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Alarmistas incendiarios

Carles Arnal

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En diferentes medios de comunicación han aparecido artículos sobre los graves incendios de este verano. Algunos han alcanzado cotas sorprendentes y tremendistas (*) que parecían echar más leña al fuego, acompañando las noticias sobre grandes incendios en la Europa mediterránea y en otras áreas alejadas donde los incendios resultan casi inauditos.

No pretendo relativizar ni quitar un ápice de importancia a la gravedad de los incendios forestales, en nuestras latitudes ni en otras más alejadas, pero si quiero abogar por un análisis más meditado y alejado de las pinturas apocalípticas y a veces morbosas que ahora abundan. Aclaro que, estoy afincado en el País Valenciano y me he dedicado, desde hace más de 40 años, a estudiar y luchar contra los incendios desde la vertiente social, voluntarista y ecologista. Además, también en el campo científico y político, conozco algo del problema; soy doctor en biología, con una tesis sobre adaptaciones climáticas de los bosques mediterráneos, y he sido diputado en las Cortes Valencianas y asesor en los inicios del nuevo gobierno del cambio político valenciano, en la Conselleria de Medi Ambient.

Está claro que estamos ante un problema social y ambiental de primera magnitud con graves secuelas en vidas humanas, costes económicos y, sobre todo, ambientales (que al final también son económicos y sociales). Pero como sabemos bien los ecologistas y quienes nos dedicamos a la educación y divulgación ambiental, incrementar de manera exagerada la magnitud del problema y conferirle un carácter casi inevitable, lleva a respuestas indeseadas en la población, la cual, superada una primera fase de preocupación e indignación, si el problema se le presenta de tal magnitud que apenas tiene soluciones humanamente viables a su alcance, llega a descargar su impotencia en las grandes instituciones para que lo arreglen, bien sea el estado, los científicos, las instituciones internacionales o quien sea, ya asumida su incapacidad para la solución del problema (si no llega a otra fase aún más lamentable de indiferencia y abandono al respecto). Se trata de un efecto perverso, especialmente en este caso, en el que la actitud y las actuaciones de los ciudadanos es fundamental para luchar por su solución,… que no podemos dejar por imposible, ni en un segundo plano. La acción directa e indirecta de los ciudadanos es determinante.

Se invoca el cambio climático (presentado como inevitable) y grandes procesos de transformación socio-económica de las últimas décadas para alertar y asustar con la aparición de unos “nuevos” grandes incendios de dimensiones apocalípticas contra los que apenas se puede luchar por las vías tradicionales y que, en todo caso, tendrán graves consecuencias, poco menos que inexorables. Aparte, el argumento sirve para preparar la aceptación del elevado precio de las medidas que según esta clase de profetas forestales son necesarias (e inevitables) para luchar convenientemente contra la nueva plaga; medidas de impacto brutal no sólo en términos económicos, sino ecológicos.

La caricatura extrema de esta posición es la declaración del ingenioso expresidente norteamericano George W. Bush que llegó a decir que había que talar determinados bosques para evitar que se quemasen. Las propuestas no llegan a este extremo, pero casi.

En muchos casos se proponen actuaciones de eliminación, reducción o “adecuación” de la vegetación (demonizada como combustible, como si ella fuese la culpable). He conocido de cerca alguno de los grandes planes en este sentido, como el que fue elaborando durante años de gobierno del PP valenciano con el asesoramiento de algunos técnicos forestales incombustibles, consistente en eliminar enormes cantidades de vegetación natural, para supuestamente (pero sin resultados positivos demostrables) luchar contra este problema.

Ni tan siquiera sirve de consuelo pensar que un área deforestada o muy degradada en cuanto a su vegetación “ya no se quemará” como algunos chistes sugieren. La vegetación mediterránea lentamente (a veces de forma sorprendentemente rápida, depende del tipo de vegetación y sus condiciones) se recupera tras los incendios, las talas u otras agresiones humanas (algunas de larga trayectoria histórica, como el sobrepastoreo, el carboneo, etc.). Las primeras etapas de esta recuperación siguen siendo inflamables (generalmente mucho más que las etapas anteriores a la “limpieza” o degradación de los bosques, más maduras) y además pueden facilitar la propagación de los incendios a gran velocidad, con lo que una supuesta área cortafuegos puede ser un magnifico punto de origen y un excelente medio de propagación de un fuego forestal, ignorante de las presumibles buenas intenciones de quien diseñó los “cortafuegos” o las áreas “limpias” de vegetación; y sin considerar las ingentes cantidades de dinero público (miles de millones de euros, en el caso de la Comunidad Valenciana) que se requieren para mantener voluntariamente degradado y deforestado gran parte del territorio con estas actuaciones. Por lo tanto, recuperemos la lucidez: la mayor parte de los incendios forestales son evitables con medidas de verdadera prevención, eliminando los fuegos de origen humano. La lucha ecológicamente aceptable contra ellos no puede pasar por dañar los escasos ecosistemas bien conservados, pero amenazados, que aún mantenemos.

