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Refugiados y confinados: “En Siria pasábamos los días debajo de la cama y aquí al menos podemos salir a la ventana”

Dos mujeres sirias caminan junto a un niño frente a casas derruidas en Al Raqa (Siria).

Javier Ramajo

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Mohammad sí puede decir si lo del coronavirus y todas sus derivadas parece una guerra o no, como han sugerido algunos. Él ha vivido una en Siria, su país, pero desde hace tres años y medio reside en España con protección subsidiaria. Hace poco más de un año que pudo reunificar en Sevilla a su esposa y sus tres hijos menores. El mayor asoma en la videollamada, se coloca los auriculares para escuchar y habla un muy buen español. Rawad es el encargado de traducir a Mohammad: “Allí vivíamos con terror y aquí al menos podemos salir a la ventana o ir a la compra. Estábamos encerrados, como aquí, pero había días que los pasábamos debajo de la cama. Había disparos y 'mucho' arma”.

Silvia Pérez completa la cuadrícula telemática. Es técnica del programa de protección internacional en Accem, una ONG que trabaja para mejorar la calidad de vida de las personas refugiadas y migrantes o colectivos más vulnerables. Mohammad explica que, como cualquier familia, hacen las tareas junto a sus hijos de seis, siete y nueve años, pese a las dificultades para imprimir las actividades. Silvia comenta que los niños están teniendo una “integración maravillosa” en su nueva ciudad, si bien tira un poco de las orejas a Mohammad para que se esfuerce más en aprender español.

Él es cocinero y, como muchos otros, ha hilado trabajos en restaurantes árabes de compatriotas, por lo que el idioma no ha sido obstáculo para que los ingresos, al margen de las ayudas estatales, fueran llegando a la familia. “Ahora solo pienso en volver a encontrar trabajo”, comenta Mohammad. Para Silvia, ese “ansia” por hallar un empleo cuando ven que se acaban las ayudas hace que “a veces se deje de lado el idioma”, que es “muy importante” para “abrirse mercado y buscar otras cosas”. “Hay que vivir el ahora para mañana encontrar trabajo”, sentencia Silvia durante el encuentro a cuatro. Rawad, ex usuario de Accem, asiente con la cabeza.

“Prefiero morir aquí”

Mohammad ya no está en el programa de ayudas, que se le agotaron en junio de 2018. En el programa está su mujer y sus hijos. Al partir de Siria en un barco en 2013, cuando la guerra golpeaba más duro, Mohammad dejó atrás a su mujer embarazada de su tercer hijo, al que ha conocido en Sevilla años después. La travesía, aunque tenía otro destino, le había llevado al Puerto de Gijón. Él, como otros tripulantes, insistió en quedarse porque la vida en su país era imposible e iba a ser obligado a alistarse en el Ejército y a morir en la guerra. “Prefiero morir aquí”, recuerda que dijo.

Solicitud de asilo mediante, Accem se hizo cargo de él y de otros compañeros. Varios días en un hotel de A Coruña, un tiempo trabajando en Cáceres y el resto en Sevilla, donde desde febrero de 2019 vive con su familia en un piso que linda con el barrio de Los Pajaritos. A Mohammad le gusta mucho el pueblo español y solamente piensa en que sus hijos tengan un futuro. Su mujer podría volver a Siria si él no encuentra trabajo, porque las ayudas no se eternizan.

'Seguimos cerca'

Mohammad comenta que a su alrededor ve a familias que no tienen casi para comer y no las tiene todas consigo, lamentando que los programas de ayuda internacional no sean suficientemente amplios. Silvia, por alusiones, insiste en la importancia del idioma para buscar trabajo más allá del restaurante de un compatriota. Para la organización, afrontar la pandemia de COVID-19 está suponiendo un verdadero reto, por lo que sus trabajadores y su labor también la están dando a conocer en la campaña 'Seguimos cerca'.

“En este momento no podemos parar, porque tenemos que estar ahí. Hay muchísimas familias que se han quedado sin nada de la noche a la mañana. Es una crisis social bastante grave y desde aquí ofrecemos desde bienes básicos hasta intervenciones psicológicas o laborales, seguimiento online de las clases de español, etc.”, explica Silvia, que disfruta de la comunicación al poder ver a los niños y al poder charlar para ver cómo siguen Mohammad y su mujer. “Se hace raro, pero por los menos nos vemos las caras”, señala.

Los hijos de Mohammad, como otros muchos, demuestran su gran adaptación a los cambios, de la crudeza de una guerra a la extraña experiencia de contener en unos metros cuadrados la vitalidad de la infancia. Sus padres confían en que tengan un porvenir limpio mientras hacen encaje de bolillos para dosificar las ayudas que, sin trabajo, tampoco es tarea fácil.

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