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Insumisión: crónica de una guerra sin armas contra la mili obligatoria

Los primeros ocho insumisos de Barcelona en 1989: de izquierda a derecha, Ion Sànchez, Mikel Otermin, Ramon Arenós, Josep Maria Moragriega, Xavi Quiroz, Antolí Purroy, Roberto Soria y Carlos Hinojosa.

Lucas Marco

En el epílogo del libro Insubmissió! Quan joves desarmats van derrotar un exèrcit (Sembra Llibres, 2019), el presidente de Òmnium Cultural, Jordi Cuixart, cuenta que una de las primeras cartas que recibió en la cárcel de Soto del Real se la envió Pepe Beúnza, el primer objetor de conciencia por motivos políticos en España.

Tres décadas después del inicio del movimiento por la insumisión, el periodista Joan Canela (Barcelona, 1974) ha escrito una crónica sobre la formidable lucha de los insumisos que interpela hoy en día a movimientos desobedientes como la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), los rescatadores de migrantes en el Mediterráneo del Open Arms o al independentismo en Catalunya.

La campaña contra el servicio militar obligatorio en España llevó a 1.670 jóvenes a prisión. Más de 600 pasaron a la clandestinidad y un millar fueron juzgados y condenados sin ingresar en prisión. Otros cálculos señalan que hasta 100.000 personas se vieron afectadas por la represión de la insumisión, incluyendo al entorno familiar de los jóvenes, a las personas que solidariamente se autoinculparon o a los activistas detenidos durante actos de protesta. 

“A mi me marcó mucho personalmente, en cierta manera empecé a militar en los movimientos sociales porque no quería hacer la mili”, explica Canela a eldiario.es. La losa que suponía la mili obligatoria se asomaba para varias generaciones en España en el instituto. “Tenías quince años y lo de la mili era muy marciano: te tocaba irte a cualquier sitio, con una disciplina militar, estabas todo el día totalmente controlado en un ambiente violento de vejaciones y novatadas, no era un Erasmus”, rememora el autor del libro.

El Ejército español, heredero directo de la dictadura, era una “institución abiertamente homófoba” con una de las cifras de mortalidad más altas de Europa. “Te llegaba la edad y generaba mucha angustia, la gente se inventaba enfermedades o buscaba enchufes y, por supuesto, los estudios debías aplazarlos”, explica Canela. Sólo entre 1992 y 1995 hubo una media de 16 suicidios anuales en los cuarteles, según las cifras que aporta el libro. 

El movimiento por la insumisión fue muy plural y tuvo sus raíces en la objeción de conciencia al Ejército durante el franquismo que inauguraron Pepe Beúnza y los Testigos de Jehová. Fue organizado por libertarios, pacifistas, antimilitaristas o grupos de la izquierda radical y se mezcló con la campaña contra la OTAN o contra la guerra del Golfo.

Joan Canela, activista en aquella época en Barcelona, rescata en el libro los testimonios de los insumisos que formaron parte del Movimiento por la Objeción de Conciencia (MOC) y del Mili KK, entre muchos otros grupos. “La permeabilidad entre movimientos sociales fue clave a la hora de socializar la idea de la desobediencia y, de hecho, muchos insumisos no eran activistas específicamente antimilitaristas, sino que provenían de colectivos muy diferentes: libertarios, ecologistas, cristianos o anticapitalistas”, escribe Canela en el libro que, en cierta manera, también hace una sutil crónica de la cultura insurgente de la época, con el punk como expresión por antonomasia. 

El Gobierno del PSOE “tenía miedo a la simpatía ciudadana” hacia los insumisos, que en muchos casos se arriesgaban a entrar en prisión, y hubo “una represión durísima” pero muy desigual según el territorio. Mientras en Catalunya a partir de 1991 sólo ocho insumisos fueron encarcelados, en el País Vasco y Navarra casi todos los jóvenes juzgados fueron condenados a penas que implicaban la entrada en prisión. Navarra aportó casi un tercio de los presos de todo el Estado.

“Hubo una estrategia general básica que era suficientemente clara y flexible para que fuera aceptada por todas las tendencias: no ir a la mili pase lo que pase”, señala Canela quien recuerda que hacerse insumiso era también una decisión “muy personal e individualista”. 

El movimiento contó además con la simpatía y el apoyo de rectores universitarios, concejales o periodistas y escritores como Manuel Vázquez Montalbán y Maria Mercè Marçal y artistas como Lluís Llach o Maria del Mar Bonet, entre muchos otros, que se autoinculparon públicamente en solidaridad con los antimilitaristas. No todos los artistas resistieron: Loquillo retiró su autoinculpación cuando el Fiscal General del Estado amenazó con perseguirlos. 

Algunos trabajos académicos han estudiado el movimiento de la insumisión en España pero superficialmente. De hecho, aún hoy, no hay datos definitivos de lo que supuso. “La cifra más aproximada es la de 1.600 presos, el Ministerio de Defensa o el de Justicia no han hecho públicos los datos”, advierte el autor del libro. En todo caso, se calcula que 50.000 insumisos declinaron hacer el servicio militar obligatorio entre 1989 y 2001, una cifra muy llamativa para las generaciones más jóvenes que no han sufrido la losa de la mili. El autor ha detectado en las presentaciones del libro el asombro que causa en los jóvenes de hoy en día lo que supuso la insumisión para muchas familias en España.    

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