Tanta retórica sobre los “nuevos” grandes incendios debería partir del hecho de que no podemos distinguir un gran incendio de uno pequeño más que a posteriori, cuando comprobemos sus efectos una vez ha escapado, o no, a las medidas de prevención y extinción desplegadas. Muchos “grandes incendios” no llegan a manifestarse porque se apagaron o evitaron desde pequeños. Los grandes incendios lo son porque, en gran medida, algo falló.

Si padecemos un gran incendio, han tenido de concurrir todas o parte de estas condiciones:

  1. Que una persona haya encendido un fuego en el lugar y el momento en que no debía hacerlo. Casi el 90% de los fuegos forestales en territorio español tiene causas humanas y sólo una pequeña fracción es debida a la única causa natural, que son los rayos (exceptuando los muy localizados incendios por volcanes). El caso de los incendios por rayos merece otras consideraciones, pero existen también una serie de elementos para preverlos y alertar las medidas de detección especiales, aún en el caso de los rayos latentes, como en el incendio de Llutxent, donde falló justamente esta detección rápida y consecuentemente una rápida actuación posterior.
  2. Que se tarde en detectarlo más de lo deseable. La detección debería ser siempre inmediata (minutos).
  3. Que se tarde en efectuar una primera intervención para atajar el fuego detectado.
  4. Que concurran condiciones físicas (climatología, relieve, malos accesos, lejanía a centros habitados…) que dificulten la llegada de medios terrestres, la lucha mediante medios aéreos, y en general, que faciliten la propagación y dificulten la extinción.
  5. Que exista una mala o deficiente organización de los medios y las estrategias de extinción en esa zona concreta; fallos en comunicación, coordinación, movilización de los recursos, etc.

Curiosamente los profetas de los “grandes incendios”, minimizan la importancia del punto 1, que resulta crucial. Si evitásemos aunque sólo fuese la mitad de los fuegos originados por humanos (que son en sentido estricto evitables, ya que la mayoría son negligencias y accidentes) tendríamos un panorama mucho más abordable, aún en concurrencia de los demás factores negativos. Y esto es posible, y mucho más fácil que las costosas medidas (económica y ecológicamente) para eliminar la vegetación “preventivamente” o para luchar contra un gran fuego ya establecido: conciliación de usos, vigilancia, disuasión, ordenación del territorio, educación ambiental, información, regulación legal, etc., medidas multifuncionales beneficiosas para evitar fuegos y para evitar otros daños al territorio.

Los puntos 2 y 3 pueden mejorarse si se perfeccionan dispositivos técnicos y ordenanzas, se amplían efectivos humanos y también determinados medios materiales allá donde puedan usarse, incluso en los incendios debidos a rayos latentes.

Los puntos 4 y 5 también pueden abordarse con inversiones, equipos humanos y medios materiales adecuados, protocolos de actuación y planes previamente articulados y testados, etc.

Por lo tanto, antes de certificar un “nuevo” tipo de incendios y declararlos inabordables, inevitables, etc., deberíamos esforzarnos a fondo en evitar los 5 condicionantes mostrados, cosa que es posible a costes asumibles, como en parte ha ocurrido en zonas mediterráneas donde llevan mucho tiempo con incendios, a no ser que los recursos económicos y humanos (siempre limitados) se empleen equivocadamente en impedir que crezca el “combustible” (o sea, los mismos bosques y ecosistemas que queremos proteger, ahora demonizados como problema). Desde la perspectiva tremendista no se entiende cómo pudieron existir y persistir los bosques sin la inestimable ayuda humana, que parece necesaria para mantenerlos, cuando la historia nos muestra lo muy eficaces que han sido las diferentes culturas humanas en eliminar ecosistemas naturales y hacer avanzar el desierto en todo el planeta (desde Mesopotamia y Egipto faraónico, hasta la actualidad). Desde luego la vegetación no nos necesita, nosotros a ella sí. Y si dejáramos de luchar denodadamente para eliminarla comprobaríamos que ella solita hace mucho más para recuperarse de lo que creemos; basta que no interferamos demasiado.

En las regiones y países fríos y húmedos donde ahora acontecen incendios sorprendentes y enormes, deberíamos repasar qué falla en relación a los 5 puntos expuestos. Sin demasiado esfuerzo pueden empezar a encontrarse explicaciones plausibles sin recurrir a la “ciencia confusa”. Son lugares donde antes no existía este problema, con lo cual no existían mecanismos preventivos y cautelares en relación a uso del fuego por los humanos. No poseían planes ni estrategias de prevención, elaboradas durante décadas de ensayo-error; no tienen medios adecuados de detección inmediata y de primera actuación rápida y, muchas veces, tampoco disponen de equipos, humanos, aviones, motobombas, etc., especialmente desplegados y adaptados para actuar sobre los bosques, ni planes previos bien establecidos y testados para enfrentarse a un gran incendio. Tal vez no sea toda la explicación, pero seguro que es parte de ella. Además está el cambio climático, que también hemos provocado nosotros, los humanos y contra el cual podemos hacer mucho. Calificar todo esto de inevitable, resulta cobarde y mentiroso y conduce a la inhibición y la inacción. Sobre todo, esa visión tremendista no evitará los incendios, que son evitables en gran medida.

(*) Por ejemplo, en Incendios como bombas atómicas, aparecido en un diario de amplia difusión nacional.

Carles Arnal. Comissió Forestal d’Acció Ecologista-Agró

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