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Élites eugénicamente mejoradas

Josep L. Barona

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Pensamos que la modernidad nos ha hecho reconocer que los seres humanos somos iguales y respetables. Así parece desprenderse de la Declaración Universal de los Derechos Humanos que recoge la Carta de Ginebra de 1948. Si miramos al presente, se diría que la globalización contribuye aún más al acceso de todo el mundo a mercancías, ideas e información. Pero esa percepción es un espejismo; merece la pena pararse a reflexionar, y, para empezar, propongo un enunciado contundente: globalización y tecnología no contribuyen a la igualdad, sino a la desigualdad entre élites omnipotentes y el resto de los humanos.

Es cierto que las desigualdades existen desde la Antigüedad. En su último libro, el historiador Yuval Harari recuerda que hace más de 30.000 años los cazadores-recolectores enterraban a algunos miembros en tumbas suntuosas con ajuares, alhajas, y propiedades, mientras otros eran enterrados en agujeros miserables. Pensemos en los grandes imperios de la Antigüedad, en las sociedades agrícolas y ganaderas del Neolítico, en aquellas sociedades urbanas, jerárquicas y esclavistas donde pequeñas élites monopolizaban la riqueza, controlaban el orden y el pensamiento a través de la religión. Un orden supuestamente sagrado, natural y divino. Reconozcamos que desde la antigüedad los humanos hemos construido comunidades jerárquicas y desiguales. El Antiguo régimen era un modelo de dominación que ha sido casi siempre patriarcal, estableciendo desigualdades entre nobles y plebeyos, hombres y mujeres, fieles y paganos, burgueses y proletarios, padres e hijos, libres y esclavos, heterosexuales y el resto.

Sin embargo, la modernidad -especialmente la Ilustración- convirtió la igualdad en un valor intrínseco de todo ser humano, en un ideal asociado a la universalidad de los derechos, que se transformó en movimiento social y político en todas las utopías libertarias y el comunismo marxista, con el movimiento obrero y su amenaza de revolución. Ayudó, claro está, el poder de las masas obreras y sus organizaciones durante la industrialización, de manera que el sindicalismo revolucionario, las mil formas del socialismo y socialdemocracia, el reformismo, el laicismo, todos ellos propiciaron gobiernos implicados en garantizar la salud, la educación y el bienestar, como un derecho inalienable del homo civicus, de la ciudadanía y la civilización. Sea cual sea nuestro relato del siglo XX, coincidiremos en que, en mayor o menor medida, aportó una reducción de las desigualdades legales y sociales, entre clases, razas y géneros.

Pero a comienzos del s XXI la situación está cambiando radicalmente. Todos los indicadores señalan que élites minoritarias monopolizan los beneficios económicos de la globalización y el poder en el mundo. El 1 % más rico posee la mitad de la riqueza mundial; las 100 personas más ricas poseen más que los 4.000 millones más pobres. La globalización está generando tres categorías de seres humanos: la élite inmensamente rica y poderosa, los trabajadores, y los excedentes (pobres, desempleados, ancianos). En un contexto de revolución de la industria sanitaria, ¿quién se beneficiará del auge de la inteligencia artificial y la robótica, la bioingeniería, la genómica, la medicina regenerativa, la agricultura transgénica y el dominio de los big data?  ¿Tendrán acceso por igual a la vida, la alimentación y la salud el omnipotente 1 % que los trabajadores asalariados, los desempleados y los pobres que emigran como ratas huyendo de la miseria? El sistema global es actualmente un atentado contra la igualdad no ya social, sino también contra el derecho a la vida y la salud.  

Las élites tradicionales basaban su privilegio en el orden religioso, social y económico: algo externo a la inteligencia, los órganos y los genes.  En el futuro, una parte minoritaria podrá mejorar sus genes, tejidos, órganos, vivir más y mejor. La biotecnología puede crear un nuevo paraíso para las élites ofreciéndoles un grado inédito de privilegio: la superioridad biológica a través de la eugenesia. El Übermensch [superhombre] de Nietzsche se definía por la inteligencia, el espíritu crítico y la libertad moral. Mientras la industria sanitaria esté en manos privadas y disfrute del actual sistema de patentes, tan lucrativo, y mientras no haya una industria pública y democrática, el acceso quedará vetado a los insolventes; los beneficios de la biotecnología no serán universales, sino elitistas, y eso podría fomentar la división entre humanos con acceso a disfrutar de una eugenesia selectiva y los excluidos. Así, el 1 % más rico no solo acumulará la mayor parte de la riqueza y el poder: también monopolizará el beneficio de la mejora biológica de sus genes, sus tejidos, sus órganos, su belleza, su salud, su longevidad. Confieso que no me gusta hacer ciencia-ficción. Pero este asunto no va de eso, respetado lector, más bien, como diría algún banquero político corrupto: “aquí no hay trampa ni delito, es el mercado, amigo!” (¿O era, más bien, “es el mercado, estúpido”?).

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