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Los sanitarios que se separan de sus familiares de riesgo para protegerles del coronavirus: “Da tranquilidad, pero es duro”

Enfermeras del Hospital Clínic

Pau Rodríguez

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Cuando acaba su turno en el Hospital de Mataró, Jordi pasa con la furgoneta por delante de casa y, desde fuera, saluda a su mujer y sus hijos. Mayra llama a sus dos niños y a sus padres cada día antes de salir para el hospital desde casa de su hermana, donde vive ahora. Anna charla con sus familiares a través de la escalera que separa el piso de arriba, donde vive ella, del de abajo. A Xavi le han abierto un hotel en Igualada para no tener que volver a casa cuando sale de trabajar.

Estos son cuatro profesionales de la salud que, como otros en España, han decidido separarse de sus parientes para evitarles un contagio que saben que puede ocurrir en cualquier momento. Ellos han encontrado la fórmula; otros siguen conviviendo con familiares de riesgo porque no tienen otra opción, pese a que nadie es ajeno a estas alturas a uno de los datos más sangrantes de esta epidemia: más del 14% de los positivos por coronavirus en todo el país son sanitarios.

Mayra: “Lo paso fatal”

“Lo estoy pasando fatal y no llevamos ni dos semanas”. Mayra no esconde su angustia, que la acompaña las 24 horas del día, en el trabajo y en casa. En el Hospital de Mataró, en cuyo centro de día está como auxiliar de enfermería, la han ubicado durante sus guardias en la planta de pacientes con coronavirus. “El sábado 21, tras 13 horas y media de trabajo, volví a casa y me esperaban para cenar. Era el cumpleaños de mi padre. No tuve valor de felicitarle ni pude abrazarlo... Me senté en la otra punta de la mesa y sólo podía llorar”, relata esta mujer, que desde hace unos meses vivía con sus hijos, su pareja y sus dos progenitores. El padre, de 63 años, padece hipertensión, diabetes y una artritis crónica.

Ese fue el momento en que Mayra empezó a buscar soluciones. “Pensé en irme a un hotel, donde fuera, solo con tal de alejarme de mis padres”, explica. Al final, optó por cambiarse de casa con la familia de su hermano, que también es de Mataró. Allí se fueron Mayra y su pareja solos. “Desde entonces hago videollamadas cada mañana y cada noche con los niños”, explica. Pero reconoce que lo está pasando mal. “No tengo ganas de comer”, pone como ejemplo, aunque reconoce sin embargo que su situación es mejor que cuando estaba con sus padres: “Es muy duro, pero da tranquilidad”.

Anna: “Nos saludamos por la ventana”

El el Hospital de Tremp, en Lleida, el coronavirus todavía no golpea como en otros centros sanitarios de Catalunya, pero desde el inicio de la crisis Anna Corona vio claro que debía hacer algo para evitar enfermar y contagiar a su hijo, de 18 años, que sufre una distrofia muscular que podría convertir en fatal una neumonía. “Me decían que me cogiese la baja, pero no estaba enferma y no podía justificarlo”, explica esta enfermera. Optó por aislarse dentro de casa. La familia está en el piso de abajo, habilitado para su hijo, y ella en el de arriba.

Cada día, Anna se levanta, se ducha y sale por la puerta del garaje para ir directamente al hospital a tomar el café y desayunar. Cuando vuelve, desanda el mismo camino y se mete de nuevo en la ducha. “Luego me visto y me quedo en el piso de arriba con la mascarilla puesta”. Su hijo, ya mayor, lo lleva mejor que ella. “Por suerte el piso tiene un escalera abierta, en la que ponemos unos plásticos, y a través de ella les grito qué tal están. O, si no, salgo al jardín y nos saludamos a través del cristal de la ventana”, se resigna esta enfermera.

Jordi: “Hay mucho en juego”

Fue el sábado 14, cuando Pedro Sánchez aprobaba el estado de alarma y empezaban a ingresar los primeros enfermos con coronavirus en el Hospital de Mataró, cuando Jordi Estarlich, enfermero de la unidad de infecciosos, empezó a hacer cábalas. Si él caía enfermo, le aislarían en su casa, junto a su mujer y sus dos hijos. Esto complicaría el cuidado de su suegro, que desde hace dos años sufre un linfoma crónico. “Había mucho en juego, mucho tiempo luchando para que su cáncer esté controlado”, pensó antes de mudarse a casa de su cuñada. Ella, a cambio, se ha trasladado con su hijo a la casa de Jordi. Ambas están en Premià de Mar.

“Usamos el hangouts para hablar y, un día sí un día no, paso por delante de casa con la furgoneta y me paro para que me saluden. Les digo buenas noches y comento con mi mujer cómo ha ido el día”, relata este sanitario, que se siente afortunado por haber encontrado esta alternativa y porque, añade, de momento los niños “se lo pasan bien”. Él ha sido durante dos años el “enfermero a domicilio” de su suegro y celebra que, por ahora, toda la familia se haya volcado en su cuidado. “Ahora no vamos a dejar que el coronavirus lo mande todo a tomar viento”.

Xavi: “Me han dejado un hotel”

Xavier Márquez cuenta que tomó la decisión en 10 minutos, justo el día antes que se decretase el confinamiento de la zona de Igualada, en cuyo ambulatorio trabaja él como enfermero. Cogió su autocaravana y se instaló con ella al lado del centro sanitario. Durante las dos semanas siguientes solo ha vuelto a Mollet del Vallès, a su casa, para recoger una maleta de ropa que su mujer le dejó en la puerta. Ella sufre asma y a veces tiene que someterse a tratamientos broncodilatadores, con lo que Xavier pensó que era mejor no exponerla durante este tiempo.

“Para mi sería mucho más duro a nivel emocional tener que volver a casa que quedarme en Igualada; el estrés sería mucho mayor, lo veo en compañeros de trabajo que están en esta situación”, valora. Y añade que ya no está instalado en la autocaravana. Al ver su historia en TV3, explica que el Hotel América de la ciudad, ahora cerrado debido el confinamiento, le ofreció una habitación. “Me han dejado el hotel y allí estoy yo solo”, agradece.

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