“Nadie como nosotras para hablar del cambio climático. Deberíamos estar allí en la COP30, explicándoselo a los políticos, pero no nos han invitado, y eso que somos las guardianas de los árboles”. Danielle Raiol, presidente de la Associação de Mujeres Extractivistas de Combu, moradoras de la isla fluvial de Combu del municipio de Belém, habla con frustración. Explica cómo el aumento de la temperatura alteró los ciclos de la isla. “En 2023, no conseguimos recoger suficientes semillas de andiroba para preparar aceite (uno de los productos que venden), hacía demasiado calor. La sequía complicó todo”, afirma Danielle.
A unos metros de distancia, en un pequeño muelle que comunica la sede de la asociación con un igarapê (brazo de río), Junior Boaventura, de 32 años, confirma el sentimiento agridulce que la COP30 está dejando en la isla Combu, en la que viven 1.500 personas. Sin negar que trae turistas, Junior, el gran influencer ambiental de la isla, se queja de la falta de inversión pública. “Ni ha habido inversión ni nos han invitado a la COP30”, afirma. Una bandera del SEBRAE (Servicio Brasileño de Apoyo a las Micro y Pequeñas Empresas) ondea en el restaurante de su familia, el Boá da Ilha: “Sebrae pelo turismo” (“Sebrae por el turismo”). “No es inversión, solo nos ayudan con consultorías. Además, iba a haber préstamos a la población local, pero son de 15.000 reales (unos 2.450 euros), con eso no haces nada”, matiza.
En septiembre, un megaconcierto de la cantante Mariah Carey, organizado por Rock in Rio, dio visibilidad global a la ilha do Combu. El mega palco con forma de nenúfar costó 30 millones de reales (4,9 millones de euros). “Para la isla, dejaron dos millones de reales (unos trescientos mil euros). Una miseria. Esta lógica de los megaeventos no nos deja casi nada. Incentiva la especulación inmobiliaria”, señala Junior. El influencer, que hace publicidad desde su perfil de Instagram con frecuencia, se queja de que la COP30 ni siquiera le ha traído propuestas comerciales.
El desencanto de los habitantes de la ilha de Combu refleja las contradicciones de la COP de la Amazonia. A pesar de un esfuerzo importante del gobierno brasileño para incluir a la sociedad civil en sus 286 paneles, la mayoría de las comunidades tradicionales de la región metropolitana de Belém no están presentes en la programación oficial de la Zona Azul de la ONU. Y la inversión pública en infraestructura de siete mil millones de reales (1,14 millones de euros) ha beneficiado poco a la población más desfavorecida (con algunas excepciones). ¿Cuál será el legado de la COP30 para Belém y la región Amazónica?, ¿repararán las delegaciones oficiales de la cumbre climática la extrema sensibilidad del clima tropical húmedo al calentamiento global?
El legado carbónico de la COP30
El gobernador de Pará, Helder Barbalho, presumió recientemente de que el 98% de las obras prometidas para la COP30 están finalizadas: puentes como de Icoaraci, grandes avenidas, alcantarillado en barrios periféricos, reformas de mercados (como el histórico Ver-O-Peso) o puertos como el de Outerio. Una inversión millonaria que ha provocado un auténtico cambio de imagen de un área metropolitana de 2,5 millones de habitantes. A pie de calle, la mayoría de la gente elogia las obras. “Eran necesarias, van a mejorar la ciudad. Durante muchos años Belém ha estado olvidada,”, asegura Wendel Lima, que trabaja como chófer privado durante la COP30. “La gente en Outeiro está contenta con las infraestructuras. Las obras en el centro de Belém también quedaron bonitas”, afirma Aldaid Santos Ataide, vecino de Outeiro, que trabaja de guardia de seguridad en la Zona Azul.
Sin embargo, existen críticas contundentes. La prestigiosa urbanista Raquel Rolnik denuncia en un duro artículo que las obras del paquete COP30 han repetido el vigente modelo carbonocéntrico. Avenidas y viaductos duplicados. Asfalto para mejorar la circulación de los coches. “El foco en las carreteras es particularmente contradictorio para Belém, que es una metrópolis fluvial con 42 islas y una relación histórica con las aguas”, escribe. En su opinión, Belém debería haber aprovechado la COP30 para “desplazar el centro del debate sobre los modos de producción del planeta del hemisferio norte para la periferia del capitalismo, a partir de la Amazonia”.
