la otra noche con una desfachatez borbónica que afirma sin tapujos sus orígenes: una monarquía impuesta por el dictador, camuflada con nocturnidad y alevosía en el articulado de la Reforma Política de 1976 para que -como dijo Adolfo Suárez en una declaración mágicamente póstuma- el pueblo no tuviera la oportunidad de cargarse esa monarquía en un referéndum. Quienes hablamos de recuperar la dignidad de los vencidos no hablamos de rencor, ni de revancha, ni de reabrir viejas heridas: hablamos simple y llanamente de verdad y de justicia. Sólo de eso. De rencores hablan el rey y quienes siguen defendiendo sus orígenes franquistas en un país cuya ley de memoria -a pesar de esa fragilidad que la hace tan insuficiente- les importa un pito.

Las heridas no se pueden reabrir, sencillamente porque nunca se cerraron. Pero el rey aún no se ha enterado. O se ha enterado y lo que hace es despreciar de nuevo, en horario de máxima audiencia televisiva, la memoria de quienes fueron asesinados por defender la República. La guerra se acabó, pero lo que no se acabó fue el horror en que los triunfadores convirtieron su victoria. Somos el segundo país del mundo, después de Camboya, con más desaparecidos. Las cunetas. Las fosas ocultas en los cementerios. Los pozos donde conviven huesos que -como canta Pedro Guerra- “no son sólo huesos, desvencijados huesos. En el calcio del hueso hay una historia: desesperada historia, desmadejada historia de terror premeditado”.

No sé cuándo se va a acabar el relato de esa historia convertido en una infamia permanente. La Diputación de Valencia ayudará a restablecer la dignidad de la defensa republicana, su memoria, el vínculo que esta democracia debería de mantener con la Segunda República y no con la dictadura franquista, que es el vínculo que estableció para los nuevos tiempos la tan famosa y encumbrada transición. Seguramente habrá más peticiones de las que puede atender el presupuesto asignado para ese restablecimiento. Pero por algo hay que empezar. Y ya ven ustedes qué paradoja tan reveladora: mientras la Diputación de Valencia habla de ayudar a la recuperación de la Memoria Democrática, el rey defiende una vez más la necesidad de que las fosas y la memoria que guardan bajo tierra sigan cerradas a cal y canto para mayor gloria de la dictadura franquista y de sus herederos, unos herederos -como ese Rafael Hernando con que iniciaba este artículo- falsamente convertidos en demócratas por arte de birlibirloque.

Y para terminar el relato de aquella noche monárquicamente televisiva: ni mis brazos están abiertos ni tendidas mis manos al rey y a esa insultante invitación suya al silencio y al olvido. Pues eso.

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