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La privatización del espíritu olímpico

José Manuel Rambla

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Lo importante en las olimpiadas no es ganar sino participar. La idea no es (como erróneamente se le ha atribuido­) del barón de Coubertin, fundador de las olimpiadas modernas, sino que éste la parafraseó de un sermón del obispo norteamericano Ethelbert Talbot, pronunciado en 1908 durante su estancia en Londres con motivo de un encuentro de la iglesia anglicana que vino a coincidir con los Juegos Olímpicos. No hay duda de que el barón, hombre bienintencionado, asumió con sinceridad aquel planteamiento humanista y generoso, sin embargo, los responsables de administrar su legado fueron cada vez más explícitos a la hora de evidenciar su desgana con tan idealista herencia.

Hoy aquel viejo sueño olímpico apenas se mantiene como recuerdo o sarcasmo. De hecho, hace tiempo que los administradores de los juegos invirtieron el orden de los conceptos para dejarnos claro que en estos nuevos tiempos de globalización financiera y paraísos fiscales, lo importante no es participar, sino ganar… dinero, por supuesto. Y si no que se lo pregunten a Rodrigo Ferrari, propietario de la librería Folha Seca de Rio de Janeiro. Ferrari regenta su establecimiento en la bulliciosa y bohemia rua do Ouvidor donde cada sábado se congregan religiosa o paganamente en las terrazas de sus bares, cientos de animosos parroquianos para disfrutar de la perfecta combinación de las cervezas y las musicales rodas de samba.

Pues bien, el voluntarioso librero quiso aportar su granito de arena a la fiesta olímpica que la ciudad se prepara a vivir dentro de unas semanas y encargó un cartel para su escaparate al dibujante Cassio Loredano, maestro del trazo y colaborador durante años del diario El País y su suplemento Babelia. El resultado fue un diseño con el lema 2016 Año Olímpico Adhemar Ferreira da Silva en la Folha Seca, con el que se pretendía homenajear al bicampeón olímpico brasileño de salto y celebrar la llegada del Juegos Olímpicos. Sin embargo, su satisfacción fue efímera ya que a los pocos días Ferrari recibió un correo electrónico de los organizadores de Rio 2016 advirtiéndole de que debía retirar inmediatamente el cartel ya que no tenía permiso para utilizar el concepto año olímpico.

Y no se trata de un caso aislado. Antes que él los clientes del bar Galeto Sat’s en Copacabana también quisieron sumarse a la fiesta olímpica, así que iniciaron una campaña en las redes sociales para que el encargado de encender el próximo 5 de agosto la llama en el estadio Maracaná fuera uno de sus camareros. No se trataba de una propuesta descabellada ya que, para ellos, Agnaldo, como se llama el camarero en cuestión, había demostrado con creces su habilidad con el fuego dada su maestría en servir chopes (variante brasileña de nuestra popular caña de cerveza) con la que mantenía viva la llama de sus corazones, por no hablar de su arte en manejar los fogones en los que preparar suculentos bocados.

Para recabar adhesiones los asiduos del local improvisaron un cartel en el que representaban al sonriente mesero con una antorcha olímpica en las manos. Y ahí empezaron sus problemas, porque inmediatamente los inquisidores de Rio 2016 les advirtieron de que deberían atenerse a las consecuencias si persistían en utilizar la imagen de la antorcha olímpica sin pagar por su autorización. Pobres infelices que no se habían enterado de que el espíritu olímpico lleva años privatizado.

Son las cosas que pasan cuando no queremos entender que los tiempos han cambiado y que los viejos lemas no son más que palabras gastadas, tan caducas como los útiles de piedra del paleolítico por mucho que todavía queden ingenuos que se crean aquello de que lo importante no es ganar, sino participar. O que el trabajo es un derecho. O que Europa es tierra de acogida.

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