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Camps, entre el respeto, el miedo y la estupefacción

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Carlos Mazón respetará “siempre” a su antecesor “haga lo que haga y diga lo que diga”. La base de ese respeto es, según el actual inquilino del Palau de la Generalitat, “la cacería a la que fue sometido por la izquierda”. El razonamiento se contesta fácilmente con autos, conformidades, condenas y estancias en la cárcel de políticos, empresarios, colaboradores y amigos del alma. Y se amplía mirando también a la derecha. A Camps le han perseguido enemigos políticos, jueces y fiscales, pero también los suyos. Mazón lo sabe muy bien porque ya tenía bando antes de que se destaparan corruptelas. El primer asedio que sufrió el imputado y absuelto por el regalo de los trajes, entre otras muchas cosas, no llegó de las camisetas ni de las denuncias. Los primeros que le pusieron en el punto de mira fueron los suyos. Los que decían respetarlo y le aplaudían en público mientras preparaban su ejecución en privado.

Ahora es Camps el que trama contra un presidente de su partido y quien dice ser tan del PP que se ofrece a liderarlo ante la debilidad del actual líder. Curisosamente lo hace, por supuesto en privado, pero también en público. Ha presentado su proyecto político con la vaguedad de las últimas veces y con una nómica de invitados que, si no fuera por los precedentes en el PP de su época, sería histórica. No lo es porque Aznar organizó antes el casamiento de su hija con una lista de asistentes de la que muchos no podrían repetir, si el amor llega a las bodas de plata, por estar en la cárcel.

Lo de Francisco Camps pasa de excentricidad cuando se repite y se agranda. Y cuando el todopoderoso Perez Llorca ya no esconde su enfado. Mazón no entra al cuerpo a cuerpo en público, pero si la escalada prosigue, a muchos en el PP y fuera les volverán las imágenes de las furgonetas y la guerra de votos cara al congreso que algún día llegará. Zaplanistas y campsistas, enfrentados en comarcas y agrupaciones, coacciones ante los avales, amenazas y promesas. Algunos actores se repetirían, otros no tendrán libertad para jugar esta partida e, incluso, habrá quien habrá cambiado de bando.

El análisis más sensato deja en folklóricas las cenas, los himnos y los exabruptos de imputadas y hacen parecer artificiales algunas fotos, aunque no inteligentes precisamente. Lo discutible ahora es si la visión mesurada se impone en algo relacionado con la política en este julio que parecía un mes guillotina para el PP y que ha virado a golpe de escucha e informe de la UCO. Como ya le han afeado al convocante de las veladas Catalá y Pérez Llorca, no parece el mejor momento para encuentros estivales ni para performances internas. Pero, también habría que recordarle al nuevo miembro del comité ejecutivo del PP que cuando los trajes sitiaron a Camps muchos populares se pusieron a cavar la tumba.

Mazonistas y socialistas se quieren ir de vacaciones para resetear en septiembre. Pero Ábalos y Cerdán seguirán ahí y habrá más días 29 y más manifestaciones. Queda mucho y muchas encuestas que leer sobre lo que opinan de Mazón en la presidencia y en los carteles electorales. Y Pedro Sánchez parecía en las últimas, forzado a comparecer. Pero ha revalidado la confianza, sin necesidad de moción, y el impulso de Feijóo se ha diluido en un Congreso de los Diputados sin amigos y un cónclave popular con cuchicheos madrileños a la espera de elecciones que no llegan. En este marco de inestabilidad, la debilidad de Sánchez ha dado oxígeno a Mazón. Pero, mucho o poco, casi lo mismo que molestan los escarceos de Camps y la pobre propuesta de Feijóo como alternativa. En un PP con un líder fuerte en España, Mazón no sería President de la Generalitat, Camps cenaría en casa con su familia y Génova elegiría el inquilino del Palau. Pero hoy están todos pendientes de un hilo que, antes o después, se romperá y dejará víctimas.

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