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¿Y si la ola de calor de Canadá llega a España?

Ciudadanos combaten en una fuente la ola de calor extremo que asola Canadá y EEUU.

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In memoriam del psiquiatra José Guerrero Torre

¿Recordáis cuando nos reíamos de los chinos tachándolos de exagerados porque por el entonces misterioso Covid confinaron Wuhan? Pues esta semana una ola de calor extremo en el suroeste de Canadá y el noroeste de EEUU ha causado más de medio millar de muertos directos porque las temperaturas han subido 20 grados sobre lo habitual, hasta llegar a los 49,6 °C. ¿También vamos a subestimarlo?

La información se abre paso con dificultad en una agenda pública dominada por la furibunda oposición al Gobierno a cuenta de los indultos, los macrobrotes entre jóvenes en viajes de fin de curso, la alentadora ley trans y el esperanzador pacto de pensiones. Hasta el chiringuito que Ayuso le ha puesto a Toni Cantó para que cobre 75.000 € al año nos atrapa como antes del confinamiento el tema aquel de si Ábalos dejó que la vicepresidenta de Venezuela pisara España en Barajas.

Pero, ¿alguna noticia puede afectar más nuestras vidas que la potencial subida de 20 grados en un país como el nuestro donde, en muchas zonas, ya alcanzamos los 45 °C cualquier verano? ¿No es raro y preocupante que no estemos redirigiendo el mayor caudal de energía, talento, recursos y esfuerzos a evitar que un desastre así nos pase?

Frenar el cambio climático es algo tan complejo que España no podrá hacerlo sola. Ni se logrará de hoy para mañana. Pero lo que viven estos días Canadá y EEUU debería espolearnos ya para ejercer de locomotora en Europa. Hay que unirse a Francia y Bélgica para que el Ecocidio sea nuevo delito ante la Corte Penal Internacional, pero a la vez activar medidas concretas, cotidianas sobre uso de energías y agua. En cambio, silencio de la ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, que debería demostrar que es vicepresidenta cuarta para ejercer y no sólo porque al añadirla a Nadia Calviño y Carmen Calvo, Pedro Sánchez restara peso a la vicepresidencia asignada entonces a Pablo Iglesias. Más aún, los agentes sociales, empresariales y sindicales, que tanto están cooperando para salir de la catástrofe causada por el coronavirus, deberían impulsar la reacción ecologista urgente para evitar o minimizar el colapso que se viene.

El 'domo' o 'cúpula de calor' que sufren canadienses y estadounidenses no es fruto del azar. Son los gases de efecto invernadero los que al acumularse en la atmósfera crean una “alta presión estática” que hace las veces de tapa de olla. Esto coincide, además, con la alerta sobre que el Ártico tiene la menor concentración de hielo desde 1979. Algo que de forma irresponsable algunos –como TVE en esta noticia– venden como positivo pues permite nuevas rutas comerciales marítimas en pleno invierno, lo que interesa económicamente a Rusia por supuesto, igual que le interesa buscar petróleo bajo el hielo, pero que tendrá consecuencias devastadoras sobre el litoral español pues lleva aparejada la subida del nivel del mar.

Los macrobrotes de Covid prueban un cortoplacismo suicida  

¿Acaso la capacidad de anticipación y reacción en España es cero? Me niego a creerlo. Aunque nuestros representantes dan motivos. Resulta increíble la ceguera de autoridades y sector privado que pensaron que al decaer las restricciones por el Covid debían promover los viajes juveniles sin precaución alguna.

Y a escala europea pasa lo mismo con el disparate de la Eurocopa. El coronavirus está disparado en San Petersburgo que fue ayer sede del España-Suiza, tras la primera fase donde se enfrentaron Finlandia, Suecia, Eslovaquia y Polonia, países donde han aumentado los contagios. También en Escocia se relacionan hasta 2.000 casos con el partido que los enfrentó a Inglaterra en Wembley. ¿Cómo reclamar prudencia a los jóvenes cuando la UE y los estados europeos olvidan que en febrero de 2020 partidos como el Atalanta-Valencia en Milán expandieron el virus y vuelven a impulsar viajes y negocios aunque cueste vidas y nuevos confinamientos luego?

Este cortoplacismo insensato es mucho más peligroso en lo relativo al clima.  

Los 500 muertos directos serían sólo el 2 o 3% de los fallecidos reales

El biólogo del CSIC Fernando Valladares alertaba esta semana en la SER de que “lo que está pasando en Canadá puede ocurrir en España” igual que pueden darse aquí los incendios que en 2020 dejaron imágenes apocalípticas en California y Australia con quienes compartimos clima mediterráneo. Además, advertía de que a 50° C las proteínas empiezan a desnaturalizarse, así que el cambio alrededor es irreparable.

Julio Díaz, de la Escuela Nacional de Sanidad del Instituto de Salud Carlos III explicaba en El País que los muertos por golpe de calor son sólo “un 2% a 3% de los fallecimientos asociados al calor”. Esto es, que igual que al principio de coronavirus hablábamos de que los fallecidos tenían patologías previas, ahora enfermos neurológicos, del corazón y riñón en Canadá y EEUU estarán viendo anticipadas sus muertes por el ascenso térmico. De hecho, en España, una ola de calor en 2003 –recuerda Díaz– mató de forma directa a 140 personas, pero esos julio y agosto hubo 6.600 muertes más sobre la media de años atrás.

¿Podemos descartar los españoles acabar como desplazados climáticos en un país donde más del 75% de la superficie está en riesgo de desertización?

¿Seremos desplazados climáticos?

La deriva climática aumentará la migración del sur al norte. Si esta semana se subrayan los efectos en forma de sequía en EEUU, ¿qué no será en latitudes africanas? Cabe prever que eso aumente las pateras como la hallada esta semana en aguas atlánticas tras diecisiete días a la deriva cuando querían alcanzar Canarias. Son previsibles muchas más muertes como la de la niña de cinco años Fatmate Yamila que se estuvo deshidratando esos diecisiete días en aquella barca donde viajaban treinta y cinco personas entre niños, hombres y mujeres, una de ellas al final ya muerta. Pero, ¿podemos descartar convertirnos nosotros, los españoles, en desplazados climáticos en un país donde más del 75% de la superficie está en riesgo de desertificación, según Greenpeace?

Y, si por no reaccionar a tiempo, acabamos vagando al norte, nosotros o nuestros hijos, ¿qué nos espera cuando la legalidad internacional asiste impertérrita a la aberración de que Reino Unido y hasta un miembro activo de la UE como es Dinamarca aprueban leyes para mandar a las personas con derecho de asilo a países terceros como Ruanda y deshacerse así de ellos a cambio de dinero? Todo va con nosotros, ¿no lo vemos?

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