Ana Claudia Duarte Cardoso, profesora de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Federal de Pará (UFPA), denuncia que se ha aprovechado el mega evento COP30 para sacar del cajón viejos proyectos. “Es una pena cómo ese proceso gentrificador está en la cabeza de muchos técnicos. Era el momento de echar el freno de mano y cambiar de dirección en cómo se vive en la ciudad”, asegura en entrevista con elDiario.es. La propia construcción del parque da Cidade, donde se localizan la Zona Azul y la Zona Verde, entregó espacio público a la iniciativa privada. El parque fue construido sobre un antiguo aeroclub gracias a una alteración de una ley aprobada por el pleno municipal en abril de 2022. El cambio de la ley, escribe Brenda Taketa en O joio e o trigo, “liberó la oferta de servicios de hostelería, cultura, ocio, deportes, gimnasios, restaurantes, bares... autorizando el uso y ocupación del área por agentes privados”.
La carretera de la discordia
Ana Claudia Duarte Cardoso cita como ejemplo de obra oportunista la ampliación de la Avenida da Liberdade, que hace meses protagoniza reportajes en medios internacionales como la carretera construida sobre selva protegida para facilitar el tráfico durante la conferencia. En realidad, la carretera es un proyecto de 2012 y no ha recibido dinero de las obras de la COP30. El gobierno regional intentó comunicarla como si fuera parte del “paquete de obras” de la COP30 para acelerar su ejecución. “Como le dio muy mala repercusión, ahora niegan que tenga nada que ver con la COP”, matiza Ana Claudia. No solo eso: las obras están paralizadas. La ampliación de la Avenida da Liberdade está llena de irregularidades: desplazamiento de la comunidad tradicional Nossa Senhora dos Navegantes, atravesar ilegalmente el Área de Protección Ambiental de Belém, construir sobre acuíferos... “El trazado pasa sobre dos lagos Bolonha que abastecen gran parte de los grifos de Belém”, denunció el activista socioambiental Maurício Santos a la Agência Pública.
La ampliación de la Avenida da Liberdade ha afectado a su vez al Quilombo Abacatal, una comunidad de afrodescendientes en la que viven 121 familias. De poco sirvieron sus protestas. Vanulza Cardoso, gran matriarca del quilombo, explica a elDiario.es cómo la obra violó sus derechos. “Deberían habernos consultado. Han atropellado nuestros derechos”, dice indignada. El Quilombo es una gran mancha verde en el área metropolitana de Belém. La comunidad vive en armonía con la naturaleza. “Aunque extraigamos alimentos vivimos una relación entrelazada de respeto con la naturaleza. El capital económico entiende la naturaleza como capital”, matiza Vanulza.
Racismo ambiental
El pasado mes de abril, se viralizó una imagen captada por un dron con pancarta con las palabras “racismo ambiental” en una comunidad de palafitas (casas construidas sobre el agua). A ras de suelo, niños y adolescentes de Vila da Barca protestaban contra la intención del gobierno regional de que los residuos de la COP30 pasaran por la comunidad. El periodista Guilherme Guerreiro Neto narra el conflicto en un reportaje en SUMAUMA: “Denunciaban racismo ambiental. Y saben lo que dicen. Lo sienten en la piel y en el gusto del agua. Sienten la desigualdad de la capital de Pará”. A menos de dos kilómetros de Vila da Barca está la Avenida Visconde de Souza Franco, conocida como Doca, donde un apartamento de más de 600 metros cuadrados puede costar hasta 2,5 millones de dólares. La Doca ha sido transformada en un parque, puro maquillaje para la COP, escribe Guilherme Guerreiro. Un parque en el que el gobierno de Pará instaló los antiecológicos árboles fake importados de Singapur con macetas colgantes. ¿Tiene sentido importar esa tecnología para la Amazonia, la región con más biodiversidad del mundo?
Vila da Barca, donde no hay saneamiento básico, lleva meses en pie de guerra. Entró en la justicia, que ralentizó las obras (aunque no las paralizó). Su lucha desencadenó una marea de solidaridad y ayudó a popularizar y escalar la idea de “racismo ambiental”. “El concepto no es nuestro, pero se está usando mucho en la Amazonia para explicar cuando vemos grandes emprendimientos en las proximidades de comunidades étnicamente declaradas, no solo quilombolas, sino indígenas o ribeirinhos (como se conoce a quienes viven en las orillas de los ríos)”, asegura Vanulza.
El racismo ambiental, un concepto que ha ganado fuerza en los últimos años, parece haberse colado por la puerta trasera de la COP30. Y va salir por la puerta grande en la Declaración de Belém. Para Ana Claudia Duarte Cardoso, la resistencia de las comunidades locales de Belém contra las obras de la COP30 ha sido fundamental. La Declaración de Belém sobre el Combate al Racismo Ambiental, según recoge el gobierno brasileño, “busca fomentar el diálogo internacional sobre la intersección entre igualdad racial, medio ambiente y clima, reforzando la dimensión de los derechos humanos, particularmente de la justicia social, en las políticas internacionales”.
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