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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

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Y no me quisieron dar el préstamo

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Esta sería, sin duda, la queja que cualquiera pronunciaría de solicitar un préstamo ante cualquier entidad financiera con las siguientes cuentas: he comprometido una parte importante de mi patrimonio en adquirir bienes de consumo, que no inversión, y le he bajado la renta a los inquilinos a los que les tengo arrendadas mis viviendas, fuente primera de mis ingresos. Pues no hay crédito, porque además resulta que los intereses por el préstamo que solicita se han incrementado y eso hará más complicado que pueda cumplir con el abono de las cuotas mensuales que le deberíamos imponer.

Pues a gran escala este sería el diálogo de los mercados financieros con Liz Truss, dada la propuesta de incrementar el gasto en 115.000 millones de libras y acompañarlo de una generalizada bajada de impuestos que anunció a los pocos días de asumir el cargo de primera ministra. La consecuencia de tal desatino ha sido el desplome de la libra y el incremento exponencial de su prima de riesgo.

Este discurso de Liz se viene reproduciendo por parte de la derecha española que anuncia ayudas y promete rebajas fiscales, también generalizadas, con el argumento de que esta receta dinamizará la economía, hará mayor el crecimiento y producirá riqueza. Pero ya les aseguro que no convencerá a ningún banquero si es a él o a su entidad a quien se le pide prestado para ponerla en práctica. Para concedértelo te exigirán una de estas dos cosas, o tal vez las dos a la vez: que aumentes los impuestos o/y que reduzcas el gasto. Exactamente lo mismo que vivimos en la crisis financiera e inmobiliaria del 2008.

Pero para llegar a esa crisis, antes hubo préstamos fáciles y baratos para casi todos, porque la codicia es la pasión que más agita la mano invisible; y así las entidades entraron en competencia por ofrecer más créditos en número, cuantía y facilidades exigiendo menores garantías, hasta que todo estalló. Después nos reprocharon vivir por encima de nuestras posibilidades los mismos que siempre nos empujaron al gasto con el disfrútelo ahora y páguelo mañana. En fin, encontrarán tantas contradicciones como disculpas, aunque ellos les llamarán argumentos y los pondrán en académicas bocas.

Ya les adelanto que llevar a todo color y en A3 la socorrida curva de Laffer no ablandará a los banqueros, pero habrá que reconocer que como añagaza funciona porque tiene una parte de verdad: si el tipo impositivo fuera del 100% de la renta nadie trabajaría, porque el rendimiento de su trabajo se lo llevaría íntegro el Estado. Si el tipo impositivo fuera 0% no habría ingreso alguno porque todos sabemos el resultado de multiplicar por cero.

Pero España, hay que decirlo -a ver si de una vez la verdad repetida mil veces logra al menos tanto éxito como cuando se trata de mentiras- tiene una presión fiscal inferior a la media de la UE y se encuentra muy lejos de aumentar los ingresos del erario público bajando impuestos, como muy lejos de reducir los ingreso si aumenta la tributación.

El dinero en el bolsillo de los ciudadanos no garantiza la prestación de servicios públicos imprescindibles para la seguridad colectiva –sanitaria, educativa, de protección ante la adversidad- ni tampoco la individual de la mayoría social, que necesita de la solidaridad de sus conciudadanos, porque los recursos de esa mayoría son insuficientes para dar respuesta a los problemas graves a los que todos sin excepción estamos expuestos.

El dinero en el bolsillo de los ciudadanos no supone inyectar más recursos en la economía aunque pueda favorecer el aumento del consumo individual, porque esos mismos recursos en manos del Estado van a gasto o inversión: pensiones, carreteras, investigación, hospitales, ayudas sociales, colegios y universidades, ayudas a las empresas, política industrial, etc. Está en manos de quienes elegimos democráticamente para dirigir nuestro país y se plasma en los presupuestos que anualmente aprueba el Parlamento.

Bajar impuesto, digámoslo claro, solo beneficia a quien más tiene y más gana. Como también le ayuda a ganar más al que más tiene que desregulemos los mercados, compitamos con fiscalidades más bajas para captar inversión o reduzcamos los salarios y los derechos de los trabajadores y trabajadoras. Exactamente como en la selva.

La pandemia, que la ciencia y la sanidad pública han sido capaces de doblegar en tiempo récord, debería ser el ejemplo imborrable de que todos necesitamos de todos y por eso debemos estar preparados para afrontar unidos el proyecto común que significa vivir en sociedad. Proteger y reforzar el Estado de bienestar y estimar al prójimo, al menos conceptualmente -aunque a veces se hace difícil, a qué negarlo- exige pagar impuestos.

Esta crisis, como las dos anteriores, se han abordado con un enorme gasto público que ha elevado la deuda y el déficit, porque últimamente es costumbre pedir prestado en vez de elevar los impuestos, eso sí, siempre que la UE y el BCE lo permitan, pues a pecho descubierto no te presta ni el buen samaritano. Eso es lo que acaba de vivir el Reino Unido y, claro está, no le quisieron dar el préstamo.

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