Glorioso ‘Réquiem’ de Mozart
La programación de la presente temporada en el Palau de la Música y en el Palau de les Arts de València suma una enorme cantidad de acontecimientos musicales de importancia. La concentración de grandes figuras, conjuntos de renombre y obras muy atractivas para el público es especialmente notable durante el mes de noviembre. En el Palau de la Música se dan cita los violinistas Pinchas Zukerman y María Dueñas, y los directores de orquesta Antonio Pappano, Trevor Pinnock y Simon Rattle, a lo que se suma la interpretación por la orquesta residente de dos obras cumbre de la música religiosa con coro y solistas vocales: las misas de Réquiem de Mozart y de Verdi, dirigidas respectivamente por Alexander Liebreich y Jordi Bernàcer. En cuanto a Les Arts, que a la programación de ópera suma importantes conciertos sinfónicos y recitales, este mes tiene el estreno mundial de Enemigo del pueblo, de Francisco Coll, cuya crítica se publicó aquí el 6 de noviembre. Además, hay conciertos dirigidos por John Eliot Gardiner y Daniele Gatti, este último con las cuatro sinfonías de Brahms en dos sesiones, y un recital de Michael Spyres, a lo que se añade mucho más en cámara y otros géneros. Esta abundancia de oferta está haciendo que sea difícil en algunos casos completar el aforo, pese a lo atractivo de las propuestas.
No fue este el caso, sin embargo, del concierto de la Orquestra de València con el Chor des Bayerischen Rundfunks y dirección de su titular, que registró el día 7 un lleno absoluto, con la casi totalidad de las localidades vendidas para la repetición del programa el día siguiente. El Réquiem de Mozart es una obra en torno a la hora de duración, cuya densidad y profundidad permitirían ofrecerlo como pieza única en el programa. No obstante, habitualmente se acompaña de alguna otra composición. En este caso Liebreich optó con acierto por la Musique funèbre para orquesta de cuerdas, compuesta por el polaco Witold Lutoslawski en 1958, en memoria de Béla Bartók, que se exilió de Hungría en 1940, poco después del inicio de la Segunda guerra Mundial, huyendo del régimen de Miklós Horthy, aliado de la Alemania nazi. Se estableció en Estados Unidos, donde murió de leucemia en 1945 a los 64 años de edad.
Esta obra está escrita para pequeña orquesta de cuerda, en un único movimiento con cuatro secciones: Prologue, Métamorphose, Apogée y Épilogue. Presenta una escritura serial de rica construcción armónica. Liebreich ofreció una versión plena de sensibilidad y delicadeza. Destacado papel de la sección de violonchelos, con el solo interpretado por Iván Balaguer, que saludó a petición del director a los aplausos del público.
En su último año de vida, 1791, Mozart produjo una serie de obras maestras teñidas de una marcada melancolía prerromántica. Es el caso del Concierto para piano y orquesta número 27, último de la colección para este instrumento; el único que escribió para clarinete y orquesta; las óperas La flauta mágica y La clemenza di Tito; el motete Ave verum corpus, y el Réquiem, que no pudo acabar porque murió cuando lo estaba escribiendo y fue completado por su ayudante y discípulo Franz Xaver Süssmayr.
Se han hecho muchas revisiones de esta obra. Liebreich escogió la del director de orquesta y compositor inglés Howard Arman. Sobre el escenario, un coro de 29 voces femeninas y 24 masculinas, y una orquesta con 10 violines primeros, 8 segundos, 6 violas, 4 violonchelos, 2 corni di bassetto, 2 fagots, 2 trompetas, 3 trombones, timbales y órgano positivo.
El director ofreció una lectura de tempi animados, contrastada, con marcados acentos y líneas claras. El coro de la Radiodifusión Bávara cantó con sensibilidad e impresionante dominio técnico, junto con un muy solvente cuarteto vocal. Sobresalió el bello timbre de la soprano Magdalena Lucjan y la voz potente y redonda del bajo Franz-Josef Selig, que cantó un impresionante Tuba mirum, acompañado al trombón por Jaume Gimeno. La orquesta sonó con extraordinaria precisión en las cuerdas y bello sonido en los vientos, tan importantes en la partitura. El timbalero Javier Eguillor destacó con los timbales barrocos, con parches de piel y baquetas de madera. Hubo momentos sublimes, como el coro en piano al principio del Lacrimosa. En conjunto fue una versión de muy alto nivel, premiada con intensos aplausos por el público que llenaba la sala.
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