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¿Para qué coño sirve una bandera?

Patricia Canet

Siéntate. Observa cualquier acto patrio. ¿De verdad no encuentras ridícula la devoción que se le profesa a un cacho de tela y a lo que ella trae consigo? Bueno, si quien responde es un católico, la respuesta obvia es no porque ya hace lo propio con una sábana que no se ha lavado en 2000 años, la cual, por cierto, tiene que oler a cuco. Para el resto de nosotros, quienes queremos hacer uso de nuestra libertad de pensamiento, ¿qué sentido tiene seguir algo que nos imponen?

Me explicaré. La parafernalia del 9 d'octubre. ¿En serio es normal reverenciar la figura de un tío cuyas supuestas grandiosas hazañas fueron la desgracia de mucha gente? Sí, hablo de Jaume I, quien nos entregó la senyera después de una guerra motivada por las lecciones de un hombre del espacio que se decía eran mejores que otras de otro hombre del espacio. Suena así de mal porque la cosa está así de mal. ¿O acaso alguien encontraría normal que de repente entraran a tu casa sin justificación alguna a despojarte de todo lo que es tuyo, incluso de tu propia vida?

Otro ejemplo. El día de la hispanidad. Entonces, se celebra (cabra incluida, aquí no hay miseria) el genocidio del pueblo indígena de América del Sur. ¿Desde cuando está bien homenajear tal masacre? O planteemos la situación desde otra perspectiva que tal vez ayude a entender la brutalidad del acto: ¿qué pasaría si todos los años se conmemorara el genocidio nazi? ¿Acaso no se dispararían los termómetros de la ofensa si en las calles hubiera fiesta por el asesinato de millones de personas? ¿Por qué eso se entiende con los judíos y no con los aztecas, por poner un caso?

Tercer escenario, uno mucho más en boga y con el que posiblemente me pille mucho más los dedos que con los anteriores, que ya es decir. La proliferación de esteladas. Quiero decir, el creciente antagonismo y animadversión entre ser catalán y ser español. Y digo creciente porque ese fenómeno ha aumentado en los últimos meses de forma evidente. Lo que me sorprende, en ese sentido, es eso, que el sentimiento nacionalista haya aumentado ahora pero la justificación para ello se retrotraiga a épocas en ocasiones muy pasadas.

Servidos esos tres casos, quisiera que se entendiera mi argumento. El nacionalismo de cualquier nación es, junto con la religión de cualquier sociedad, la mayor mentira jamás contada. La manipulación y la tergiversación de unos determinados hechos son utilizados para dar sentido de comunidad a un conjunto de personas. Pasa en el caso español, en el caso valenciano, en el caso catalán y en el de Kuala Lumpur. Toda una sarta de insensateces, estereotipos y cualidades (siempre buenas, claro) son otorgados a un grupo de personas de forma totalmente arbitraria y lo que es peor, esas personas lo aceptan con patético orgullo. La historia de un pueblo se cuenta de manera que en ella tienen cabida héroes, hazañas y lecciones que dejan a un lado los horrores de una más que probable guerra. Las manifestaciones culturales y festivas de una comunidad son siempre dignas de ser incluidas en la categoría de Patrimonio de la Humanidad. Y con la lengua se hace lo mismo que con los cuñados, se la ensalza en público para desprestigiarla después a cada vez que se abre la boca.

Llegados a este punto, pueda probablemente tachárseme de apátrida. No creo que sea el caso. Soy valenciana y española. Pero no por ello poseo un particular orgullo. Podría haber sido finlandesa (lo que ahora no nos vendría mal a ninguno de nosotros, honestamente) y sería la misma persona. Nací donde nací por la más pura casualidad, como todos. En consecuencia, si el nacionalismo surge del lugar donde nos encontramos y ello es fruto del azar, ¿por qué entonces ese orgullo nacionalista?

Sólo se me ocurre una explicación. Que las banderas y su orgullo patrio, junto con la religión, fueron inventadas para enfrentarnos unos a otros en beneficio de unos pocos. Por mucho que queramos distinguirnos para argumentar la superioridad, en lo más básico, todos somos iguales. Las diferencias entre españoles, ingleses y alemanes sólo sirven para contar chistes malos.

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