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Los presos de ETA, en su laberinto

Los familiares de Jon Anza, en una comparecencia reciente.

Aitor Guenaga

Hay un tema del grupo Barricada que les encanta a todos los jóvenes (y no tan jóvenes) que en algún momento han aplaudido los asesinatos de ETA. Me he acordado de él porque, de alguna manera, lo que les pasa a los presos de la organización terrorista es un poco eso: llevan muchos años en un laberinto en el que no hay un Minotauro, ni hay un ovillo de hilo regalado por Ariadna para salir de él y mucho menos esa salida soñada se va a producir en alegre biribilketa todos juntos al grito de “amnistía osoa”. La cuestión es cuánto tiempo van a tardar en descubrir esa realidad. Una de las estrofas de ese tema dice así:

“Es el juego del gato y el ratón

tus mejores años clandestinidad

no es muy difícil claudicar

esto empieza a ser un laberinto

¿Donde está la salida?

Estas asustado, tu vida va en ello 

pero alguien debe tirar de gatillo“.

Cuando llega esos dos últimos versos del tema, que se titula 'No hay tregua', muchos de los asistentes a los conciertos del desaparecido grupo de La Txantrea coreaban “ETA, ETA, ETA”. Barricada ya desapareció, aunque su bajista y líder, Enrique Villarreal, El Drogas, aun nos regala muy buena música en solitario. ETA ha dejado de tirar del gatillo y no asesina desde hace cinco años. Ese público que coreaba el nombre de la organización terrorista -como otros que camparon antes por las calles del País Vasco gritando “ETA mátalos”- o bien se han ido a su casa o políticamente han evolucionado junto a la izquierda abertzale y han visto la luz tras reconocer algo muy simple: que no hay nada en el mundo que justifique matar al que piensa diferente.

Los únicos que siguen en el laberinto son los reclusos de la organización terrorista. Y, básicamente si ellos mismos no lo remedian o se produce una flexibilización de la política penitenciaria, un centenar largo de ese colectivo se va a pasar buscando al Minotauro hasta que vean su barba y su pelo encanecer. Les ha pasado a muchos de sus compañeros. “¿Dónde está la salida?”, gritan casi todos ellos al unísono, mientras siguen esperando buenas noticias de sus abogados, del juez de Vigilancia Penintenciaria de la Audiencia Nacional o de los “carceleros” de Instituciones Penintenciarias. Pero esas noticias no llegan.

Hubo un tiempo en las negociaciones que se han vivido entre ETA y los diferentes gobiernos españoles (con el PP, o con el PSOE, porque las ha habido de todos los colores) en los que los negociadores de la organización terrorista ni mentaban a los presos. ¿Por qué? porque siempre habían pensado que la salida de sus reclusos caería como fruta madura que acompaña a la negociación política con el Estado. Pasados los años, nada ha quedado más desautorizado de una estrategia que a la postre se ha confirmado falsa, pero sobre todo inviable. No parece que vaya a haber en este país nada parecido a una justicia transicional en el cierre de la farsa que ha sido ETA en sus 50 años de historia. Si acaso, el itinerario más factible para todos esos presos que aguardan en las “cárceles de exterminio del Estado español” es la justicia restaurativa: aquella en la que el penado admite los delitos que le han llevado a prisión y empieza un itinerario de autocrítica con el reconocimiento del daño injusto causado a sus víctimas, al que sigue la restauración -en la medida de lo posible- del mal hecho. La empatía con la víctima, su resarcimiento y todo un itinerario en el que el preso se torna de nuevo ciudadano.

Y esto no tiene nada que ver con humillar a los presos de ETA. Más bien está relacionado con su recuperación para la democracia, para la paz, que como repite el sociólogo Imanol Zubero “era esto y no otra cosa”. Y sobre todo para avanzar hacia la convivencia, el objetivo prioritario para sociedad cansada de la violencia. ¡Claro que una política penitenciaria mas flexible ayudaría en esa camino!, sin duda. Claro que acercar a los presos etarras a prisiones de su entorno familiar supondría humanizar la situación que se vive en las cárceles, amén de retirar el castigo añadido injusto que supone para sus familiares tener que recorrer miles y miles de kilómetros para ver a sus seres queridos. Algunos lo hemos defendido desde hace muchos años porque no hay nada más reversible que la política penitenciaria. Bien lo sabe José María Aznar, que acercó a decenas de presos de ETA (135 en total) sin que se le moviera un pelo del bigote antes y después de que se abriera el diálogo con ETA. Pero Aznar ni tiene ahora bigote, ni es el presidente del Gobierno, ni a estas alturas estaría dispuesto a negociar con el “Movimiento Vasco de Liberación” nacional (sic) como llamó a los terroristas cuando autorizó “abrir contactos con la interlocución” de ese mundo en noviembre de 1998, en pleno paroxismo del proceso del Pacto de Lizarra y de tregua de ETA.

En el argumentario de la izquierda abertzale que nunca ha condenado a ETA se repite como un mantra que cada vez que ese mundo mueve ficha, en la otra parte se sube el listón de exigencia porque lo que se busca no es un final feliz a esta tétrica historia, sino que se arrastren por el lodo, vencidos y acabados. Y nada hay más falsario que esa interpretación. A los hechos me remito: Sortu presentó unos estatutos impecables en febrero de 2011 y desde entonces gobierna buena parte de las instituciones de este país y no se descarta que puedan incluso activar la palanca del cambio en Navarra si los números dan. ¿Alguien les ha pedido algo más para hacer política o gobernar las instituciones? ¿O es que el 'suelo ético', un planteamiento casi prepolítico, les parece un trágala infumable?

Jesús Egiguren, gran conocedor de los enemigos que un día, en plena negociación en la etapa Zapatero (2006) le recomendaron que fuera comprando corbatas negras para asistir a los funerales que iban a llegar, suele utilizar una cita de Winston Churchill para referirse a esta parte final en la que estamos ahora. “En la derrota, altivez; en la guerra, resolución; en la victoria, magnanimidad, y en la paz, buena voluntad”.

No sé muy bien en qué momento de la jugada estamos. Pero alguien debería transmitirles a los presos de ETA que presentar fotocopias (recursos por supuesta vulneración de derechos fundamentales como el de defensa, asistencia jurídica o médica, el derecho a las comunicaciones o a la cultura y la educación) en la ventanilla equivocada (Juzgado de Vigilancia Penitenciaria de la Audiencia Nacional) con el señuelo de la victoria cuando los casos se eleven al Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo es una estrategia que les sitúa en un horizonte muy lejano. Y sus abogados saben que en Estrasburgo se gana (la 'doctrina Parot'), pero también se pierde (ilegalización de Batasuna). Los mismos letrados que conocían cuál iba a ser la respuesta de Vigilancia Penitenciaria a las quejas y ahora a los recursos de reforma que acaban de anunciar contra las 30 resoluciones judiciales en las que se niega cualquier vulneración de los derechos fundamentales.

Han elegido el camino más largo para que los presos de ETA sean trasladados a la cárcel de Zaballa (Álava). Y lo saben.

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